type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: abril 2006

29.4.06

Alerta, alerta,


SI USTED ESTÁ LLEGANDO A UNA EDAD DONDE LAS FIESTAS ESCASEAN, QUEDARSE EN SU CASA CON UNA BOTELLA DE VINO NO LE PARECE UNA MALA NOCHE, DONDE EL TRABAJO OCUPA EL 85% DE SU TIEMPO, DONDE TIENE POCOS IDEALES FUERTES O CARECE DIRECTAMENTE DE ELLOS, DONDE YA TIENE QUE EMPEZAR A PENSAR SERIAMENTE EN DEJAR DE FUMAR EN LOS PROXIMOS DOS AÑOS, EN FIN, SI USTED LLEGÓ A UNA DE ESAS EDADES DONDE YA NO ES UN PENDEJO, PERO TIENE ALGÚN TIPO DE AMBICIÓN LITERARIA, PLAYMOBIL HIPOTÉTICO LE RECOMIENDA FUERTEMENTE:

NO HAGA
ESTO. ESTO ES UN ERROR.

24.4.06

2666: II. El tiempo negado


En realidad esta idea de comentar 2666 nació desde esta hipótesis de lectura bastante clara:
ninguno de los personajes tiene futuro en 2666.
Hay dos formas de entender esto: una, rápidamente desechable, dice que 2666 está narrado en presente o en pasado pero que nunca se habla ni en tiempo futuro y ni siquiera de las vidas futuras de los personajes; si fuera sólo esto no alcanzaría para decir que el tiempo se niega; en todo caso, sólo se está obviando o evitando una de las dimensiones clásicas del tiempo. La otra, que al menos me cuesta un poco más desechar, dice que no sólo se evita la dimensión del futuro sino que además se la destruye, se la niega; esto es, que los personajes no sólo no tienen futuro sino que además no pueden tenerlo.

El fantasma del padre de Amalfitano le dice que “tiene que ir acostumbrándose”; uno de los pocos momentos donde se habla de algo así como un futuro, Espinoza le promete a Rebeca, su novia mexicana, que volverá en un año y que se casarán y que se irán a vivir a Madrid.
“Pareció que la muchacha decía: sería bonito, pero Espinoza no la entendió.
- ¿Qué?¿qué? – dijo
Rebeca permaneció callada. “
Acostumbrarse implica repetir una misma acción, independientemente del tiempo en la que se realiza; el tiempo parece volver a repetirse cada vez que alguien realiza una costumbre; Rebeca se calla y no dice nada, por que no se habla del futuro, porque no se puede hablar del futuro.

Antes dije que la historia de Archimboldi era la madre patria y cada una de las historias eran sus colonias periféricas; acá habría que decir que la historia de Archimboldi es el meridiano de Greenwich, el que decide arbitrariamente si un determinado punto en el espacio está 6 horas adelante o 6 horas atrás.

Las cinco partes en las que la novela se divide tienen dos velocidades; una, la relativa a un pasado que alcanza con una velocidad crucero a un punto determinado – a ese meridiano – y, otra, donde comienza a detenerse, donde comienza a hundirse, en un pozo del cual no se sale. Ese pozo es la historia de Archimboldi. A medida que los críticos van acercándose a Santa Teresa, el tiempo se hace más lento, más denso, más desarrollado narrativamente; cuando Fate está a punto de ser testigo casual de un asesinato de mujer en Santa Teresa (es eso lo que hubiera pasado si no hubiera buscado a Rosa Amalfitano en la habitación, no?), el tiempo se detiene en un presente que parecería no ser capaz de convertirse en pasado. La historia de Amalfitano, que transcurre la mayor parte del tiempo en Santa Teresa, involucra una supuesta narración filosófica-abstracta-matemática donde el punto clave es colgar el libro de Dieste a la intemperie del viento desértico. Esa acción, que Pailós llevó a cabo con oscurísimos fines, es de las más oscuras de la novela: uno podría suponer que así como se busca que el clima del desierto ingrese en ese universo abstracto del libro de Dieste y lo vaya corroyendo, también se está buscando que el tiempo siempre cero que se experimenta en la matemática o en la filosofía contamine al mundo exterior.

Pero qué diferencia a 2666 de una novela de suspenso o policial, porque ahí también uno puede reconocer un freno progresivo a medida que nos acercamos a la historia principal, el crimen, el secuestro o lo que sea? Si sólo se pudiera reconocer ese freno, no habría esa negación del tiempo que quiero contrastar.

Una novela de suspenso suele tener algún suceso o algún indicio de resolución del conflicto; ese desatar de circunstancias – o, al menos, ese intento de desatar – libera a los personajes de la carga del misterio, de tener que llevar sobre sus espaldas la incógnita. De alguna forma, podríamos decir que ese liberarse de la roca del misterio, de la piedra del conflicto, les permite continuar una vida, modificarla, o seguirla igual, pero tener algún tipo de futuro.

En 2666 eso no pasa porque la posibilidad de resolución del enigma – en este caso, de los múltiples enigmas que se anidan en las periferias de la vida de Archimboldi – es completamente nula. Si yo no conté mal, se narran las muertes de 119 mujeres en Santa Teresa, algunas desapariciones, y sólo el cinco por ciento de ellas tienen algún tipo de esclarecimiento; en general, éste se relaciona con las típicas conexiones causales que se pueden establecer entre esposos despechados y borrachos y sus novias o esposas; en la mayor parte de los casos, por el contrario, tales conexiones causales no existen y, el esclarecimiento se ve impedido.

Eso parecería generar que la culpa se instale en toda la ciudad, en el espacio físico, en el desierto y no en algún chivo expiatorio, en alguna entidad concreta. Klaus Haas pareciera ser el único sospechoso que puede ocupar el lugar de chivo expiatorio, de ser el culpable que libere de la responsabilidad a toda la ciudad; sin embargo, aún estando encarcelado, los cadáveres siguen saliendo desde lo profundo de la tierra, desde los basurales, desde los patios traseros de las maquiladoras; la realidad misma de Santa Teresa parece rechazar la posibilidad, aún la más mínima, de redención, de liberación de las culpas. La parte de los crímenes comienza con el relato de un profanador de iglesias, básicamente un meón de iglesias, al cual la prensa denomina El Penitente; pero, claro, según Elvira Campos, la directora del manicomio de Santa Teresa, el Penitente sufre de sacrofobia, esto es, de la aversión a los objetos sagrados, especialmente de la religión del “enfermo.”; el propio instrumento católico diseñado para la redención se mancilla por alguien que hace penitencia; de alguna forma, la penitencia consiste en no redimirse nunca, en detener el flujo del tiempo en el momento del castigo, del pago de la deuda, pero sin terminar de pagarla jamás.

Al no poder existir esa liberación, el peso de los cadáveres hunde a la ciudad en un pozo cada vez más profundo, cada vez más oscuro. Como en las historias donde un niño cae en un pozo y la comunidad reza alrededor del pozo sin poder ver ni al niño ni al fondo del pozo, los lectores de 2666 parecieran tener acceso sólo al periodista que hace la crónica desde el borde del pozo, pero sin saber nunca qué hay dentro, sin conocer el fondo del pozo o, incluso, sin saber si existe algo así como un fondo del pozo.

Esa culpa, distribuida de manera universal y colectiva, entre los personajes y los habitantes de Santa Teresa, permanece como un pecado que no se puede expiar, como la razón por la cual no existe ningún futuro en donde la vida sea mejor, ni ningún futuro donde haya redención; Santa Teresa es lo más parecido a un infierno del cual uno nunca va a poder salir, donde cada hora es idéntica a la otra, donde nuestro pasado es la causa por la cual debemos soportar nuestro presente y la causa por la cual este presente siempre será presente.

2666 es una novela donde el futuro no tiene lugar, donde ninguno de los personajes puede pensar en próximas vidas o en próximas cosas a hacer, en proyectos, porque el peso de la culpa detuvo el flujo temporal; porque la fecha 2666 no es más que un símbolo del cementerio donde estarán todos los personajes de la novela, porque es el futuro donde todos estaremos muertos; y principalmente, porque quien escribió 2666 fue Roberto Bolaño, alguien que, al mismo tiempo que diseñaba la novela, sabía que iba a morirse, que no podía pensar en términos de futuro.

22.4.06

Adiós, fucking Bafici (IV)


Resultados de la fecha

La leyenda del tiempo
Dos historias no confluyen alrededor de Camarón de la Isla y alrededor de San Fernando, la isla de Camarón. Por un lado, la mejor parte de la película habla de un chico gitano que no canta más por respeto al duelo de su padre; la segunda parte, la peor, tiene como protagonista a una japonesa que quiere cantar como Camarón y que, obviamente, no lo logra. La primer parte está realmente muy bien, aunque el director no tiene casi ningún mérito en eso, sino que los actores producen un clima tan natural que a veces parecería ser un documental; la segunda parte no sólo no está muy bien, sino que pierde toda la naturalidad del comienzo. En el medio de todo está el viejo prejuicio catalán respecto de los andaluces: que son vagos, que están todo el día de fiesta y contentos y que se la pasan cantando porque no trabajan nunca. En vez, los japoneses sí trabajan y sí se esfuerzan (a pesar de que se esfuercen en cosas tan extrañas a su idioscincracia como cantar cante jondo.)

Calificación: -2$ en caja de ahorro

The bed you sleep in
Una historia laboral de clase media estadounidense, con todos sus clichés, sus pacaterías y sus argumentos forzados, termina desanudándose en un conflicto familiar denso y adicto al suspenso. El buen manejo que hace Jost de los tiempos y las velocidades de la historia es, sin embargo, superado totalmente por la riqueza visual de los planos, la creatividad en la forma de exponer las imágenes expuestas y en una fotografía que, a pesar de ser vieja, termina convenciendo.

Calificación: $2 más pagaría por verla

Historia subyacente
Mientras en la película de Jost la película dejaba de ser lenta para llegar al punto clave de la historia, por el pasillo del cine empezó a subir las escaleras una sombra con un sombrero; avanzaba despacio, como si le costara llegar a algún lado o como si no quisiera llegar a ese lado. El sombrero – o mejor dicho, la sombra del sombrero – parecía de un pescador de los años cincuenta, donde casi podía verse el cuadrille, con sus líneas marrones oscuras cruzando la superficie beige de la tela. Luego de sortear algunas personas en el pasillo, la sombra se detuvo en mi costado del pasillo; sentí un olor a geriátrico, un olor a botiquín, y la convivencia con la muerte; en algún momento, cuando; la sombra respiraba con dificultad, pensé si asi iba a morirme, en un cine, apuñalado por una sombra con sombrero o si así iba a morirse la sombra, subiendo las escaleras del cine.

Perplejidad:
Después de una semana de cine, todas y ninguna.

17.4.06

2666: I. espacio negado


Terminé hace algunos meses de leer 2666, de Roberto Bolaño. Es difícil escapar de una afirmación grandilocuente, decir algo que no tenga la coraza de la frase marketinera de contratapa: “la novela que revolucionará la literatura latinoamericana”, “la obra póstuma del mejor escritor de los últimos años”, “Bolaño mezcla el género policial con todos los géneros y de ahí sale 2666.”

Todos estos meses que pasaron desde que terminé de leerlo, estuve tratando de escribir algo acerca de él y escapar de todas esas frases que, sin embargo, son todas verdaderas al mismo tiempo.

Vamos a empezar por acá y vamos a ver adonde nos lleva: Bolaño construye un universo particular, generado y centralizado lejanamente por Benno von Archimboldi; de alguna forma, Archimboldi es la madre patria y todas las demás historias son sus colonias, algunas más importantes y por lo tanto más controladas por la metropoli (los críticos, Haas) y algunas más lejanas (Fate, Amalfitano). En ese universo lleno de historias amenazadas por la muerte, en ese desierto que rodea a Santa Teresa donde la noción de salvación es tan próxima como la noción de muerte, Bolaño intenta formular literariamente el concepto de irrealidad.


Kant decía que todas las percepciones de lo que existía empíricamente se estructuraban en términos de espacio y tiempo; la idea es que Bolaño también hace eso pero con el signo inverso: construye una negación del espacio para captar el concepto de la irrealidad.

La parte del Desierto
¿Qué es el desierto sino el espacio negado? Supongamos que el desierto implica un lugar básico de rechazo; es la naturaleza misma la que no permite la percepción humana o, si la permite, se obtiene una deformación de ella a través de una visión o un espejismo. En 2666, el desierto es uno de los núcleos oscuros, de los “centros ocultos” de los cuales habla Ignacio Echeverría; sin embargo, a diferencia de los Detectives Salvajes, la novela no se ahonda en el desierto, sino que lo tiene siempre como periferia, como amenaza permanente pero nunca concretada. En ese sentido, Santa Teresa es el último mojón, el eslabón más cercano, que recibe su atracción y su carácter hipnótico– por ejemplo, para Lotte, para Pelletier, para Espinoza – justamente de esa cercanía, que permite tener casi todas las sensaciones del desierto sin internarse en él.

Lalo Cura y Florita Almada viven en la periferia de Santa Teresa, aún más cerca del desierto; Bolaño parece construirlos como aquellos que saben bastante más que los demás (por esa misma cercanía?) pero que no terminan de articularlo en palabras. Florita, la Santa, puede ver los rostros de las asesinadas y Lalo pertenece a una estirpe que representa la subcultura de la violación de mujeres.
“Vivir en este desierto, pensó Lalo Cura, es como vivir en el mar. La frontera entre Sonora y Arizona es un grupo de islas fantasmales o encantadas. Las ciudades y los pueblos son barcos. El desierto es un mar interminable. Éste es un buen sitio para los peces, sobre todo para los peces que viven en las fosas más profundas, no para los hombres.”

La parte de la guerra.
“A Hans Reiter no le gustaba la tierra y menos aún los bosques. Tampoco le gustaba el mar o lo que lo común de los mortales llama mar y que en realidad sólo es la superficie del mar, las olas erizadas por el viento que poco a poco se han ido convirtiendo en la metáfora de la derrota y la locura. Lo que le gustaba era el fondo del mar, esa otra tierra, llena de planicies que no eran planicies y valles que no eran valles y precipicios que no eran precipicios.”

Cuando se lo llamó a la guerra, Hans Reiter quiso entrar en la Marina alemana, en la División de Submarinos; dada su altura descomunal, su pedido fue rechazado jocosamente y lo destinaron a la Infantería.

La guerra, especialmente si uno era alemán y debía participar de una guerra de conquista, supuso que las fronteras dejaran de tener un sentido clásico; las fronteras no dividían absolutamente nada para un soldado, sino que siempre debían ser traspasadas; así, Reiter recorre buena parte de Europa en su periplo militar, casi sin darse cuenta de lo que hace.

Así, Reiter llega a una isba en la aldea de Kostekino, donde halla un escondite detrás de una chimenea y encuentra el diario de Boris Ansky, un escritor soviético que es aclamado y luego perseguido por el partido; ahí, en esa chimenea diminuta, en la cual Reiter entra incomodosimo, en la cual lee constantemente el diario de Ansky, Reiter descubre dos cosas que marcan buena parte del futuro de 2666. La primera, al pintor Giuseppe Arcimboldo; la segunda, que el interior de la chimenea, concebido artesanalmente como escondite, nunca había sido utilizado como tal, sino sólo como lugar donde esconder el diario; es decir, que ese espacio era, en todo caso, la negación de la humanidad y la afirmación de un evento de otro tipo – en este caso, literario - ,así como las planicies del fondo del mar no son planicies sino otra cosa; así como el desierto no es para los hombres, sino para los peces.

(sigue luego)

Bafici (III)


Resultados de la fecha:
En el hoyo:
El documental de Juan Carlos Rulfo, hijo de no saben quién, es una de las mejores cosas que ví hace tiempo; mientras se construye un nuevo puente en el caótico tráfico del DF, la cámara de Rulfo hace hablar a los obreros que llevan adelante la empresa. Acompañado por una banda de sonido impersonalmente electrónica pero que acompaña cuando debe acompañar y protagoniza cuando debe protagonizar, los diferentes obreros van haciendo su aparición, primero a través de gritos, canciones, y frases hechas y luego a través de la narración que la cámara y la edición les impone sin que lo sepan; ahí, las diferentes historias comienzan a desarrollarse como si lo hicieran de una manera casi natural, como si la edición proviniera de ellos mismos.

Clasificación (+5$ más pagaría por verla)

Letters from Greenpoint
Jonas Mekas está viejo y no queda mucho más para decir; a los viejos se los puede clasificar en viejos insoportables y en viejos tiernos; acá el propio Mekas hace un rato de uno y un rato de otro.

Clasificación (-2$ en caja de ahorro)
Historia subyacente:
El ateísmo tiene una serie de ventajas; por ejemplo, ayer mi vieja no me molestó preguntando por qué no iba a festejar Pascuas; en realidad, es por que tenía que viajar tres horas para hacerlo y me había acostado a las 9 de la mañana; pero qué bueno que creyó que no iba por principios morales de algún tipo.

Perplejidad:
La gente de seguridad del Hoyts del Abasto, ¿tiene que estar tan tensa o es qué es lo más cerca que van a estar de cumplir su sueño de reprimir zurditos culturosos?

15.4.06

(no tan) fucking BAFICI ii


Resultados de la fecha
Se arrienda
Ópera prima chilena, bastante larga; el guionista es un escritor y se nota la falta de manejo de ciertas cuestiones del tiempo o bien la falta de alguien que edite con lógica cinematográfica el texto; sin embargo, por momentos la película retoma vuelo. La historia tiene como protagonista a un artista joven a lo largo del tiempo y cómo todo se va modificando desde sus comienzos adolescentes hasta la supuesta maduración artística.

Calificación: 0$- en caja de ahorro

David Holzman´s Diary
Esta especie de documental de McBride es un ejemplo de cómo hacen falta muy pocas cosas, salvo algunas ideas, para filmar algo digno. El supuesto documental “muestra” la vida de un director novel que decide captar el significado oculto de las cosas filmando; por supuesto, no lo logra, pero en el medio de ese intento, la cámara misma va produciendo su propio guión al mismo tiempo que ciertas reflexiones meta-filmícas bastante interesantes.
El protagonista comienza, luego de que la novia lo abandona, a filmar a su vecina, a quien sólo puede ver a través de unas ventanas, al mejor estilo voyeur; lo único que sabe de ella es que su nombre es S. Schwartz, poniéndose esa S como un interrogante al cual él supone como correspondiendo a Sandra. Una noche, la cámara registra que S. está besándose en su departamento con un hombre, hasta que ambos desaparecen de la escena, presumiblemente rumbo a la cama. Suena el teléfono en la casa de la mujer, ella atiende luego de algunas timbradas y aparece la voz del protagonista diciendo por el tubo
- Hi, Sandra?.
- No.
- Sonia, Sofia, Salma??

Calificación: pagaría +3$ por verla.

Historia subyacente:
Una persona que tenía la credencial, ese símbolo de poder que te abre las puertas de un mundo desconocido, me confirmó lo que intuía: que Quintín era un cojudo insoportable, que se cree el Dios del Olimpo. Sin embargo, sigo disfrutando profundamente cada vez que agarra la PC y escribe.

Perplejidad:
Los cortos de Clarín antes del comienzo de la película me hicieron sonreír la primera vez; ahora los detesto. Todavía no entiendo por qué tiene que haber dos por película.

14.4.06

Fucking BAFICI i



Resultados de la fecha:
The Well: documental que plantea una hipótesis, cambia de hipótesis en la mitad, retoma, vuelve a derrapar y termina con el obvio… “bueno, en definitiva no hay ninguna respuesta correcta”; sí, claro pero la gracia es fracasar en una y no en declararse vencido en todas de antemano. Los supuestos datos sobre Wells son bastante idiotas: qué tomaba en cada bar de España, qué toreros había conocido, etc.; como cambia siempre de hipótesis, los datos nunca se ordenan mucho.
Calificación ( -3$ en caja de ahorro)

The first man on the moon:
Documental mentiroso un poco caótico, con muchas historias que no llegan a cerrar bien, lo cual logra que no se termine de asentar el tema principal de la historia. De todas formas, tiene cosas muy bien logradas, como la reconstrucción de la imagen propagandística soviética y algunos chistes que están bastante bien
Calificación (- 1$ en caja de ahorro)

Historia subyacente:
Dado que la rubia que se sentó adelante se obstinó en no mirarme en toda la película, me dediqué a escuchar la conversación que vanamente intentaba mantener un pibe de rulitos y barba troskista con una chica hippona pero no tanto, digamos, un Caballito.
- Voy a pedir un café porque yo defiendo la legitimidad del café; (ante la cara de inexpresividad de la chica Caballito, Rulo probó con otra frase que despierte algo en ella)
- Guárdame el asiento, yo sé que si viene algún compatriota argentino vos se lo vas a dar pero acórdate de mí (ni siquiera el pedido de lástima provoca algo en Caballito).
(Mientras Rulo volvía con su café pensando en otra frase inteligente, en alguna frase que despertara conversación, pensando en qué mierda decir, al mejor estilo Ross en Friends, siguió con el argumento por la lástima).
- Ah, qué bueno, no te fuiste.
- (ella) Es que tenés mi billetera.

Perplejidad:
¿Es una idea mía, o cada vez que se hace la mayor parte del Festival en el Shopping del Abasto uno no puede dejar de pensar que el hecho de que Hoyts preste sus instalaciones es una confirmación de que ahí hubo un fuerte negociado?

13.4.06

Yo voy a estar ahí (III)


Leer nombres de películas, no reconocer más que a un par de directores, leer sinopsis mentirosas, colas, colas, incluso antes de que empezara el BAFICI.
El criterio este año fue casi legal: selección oficial y promesas de documentales casi ficcionados, como la fantástica Toro Negro del año pasado, una mexicana de corredores de toros con pésima alimentación (tanto animales como personas)
Así, empieza el mini recorrido de PH en el BAFICI.
Hoy
The Well (Kristian Petri)
First on the moon (Aleksey Fedortchenko)
Mañana
Se arrienda (Alberto Fuguet)
David Holzman´s Diary (Jim McBride)
Domingo de Pascua sin Huevos
En el hoyo ( Juan Carlos Rulfo)
A letter from Greenpoint (El fantástico Jon Mekas)

Y si no están buenas, en el discman está el último de Depeche Mode

Things get damagedThings get brokenI thought we'd manageBut words left unspokenLeft us so brittleThere was so little left to give

10.4.06

Last exit to Brooklyn; cojones y alfabetos

Algunos optan por hacer teoría de la literatura y escribir cuentos o novelas sobre eso; otros prefieren hacer literatura sin teoría; si uno quiere, los beatniks hacían exactamente eso; si uno quiere, Hubert Selby Jr. hizo eso.

Selby no quería morirse a pesar de que los médicos le decían una y otra vez que estaba a punto de hacerlo; reducido a la incapacidad para cualquier oficio manual, Selby recordó que sabía el alfabeto y que eso era suficiente para convertirse en escritor, lo cual hizo durante sus más de 60 años como enfermo agónico.

Además de saber el alfabeto y de saber que no quería morirse, Selby tenía dos ventajas: la de escribir como un miembro honorario de la generación beat y la de solucionar el problema beat de cómo generar acciones y tramas a través de un recurso diferente a la mera descripción rápida, enferma y un tanto caótica. .


La estrategia en Last exit to Brooklyn es bastante sencilla: descripciones con un ritmo vertiginoso, fiestas de drogas, sexo, alcohol y jazz, historias de travestis claramente reconocibles como tales, de bandas de jóvenes no dispuestos a abandonar un wild way of life, de conflictos violentos que se solucionan – o más bien, se incrementan – en los reducidos espacios de departamentos de alquiler de Brooklyn; en el medio de esas descripciones, una escena desgarradora, principalmente sangrienta, que se activa y se desactiva al capricho de Selby, que sólo intenta mostrar que incluso en ese ritmo desaforado, en esa vitalidad constante, puede existir la posibilidad de discriminación y de jerarquía de las historias contadas.

En One dollar a day, una de las peores golpizas irrumpe en la descripción de una noche casi rutinaria de esa banda de jóvenes; en The Queen is dead, Georgette, la travesti enamorada y poética, lucha entre anfetaminas, heroína y bandas de jóvenes, por atraer la atención de su amado, por lograr que él no se acueste con ella de la misma forma en que lo hace con todas sus amigas; en Tralala, una puta muere en el asiento trasero de un auto después de tener sexo con todos los habitués de un bar de mala muerte; en Strike, el líder sindical Harry descubre la causa por la cual odia que su esposa le “toque los cojones”: es homosexual.

Como la erupción del volcán en el medio de ríos de lava ardiente; así escribía Selby; jugándose a quemar todo su cuerpo por hacer detonar la historia que jerarquice y justifique toda esa narración, toda esa maraña rítmica, fugaz, vital de hechos. En definitiva, Selby se convirtió en escritor porque tenía las dos condiciones básicas para serlo: saber el alfabeto y tener cojones.

“y continuaron follándosela mientras yacía inconsciente en el asiento y pronto se cansaron y la cola se deshizo y volvieron al Willies y a El Griego y al cuartel y los que estaban mirando y esperando su turno descargaron su frustración sobre Tralala y le hicieron trizas la ropa y le quemaron con pitillos los pezones y se mearon encima de ella y le metieron un mango de escoba en el coño; luego aburridos, la dejaron allí tendida entre botellas rotas, latas oxidadas y basura…”

9.4.06

Comunicación interna

Pailos, Dragon del Mar y la chica que no tiene constancia para escribir un blog actuaron el sábado de imperativo categórico mientras yo actuaba de dueño de parripollo. Hasta que la conciencia nos abandonó, Bolaño convivió en cada chorizo, en cada vino abierto, en cada lección de cómo armar un porro.

De pocas cosas tenía más ganas que de escribir sobre Bolaño; de tratar de hacer entender todas las cosas que me pasan cuando lo leo; de prender el cigarrillo postcoito, cruzarme en pelotas sobre mi cama y empezar a hablarle de Bolaño, de cómo destruye el tiempo y el espacio, de besarla mientras le contaba cómo se hace un trío sexual en un auto en el Desierto de Sonora, de decirle que creo que mi sueño es ser Amalfitano, de que lo que quiero es que la voz ronca del desierto me hable, me hable y que la unica razón para no enterrarme definitivamente en el desierto es esa cama, esa cama llena de ella pero, claro, nunca contestó el telefóno.

la foto es un regalo de Loli

6.4.06

Mamá, me compré la UBA

En lo que será la única vez que hablo de política universitaria en este blog, Mavrakis habla mejor que yo y dice lo que quiero decir.

All through the night: los nazis eran malos porque no te dejaban hacer tranquilo tus negocios


Pocas cosas son peores que cuando un actor decide que está encasillado en un determinado rol y tiene que romper con esa imagen; esto es lo que le pasa a Bogart cada vez que quiere tirar un chiste, cada vez que intenta sonreír sin ser irónico.

All through the night, de Vincent Sherman, es una película bastante mala: el corset con el cual se viste es que todo transcurre en un mismo día y en una misma noche; una vez que matan a quien realizaba los pasteles de queso que Bogart, un corredor de apuestas, comía, la trama empieza a desarrollarse; Bogart es desmayado por los golpes propinados dos veces, escapa dos veces de las manos de nazis en Estados Unidos, se enamora una vez, habla con su madre tres o cuatro veces, va dos veces a la policía, etc. etc. Todo eso en menos de 24 horas. Lo peor de todo es que la mina que le toca a Bogart acá (Kaaren Verne) ni siquiera está buena.

Cuando Bogart descubre que detrás de ese asesinato, se esconde un complot nazi (liderado, obviamente, por Conrad Veidt) para atacar Estados Unidos, la película (de 1942, claro) se convierte en la clásica propaganda: los nazis no sólo que eran malos intrínsecamente y que no hacían ningún asco de chantajear a cualquiera para que colaborara sino que, además, pretendían destruir absolutamente todo lo que Bogart quería: por ejemplo, iban a inmiscuirse en sus negocios, en su vida personal, en ese ámbito de libertad liberal.

All through the night se termina convirtiendo en un ranking de cosas malas: Bogart vive al margen de la ley – no tanto como los otros mafiosos de escaso vuelo con quienes se relaciona, pero vive en esos extraños márgenes de legalidad; sin embargo, el es más bueno que cualquier nazi; a su vez, esos mafiosos que podrían dar un golpe maestro a cualquier banco son menos malos que los nazis. Y cuando Bogart convence a los mafiosos de que tienen que atacar el búnker de los nazis, lo hace diciéndoles que si ellos tienen éxito, tendrán un vigilante en la puerta de su casa que les diga qué comer, cómo vestirse, qué vender, qué no vender y esas cosas.

El ataque al búnker es una de las escenas clásicas del cine propagandista: los mafiosos, la banda de Bogart y algunos más, entran desesperadamente, blandiendo sus bates de beisbol, sus palos, etc, y en el medio de una música supuestamente épica ganan. Y bueh, es lo que hay.

3.4.06

Match point: this is tragic, is tragic


Supongamos que el género de “lo trágico” consiste en mostrar que las acciones del héroe son cuasi-inevitables, que pertenecen a un destino cuasi-predecible. Él ntentará combatir contra ese destino, creerá que lo hace pero no vencerá; de alguna forma en ese origen heroico ya está inscripto el derrotero que lo conducirá a su final previsible; es algo así como si su victoria o su derrota ya estuvieran garantizadas antes de que se dé cuenta que está jugando.

Match point es una película que intenta darle una vuelta de tuerca a la cuestión de lo trágico; frente al destino ineludible del héroe, Woody Allen le contrapone la contradicción: el azar. Según lo que nos cuenta al principio y al final de la película, el azar es algo que ocurre sólo en un momento, en el momento clave: cuando todo se tiene que decidir, la suerte es la que termina decidiendo el curso de los acontecimientos.

Sobre esta hipótesis se construye un relato tremendamente sobrio, obsesivamente detallista y absolutamente egoísta en lo que respecta a las historias que lo acompañan: no hay nada, absolutamente nada, que sobre, que no esté en una relación directa y – hay que decirlo – un poco obvia con la historia del irlandés que era pobre, y de la hija del empresario rico que se casa con el irlandés y que entonces son sostenidos generosamente por el padre de la última, y son apurados por la madre borracha a hacer algo que ya harán, pero que parece que no va a pasar (porque en el fondo, la tragedia usa al azar para ser destino). No hay símbolo que no se retome, no hay signo que se frustre, que no indique (casi con letras lumninosas) un camino guíado. Incluso el final, que parece sorprender cuando se lo ve en por primera vez, parte de esa misma hipótesis: de que los afortunados tienen como destino que la suerte los acompañe siempre, en cada punto clave, en cada match-point.

Esta crítica que salió hace un tiempo en El Amante y que escribió Javier Porta Fouz es, claramente, hecha con mucha mala leche: “Dichos con omnipresente solemnidad y armados de manera exterior a los personajes, cada uno de ellos carga con un 0.000000001 por ciento más de sentido que el que está absolutamente explícito. Y esta característica es una de las habituales del “cine choronga”: decir “casi todo” pero guardar un mínimo de sentido ultrafácilmente discernible para el espectador más interesado en sentirse halagado fácilmente que en el cine; es decir, más interesado en comprobarse inteligente que en ver una película inteligente. Cada cosa que sucede en Match Point, un producto chupamedias, es de una torpeza insólita incluso para el Woody Allen de la última década”

A pesar de esa mala leche, hay un punto donde Porta Fouz tiene razón y es que la relectura que hace Woody Allen de Dostoievski, en especial de Crimen y Castigo, y que trasplanta acá es tremendamente grosera: no hace falta nombrar cuatro veces a Dostoievski, mostrar la tapa de dos libros de Fiodor, seguir la secuencia de Raskolnikov, incluir policías místicos, etc. No hace falta, pero Allen lo hace.