type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: septiembre 2007

30.9.07

Si no volvés, voy a hacer muchas cosas, Gladys


Y esto va a ser lo último que vean de Gladys, Volvé al menos por un tiempo. Al menos mientras tardamos en que Gladys se termine de ir. O de volver.

Armando se sentó en la mesa redonda a la que lo llevaron pero la hubiera reconocido incluso si no le hubieron dicho absolutamente nada. Diez sillas, dos botellas de vino, una jarra con agua, una jarra con gaseosa sin gas y dos ángeles dorados que se entrelazaban en el centro de mesa. Cuatro esposas, cuatro maridos, dos de los cuales eran compañeros de Armando. Las mujeres de la mesa competían por algo inasible, vago, algo así como quién iba a salir mejor parada de ahí. Las mujeres se apuraban por arreglar las corbatas de sus maridos, por asegurarse que sus peinados no se modificaran, porque no empezaran a tomar desde ahora, porque no fumaran mucho, porque hablaran de las notas de sus hijos, porque no contaran chistes de taxistas, porque no empezaran a putear al jefe, porque las abrazaran o siquiera rozaran cuando les vinieran a sacar la foto con la cumpleañera.
La silla que restaba fue ocupada por la única que no había hecho pero que todavía tenía esperanzas en poder hacerlo . Sin coincidencia alguna sino con la intervención del brazo de una de ellas, de la prima que se las daba de tener mano con el armado de parejas, ella se sentó al lado de Armando. Le extendió una mano hacia abajo, como había visto que hacían las damas del Titanic en la película. Sin saber muy bien que hacer y súbitamente expuesto a las miradas de las mujeres competidoras, Armando sintió que debía hacer algo con esa mano extendida. Tomó la mano desde las yemas y movió su índice en la palma; ella sonrió un poco desubicada y se sentó. Armando recordó el viejo chiste: “así cogen los marcianos” y llenó su copa.
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29.9.07

Cosas que deja un recital de The Wailers


También podría titularse historias de porro. Creo que habían pasado diez años de mi último recital en estadio abierto. AC/DC. Creo.

Es raro pero cuando uno va a ver a The Wailers, uno sabe que Marley está muerto hace muchos años y que no va a cantar; sin embargo, uno no se imagina, a uno le cuesta darse cuenta que está frente al cantante de The Wailers cuando éste es blanco, se viste como un Fidel Castro del Soho newyorkino y además cree que está tocando en Audioslave y que la gente debería saltar, hacer pogo, algo. De los rastros de las entrevistas de Marley hablando un jamaiquino incomprensible y completamente drogado en una campera Adidas roja, no queda nada. No queda nada de la liberación de Zimbabwe, de la vuelta a Africa. Nada.
Quedan tres integrantes y gente que le gusta fumar porro.
Como que lo segundo que hice, después de convertirnos Dragón y Luciana en gente que nos gusta fumar ganja, fue enamorarme de una chica, seguirla con la mirada hasta que se pierda entre la multitud. Cuando finalmente pasó eso, claro, uno sabe que ya está en un recital multitudinario.

El grupo de oficina compuesto por una a la cual le gusta fumar porro y lo confiesa porque es popular; otra que también lo fuma pero no lo confiesa porque es impopular y apenas la invitaron a ir; hay otra que fumó hoy por primera vez pero dice que no le pega, que no entiende por qué tanto escándalo, que no conoce las canciones de The Wailers pero no confiesa que no tiene ningún orgasmo.

La charla del porro y la familia. Pepito y su vieja ahora fuman juntos. La madre está a punto de morirse de cáncer y ahora fuman juntos. Empezaron a cultivar. Y entonces, ahí surge un uh loco que no se sabe muy bien a qué refiere. Un joven en la época de los primeros discos de Skid Row y Poison con viejos indicios de un pelo lleno de glam muestra sus tatuajes y aconseja con la experiencia de años de recital (todavía falta que los de atrás lleguen adelante) a dos jovencitas también drogadas, que claramente hoy terminarán más drogadas y lejos de la cama del glam.

Qué grosso es el reggae.

27.9.07

El día que vuelva Gladys, vamos a hacer una fiesta


Hace mil años, cuando cursaba un seminario sobre la Filosofía de la Psicología de Wittgenstein, una señora que estaba claramente viviendo en una realidad paralela pidió la palabra. Alguien había dicho que Wittgenstein parecía encontrarse en un callejón que tenía salida pero que él nunca había elegido una. La señora, despertando de un sueño donde ella era feliz, dijo que lo mismo le pasó a ella una vez: ella creía que toda su familia estaba muerta pero un día se dió cuenta que no, los reunió a todos e hizo una fiesta.


Capítulo 5 de Gladys, Volvé


Otra vez, como cada vez desde que se dió cuenta que Gladys se había ido para siempre y que no iba a volver, Armando se quedó en el marco de la puerta del dormitorio. Gladys, guiada por una rutina que no explicaba su huida, había hecho la cama antes de irse; desde el marco, Armando sólo podía ver una de las esquinas de la cama pero sin embargo sabía perfectamente cómo continuaba la imagen y no sólo la imagen que se veía sino también cómo estaba armada la cama, que juego de sábanas había puesto, cómo estarían tan ajustadas que había que patalear para sentir que uno no dormía en un chaleco de fuerza, qué remera le había puesto bajo la almohada, cómo si se animara a dormir en esa enorme cama de dos plazas con sólo extender hacia atrás su mano derecha podría depositar la ceniza en un cenicero que en letras azules diría Cinzano.
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25.9.07

Estaría bueno que vayas regresando, querida Gladys


Una parte del cuarto capítulo de Gladys volvé bien podría ser un paper. Por razones que se hacen evidentes apenas uno empieza a leer, jamás lo será.
Alguien, probablemente, un conocedor de las nuevas tendencias causadas por el consumo pornográfico en Internet, algún MBA de una universidad estadounidense escondida por el escaso presupuesto y obligada a financiar las investigaciones más bochornosas pero ruidosas del estilo “las mujeres consumen más vaselina que los hombres” o “un hombre prefiere tener un gato que convivir con su suegra”, ese alguien se había dado cuenta que no sólo era imposible lograr un guión mínimamente decente en una película condicionada sino que además era un gasto innecesario; nadie podía, salvo quizás algún grupo de investigación de esa misma facultad abandonada en el medio este norteamericano, interesarse por la trama de una película condicionada. Así fue que ninguna de las películas tenía más guión que el siguiente: la primer escena era una joven acorralada o bien en un callejón o bien en un baño o bien en una habitación; esa primer escena duraba aproximadamente quince segundos, lo máximo que alguien podía tardar en desabrocharse los pantalones. En la segunda escena, había unos treinta segundos de esperanza de la víctima en los cuales ella intentaba abrir una puerta, correr hacia otro lado, pegar un puñetazo. La inutilidad de la esperanza se hacía evidente cuando una de las manos del captor llegaba a dos puntos claves; o bien a la nuca, que sería conducida a tragar de una sola vez un pene ya erecto para la ocasión de más de veinte centímetros, o bien a las piernas que eran rápidamente desnudadas y penetradas. Además de las tomas obvias de una escena sexualmente explícita, la cámara se centraba en dos detalles que eran esenciales para la recreación de una violación comme il faut; el primero de ellos era la cara de los violadores cubierta por un pasamontañas o por una media de nylon negra, la mayoría de los cuales eran, por razones obvias, negros o, en su defecto, latinos; la sensación de peligrosidad, de delito, de crimen contra la moral, de ejercicio del poder físico y natural del hombre, parecía tener que concentrarse en ese rostro tapado, en esa sensación de asfixia. La segunda de las tomas preferidas en estas películas era específica del género en cuestión: en vez de mostrar senos, vaginas, lenguas reclamando propiedad privada sobre el semen del hombre, manos que masturbaban dos penes al tiempo que eran penetradas por doble orificio, la cámara se centraba en los ojos: daba la impresión que la sensación de violación no podría estar completa sin mostrar los ojos abiertos casi hasta el límite de sus órbitas, el rimel descorrido por las lágrimas (era claro que a pesar de su supuesta amoralidad, las películas de violación también poseían contenido moral, aunque más no sea una justificación: las señoritas puras y educadas no usan rimel cuando están a punto de ser violadas), las facciones duras y en tensión, una mirada que reclamaba piedad de alguien, posiblemente del espectador.
Aquí se producían dos especies de subgéneros: en uno de ellos, el más buscado por los aficionados, consistía en que la violación fuera totalmente forzada y sin consentimiento: la joven luchaba más o menos hasta los cinco minutos y finalmente se rendía confesándose, por fin, indefensa; la cámara mostraba, nuevamente, unos ojos de cansancio, vergüenza y abatimiento que se dejaban hacer lo que el violador tuviera en gana hasta un último intento de sorprenderlo, cosa que sucedía pero era derrotada rápidamente. Es verdad que en el momento donde la resignación se abatía sobre la víctima, la intensidad de la escena se desvanecía tanto que nadie podía mantener una erección pero también era casi inevitable el fin del climax. En definitiva, para el consumidor de este subgénero pornográfico, el desenlace final le importaba realmente poco; lo que realmente lo había hecho acabar había sido el período de amenaza a la víctima y sus primeros intentos de defensa; en general, los potenciales violadores eran también eyaculadores precoces, de forma que el esfuerzo por mantener la situación también era inútiles.
El segundo subgénero de las películas de violación tenía también un contenido moral pero inverso: luego del llanto, del sufrimiento, de la indefensión, venía el descubrimiento, la victoria sobre las convenciones victorianas sobre el sexo, sobre la monogamia; el triunfo involuntario de Sade. Quien antes cerraba las piernas y amenazaba con morder el miembro, ahora miraba lasciva pero al mismo tiempo despectivamente a sus violadores quienes quedaban exangües mientras que ella sólo había abierto la puerta para nuevas sagas que,, dependiendo del consumo de drogas duras, podía durar hasta “Male Violation XXI”

24.9.07

¿Tendrías el buen tino de volver, Gladys?

y esto viene siendo una partecita del segundo capítulo de algo que se llama Gladys Volvé y que como la otra idea que tenía para esta semana parece estar tan muerta como mi capacidad seductora en un sábado por la noche, calculo que será la guest starring de PH durante al menos estos siete días.

Armando no supo hasta que terminó toda esa liturgia de entrada a la vida adulta y pública que, en realidad, ese no era el final de la noche. Su padre condujo por calles que no los acercaban a su casa; cuando llegaron a Lanús Este, se metieron por una calle de tierra y dejaron estacionado el auto. Su padre fue el primero que bajó ante la inactividad de su hijo que se concentraba en los agujeros del tapizado levantado y roto del parlante de donde hacía unos minutos habían salido una canción tan cursi como famosa.

- Dale nene, ahora te vas a hacer hombre del todo.

Los charcos de agua, las dos lámparas rojas en la puerta, el papel contact pegado contra las ventanas, las fotos de Radiolandia con mujeres sugestivamente semidesnudas, deberían haber sido un claro indicio para Armando de que estaba en un prostíbulo, de que su padre lo estaba llamando a debutar. Sin embargo, Armando no sólo no era virgen sino que también había ido a ese sombrío y pintoresco lugar la semana pasada. El que su padre pensara que él todavía era virgen, que no había podido coger por cuenta propia, le dolía menos a Armando que la posibilidad de que su padre se enterara que no era así. De una manera inarticulada, sabía que la autoridad de su padre era tan ridículamente débil que él se vería amenazado y probablemente atemorizado por cualquier circunstancia que no fuera exactamente como la había previsto.

En cuanto Armando vió a la dueña del lugar, disfrazada para la ocasión, se dio vuelta para que no lo reconociera y casi se puso a leer los epígrafes de las fotografías, como si estuviera por ingresar al oculista. Pero su padre ni siquiera lo dejó hacer eso; aún más confiado que antes, lo tomó por los hombros, lo hizo girar 180 grados y lo dejó frente a Teresa.

- Nene, tu novia por un ratito.

Su padre ni siquiera había elegido a Yamila, la de la peluca rubia, que la última semana había imitado tan bien un orgasmo que a Armando no le importó la diferencia entre la realidad y la ficción. Teresa era una tucumana de unos cuarenta años y parecía que su única fuente de ingreso y función en el prostíbulo fuera convertirse en la señorita de jardín de infantes sexual: experimentada en penes que no se paran, en adolescentes indecisos, en adolescentes configurados para no ser atraídos por mujeres y sobre todo, en explicarles a los preocupados padres la relación entre esa primer relación y su futuro como heredero de la hombría familiar que nadie podía poner en duda, con esos bigotazos.

Teresa lo tomó de la mano, lo guió por medio de las serpentinas rosas y fucsias que hacían de cortina, se acostó en la cama, se abrió el desavillé y con un dedo lo invitó a acercarse. Armando lo hizo pero se sentó en la cama y prendió un cigarrillo.

- ¿Qué pasa, papito? ¿Te gustan las minas, no?
- Sí, es que vos no me gustás. ¿Dónde está Yamila?
- Ay, ¿ni un poquito me vas a querer? Mirá que le digo a tu viejo.
- No te preocupes por la guita; después me mojo un poco la cara, cuando salgo hago que me acomodo los huevos y vos decís que soy un semental, que hace mucho que no te dolía que te la pusieran como hoy, que me parezco a él, qué se yo, esas cosas que debés decir.

Teresa le sacó el cigarrillo, prendió uno, y subió el volumen de la radio, en la cual un locutor incitaba a que el comienzo de la primavera coincidiera con la apertura de los corazones y el redescubrimiento de lo verdaderamente importante, el amor.

- Bueno, y Yamila? Dónde se metió?
- No sé, flaco, seguro que anda llorando como loca porque nunca la cogieron como la cojiste vos.

Armando se calló. El piso de la habitación de Esther era de cemento, y los rastros de cigarrillos parecían una decoración casual pero al mismo tiempo buscada. Se levantó de la cama y miró por la ventana, donde los cables de electricidad prácticamente estaban apoyados sobre los techos de las casas. Anárquicas lamparitas de 75 watts cortaban la negrura de la noche haciéndola todavía más suburbana.

20.9.07

Cosas que deja un congreso de Filosofía en Tucumán



1. Pailos es un tipo más bien inestable. Lo dejabas en posición X a las 18.14 y a las 18.25 estaba en posición no X.

2. Pailos es uno de los tipos más interesantes que conocí.

3. Pailos es un gran amigo.

4. Odio al Capitán Intriga: me terminé bajando un disco de Dani Umpi y me colgué tanto que al plomero fue recibido con semejante soundtrack. Mi fama en el barrio no mejora de esta forma.

5. Mi amigo Lucas Causa es un gran compañero de viajes a cualquier lado, con solo que creamos que estamos viajando.

6. Estoy en un momento donde facilmente puedo caer enamorado.

7. Martín Ludwig es un tipo con mucha información siempre.

8. Las Rubias son tal como me las imaginaba. No, digo mal; son mejor

9. Imaginate que te subís a un avión a las 11 de la noche, un avión lleno de profesores, de académicos, sale humito de las aireaciones, la azafata pasa la comida en diez segudnos, no se apaga nunca el cartelito de cinturones apretados, no te dejan escuchar Marley en el Mp3. Bueno, despues de eso, pensé que había sido un momento muy propicio para que el avión estalle, una situación muy lacrimentosa.
(perdón por la endogamia propia de otros blogs nefastísimos)

16.9.07

Lo que debemos a la barra brava de River


Hasta hace un año, los juicios morales me salían primero cuando escuchaba hablar de barrabravas; suelo pensar que debería suspenderse el fútbol hasta que no haya un riesgo importante de perder la vida yendo a la cancha. Sin embargo, cierta gente me dijo hace un año que el problema con los barra bravas era que estaban cebados como la Franja Morada en el 97 y ahí las lecturas empezaron a cambiar, a analogizarla con la historia de películas de mafia.

Hay algo profundamente cinematográfico en la interna de la barra de River en estos momentos; dos antagonistas, Rousseau y Schenkler, amigos íntimos que se pelean por el botín de una buena cantidad de dòlares. Y acá es dónde empieza la historia: ¿qué es lo que rompe la unidad mafiosa sino la guita?¿qué genera las incursiones de Scarface en otros barrios sino es la ambición de querer más negocios?

En Key Largo, un viejo y perseguido capo de la época de la ley seca – Johnny Rocco (el clásico Edward Robinson – jura que en dos años más volverá la ley seca y que ahí sí las cosas van a ser diferentes; la mafia se va a unir y la policía no va a tener más que rendirse; sin embargo, en cuanto tiene oportunidad, el unidimensional Rocco manda al muere a otra banda mafiosa. La unidad mafiosa es ridícula; que se rompa, que se rompa siempre que haya más plata que para doblarla.

Hay varias cosas que diferencian a esta interna de otros conflictos entre los barrabravas y que la hace tremendamente rica; matan a Gonzalo Acro, lugarteniente de Rousseau, y el grupo de éste no se contenta con clamar venganza de manera teórica o por medio de pintadas o amenazas inconcretas. No. Quieren venganza de verdad. Y la buscan. La buscan como Michael Corleone la busca cuando va al restaurant; o como cuando acribillan a Sonny en el peaje.

Pero a diferencia de El padrino, donde las vendettas corren siempre con el factor sorpresa, acá no. El grupo de Schenkler se banca las reglas del juego mafioso y dice: dale, trata de vengarte. Encontrémonos y veamos si te podes vengar. El playón de River, los quinchos, el playón del Carrefour, el playón de Ciudad Universitaria; nos encontramos ahí y nos cagamos bien a trompadas, a cuchillazos Tramontina (esto, debo reconocerlo, es un toque subdesarrollado que hace un poco pedorra la historia pero en el guión esto no debería estar). Y si viene la cana, no importa; la dejamos para otro día pero nos vamos a encontrar.

La selección de los lugares de la batalla no son un dato menor; lugares amplios, desprovistos de rincones donde esconderse, un campo de batalla donde todos vean que la batalla es esta; las cámaras de seguridad sólo son la previa de una dirección impecable donde dos ejércitos se enfrentan en el campo abierto. Porque, quizás, los barrabravas de River también vieron demasiadas películas de mafia.

Más allá de las películas argentinas que denuncian moralmente el accionar de los barra brava (como la patética Las Barras Bravas), que hacen de la moralina su néctar, el único corto que parece entender esto y que detrás de una interna barra brava puede esconderse una historia interesante es La vanidad de las luciérnagas de Gabriel Stagnaro; pero claro, para hacerlo hay que ser deudor claro de la gran serie que fue Okupas.

14.9.07

Hamlet K: la comedia sin risas


En la Lugones están dando un ciclo sobre Aki Kaurismäki, un director finlandés que tiene un par de méritos más que lo exótico de su origen.

Hamlet es el paradigma del melancólico. Pero Hamlet tiene una razón básica para tal estado: que su padre fue asesinado. En cambio, el Hamlet K de Hamlet empresario pareciera no tenerla: su padre también fue asesinado y su fantasma se le aparece exigiendo venganza. Frente a eso, lo único que le dice Hamlet K es “apúrate que hace frío”.

Hamlet K termina vengando a su padre; sin embargo, lo único que quiere es ascender en la compañía familiar y ocultar al verdadero asesino de su padre, que es él mismo. Kaurismaki actualiza la tragedia shakesperiana mostrando que la dimensión interna existencial que está por detrás del Hamlet S ya no puede existir; de hecho el to be or not to be brilla conscientemente por su ausencia acá; en el medio del juego de una empresa constructora de barcos y que quiere convertirse en importadora de patitos de hule, Hamlet K es sólo una imagen externa que carece de vida interior. Hamlet K sólo quiere a Ofelia para quitarle su virginidad y ningún sentimiento de amor habita ahí.

Las películas de Kaurismaki suelen tener una extraña combinación: actores completamente solemnes, serios y apesadumbrados, con textos absurdos. Y lo que termina produciendo eso, casi exageradamente, son personajes profundamente ridículos y bastante patético. Este Hamlet K tiene exactamente la misma característica. Hamlet K pretende que sus empleados son sus amigos, pretende realizarles confesiones profundas y los empleados/amigos lo ignoran de la mayor forma. Pero en definitiva, el gesto que hace Kaurismaki es el de construir humor y comedia desde otro lado que no tenga que ver con la risa ni con el chiste y muy probablemente tampoco con el gag, sino con otra cosa; con una construcción mucho más global de una historia que en sí es humorística.

Una buena muestra de esto es la revisión textual que encuentra Mauro Alvarez a:

El texto de Hamlet, acto primero, dice: "Nunca pidas nada prestado y nunca
prestes, que si prestas, préstamo y amigo quizás pierdas. Laertes a Polonio".
Vuelo atrás en la película: Laertes, ahora convertido en industrial y con
grandes deseos de invertir toda la empresa de la familia del príncipe en el
negocio de los patitos de hule, dice a su hijo antes de viajar: "Nunca pidas
nada prestado y nunca prestes... pero si prestas, demórate en pagar, porque cabe
la posibilidad de que se muera tu prestamista."

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9.9.07

Catequesis

Parece un típico pasatiempo infantil con la única diferencia de que está en la revista oficial del Ejercito de Salvación; una niña mira una serie de aros entrelazados. Lo llamativo es la consigna:

Nuestra amiguita tiene una gran confusión, pues no logra contar cuantos aros
tiene. (…) Una vez que los cuentes, divide por dos y entonces recordarás cuántos
leprosos fueron sanados por Jesús y no regresaron a darle las gracias.
Probablemente, la niñita no esté confundida; probablemente, no quiera saber que hay leprosos desagradecidos y un Dios botón.

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7.9.07

lo que falta


Te entregan un diploma. Y qué te pasa? Que tu familia va, que después vas a Vitraeux para tomar un café, para que nadie te vea, para que nadie te reconozca, para pasar desapercibido con un cartón enrulado en una cinta argentina. Que tu familia habla de cualquier cosa, que vos te tenés que ir a dar clases a la peor comisión que tuviste desde que dás clases, y que el enrulado ese te hizo un agujero.

Casi me costó abrir el rulo para comprobar que eras vos el que te habías recibido hace dos años exactos, que te habías recibido de lo que te recibiste y que en cuatro días te tenés que volver a clavar una pasta para tomar un avión de dos horas y vivir una semana de aventuras con La alma de las fiestas, Matías Pailos.

Ahí estaba mi nombre, mi título y la verdad es que el agujero me hacía ver cada vez mejor; como saben, soy miope y a pesar de mis lentes de contacto, pocas veces tengo la sensación de ver bien. Sin embargo, veía perfecto. Veía lo que me faltaba. Me siguen faltando todos los que quiero que estén y se resisten en su condición de muertos

¿Y qué se hace con lo que te falta? Obsesión.

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6.9.07

Tics de guionista


Un guionista es una persona rara. Una de las cosas más extrañas que tiene es que su principal enemigo no pareciera ser él mismo, lo cual es mucho más claro para cualquier trabajo intelectual, sino el otro.

El otro, para el guionista, representa una amenaza constante; el guionista, una vez descubierta una línea de historia, un perfil de personaje o una trama, la enuncia como si hubiera encontrado la isla de Lost. (de hecho no es demasiado raro pensar que la isla fue lo primero que se les ocurrió a JJ Abrahams y después la fueron llenando de personajes). Pero como si fuera Benjamin, el guionista nunca va a decir dónde está esa isla. Sólo reclama su derecho de propiedad; la isla es mía y de nadie más.

Meter cuestiones de propiedad privada en la creación terminan generando una dilación en el proceso de escritura de un guión, especialmente para aquellos que son guionistas noveles – o más bien, gente que bien podría terminar manejando un coche para llevar a los parientes a un entierrro; en pleno curso de guión con el rey de la tele de los 90, al menos una clase entera y diez minutos enteros por clase tienen que discurrir por los extraños vericuetos del proceso de registro de propiedad intelectual, cómo descubrir un plagio a nuestra historia, cómo comprobar un plagio ante la justicia, cómo entrar a un tribunal pidiendo indemnización por plagio y, por último, cómo descubrir que el establecimiento de un plagio es algo demasiado difícil y cómo criticar airadamente y al aire las condiciones del mercado televisivo, fílmico y cultural de la nación.

A diferencia del escritor, que parece más convencido en la muerte del autor, el guionista siempre tiene un traje y una corbata en el armario, dispuesto para ir a tribunales. Algo así como un Nielsen .

4.9.07

Mírame la cara


Colectivo 133; PH se sienta en el último de los asientos de a uno. Una mujer con botas, dentadura floja, pintalabios excesivamente municipal, peluca extraordinariamente peluca, se dirige directamente hacia él, como si fuera el oasis del desierto y entre So Lonely, le pregunta si no le daría el asiento.

PH se levanta, le dice "mirá que había treinta asientos para elegir" y se queda pensando. Por suerte, su cara no se refleja en el vidrio; si no vería la cara de boludo que lo acompaña a todos lados.