Arena (III y se acabó)
(La garconniere - Carlos Gardel)

El espejo roto devuelve cientos de fragmentos de lo que podría ser una imagen; un único centro que, ya sin cristal, cumple la única función de mostrar dónde empezó el golpe.
A Noé no le hace falta ni mirarse; camina despacio, se para frente a la puerta cerrada del inodoro, lee dos o tres números telefónicos rodeados de líneas que configuran cabezas de penes, rodeados de la anarquía, del black nigger, de corazones con fecha; patea la puerta y adentro no hay nadie; solo papel higiénico que sale de la taza del inodoro, como si él tampoco soportara más su contenido.
Noé vuelve al salón y ahora lo miran dos borrachos y el que esta detrás de la barra toma un bate de béisbol y empieza a caminar hacia él. La lamparita solo lo deja distinguir algunas partes del cantinero: una nariz enorme y roja, una cicatriz surcando un camino entre granos, un tatuaje en el brazo repleto de pelos negros, y una mano de la cual salen destellos de anillos, del metal del bate.
Noé se queda quieto, sin miedo, sin ningún sentimiento, no mueve ni un músculo; el bate se acerca, le habla, le grita, Noé sigue parado ahí, como si le hubieran puesto pausa sólo a él mientras que todos los demás siguen su rutina. Antes del primer impacto del bate sobre sus costillas, Noé reconoce – a través del brillo de los anillos – a Artaíno.
- Vos tenés varios problemas, pero el que te va a joder de verdad durante toda tu vida es lo corto de mollera que sos; si te dieran un millón de pesos, te los olvidarías en el gimnasio o te convencería rapídisimo de que me compres todo lo que pueda tomar en una noche, en una semana, en lo que me queda de esta puta vida.
Noé debería saber que ahora, así tirado en el piso, tendría que taparse la cabeza con las manos, tendría que decidir que zona de su cuerpo proteger y aguantar hasta el final, hasta que se cansen. Pero cuando los dos borrachos entran en confianza y le empiezan a pegar patadas con sus zapatos de los que aparecen rastros de medias, Noé esta extendido a lo largo del bar, ofreciendo su cabeza, ofreciendo sus huevos. Uno de los borrachos lo agarra del cuello, lo levanta un poco, le grita, le pasa su aliento a años de rutina alcohólica, y le cruza la cara de una trompada y después otra y después el otro borracho empuja al primero y empieza a clavarle rodillazos en la nariz que ahora sangra, que nunca dejó de sangrar. Noé ya puede sentir el gusto de su propia sangre y el dolor de los golpes recibidos hace un rato se suma con los de ahora. El del bate se seca la frente, toma aire, calcula y le empieza a pisar despacio los huevos, aumenta la presión y ya siente que la suela de los zapatos está rozando el piso y ahí pisa más fuerte y después un poco menos y después repite toda la operación como si fuera un ejercicio que hay que realizar con un método preestablecido, sin saltearse nunca un paso; cuando otra serie de trompadas del primer borracho empieza a llegar, Noé reconoce que el primer borracho es Artaíno, que el segundo borracho es Artaíno y que el que le está quebrando las rodillas con el bate es Artaíno y que el bate es Artaíno y que la luz viene de Artaíno.

Bizzio intercala recursos trilladísimos y anticuados para “”reflexionar”” sobre la literatura, algo que no parece ser excesivamente necesario; así, por ejemplo, la intervención casi brechtiana del autor en el medio del relato: “ahora hagamos dos cosas fundamentales: hablemos del futuro, y resumamos”, “Por encima de él, Uma advirtió que… (no importa, no hay tiempo)”, “Vean ustedes con qué naturalidad pasa el tiempo en la literatura”, etc.”, termina siendo más un obstáculo a la lectura que algo interesante para leer.
Hay dos cuentos – quizás, los más medidos, los más correctos – que están muy bien: uno de ellos es Malcolm, la historia de un pato que decide vengarse – de una de las formas más terriblemente descriptas - de unos gatos que lo violaron; curiosamente, algo que el mismo Bizzio reconoce, en esta historia, que por convertir a un pato en un ser racional, parece ser más una historieta (lo curioso viene de acá, de que si se quiere, la historieta es otro género) que un cuento, Bizzio logra un equilibrio bastante adecuado entre todos los personajes y la historia principal.






