Objetos Maravillosos o decorando un buzón para su venta
Cuando en una de las cenas Afiebradas, Pailos me dio mi ejemplar autografiado de Objetos Maravillosas de Incardona, Zedi Cioso me dijo: “Está bien, son posts”; dije “ehhhhhhhhhhhhh”. pensando que el espíritu crítico de Cioso había ido bastante lejos; “pero es descriptivo, son los posts de su blog”. “Ahhhhh”
¿Cómo te dás cuenta que son posts y no son cuentos? Bueno, primero porque ya los leíste; después porque tienen la fecha, algo que necesariamente hace pensar en un diario.
Pero lo que distingue a Objetos Maravillosos del registro de un diario es que el narrador prácticamente está ausente, o mejor dicho, dá la impresión de querer estar ausente.
Cuando el vendedor vende un anillo o un aro, vende una historia, algo que no se relaciona inmediatamente con el objeto; vende “Eleva tu glamour hasta las nubes”, “Brillitos embriagadores”, no vende anillos o no vende aros. En cada uno de sus objetos, Incadona hace notar la plusvalía, ese resto que no se vería ni siquiera si su objeto se rompiera con un martillo. Y esa plusvalía se parece a un mínimo relato, a una mínima muestra de literatura.
Así, lo que va pasando a través de Objetos Maravillosos, un libro que debería leerse en cualquier imagen que para uno represente el mito urbano, son mínimos esbozos de personajes, de anécdotas que Incardona cuenta y con las cuales parecería tener una relación de apropiación póstuma y no de experiencia presente. Melancolía de Villa Celina, melancolía de la banda del barrio, melancolía que estalla cuando Incardona le cuenta a un amigo de la infancia los cuentos que lo tienen como protagonista central.
Los objetos maravillosos no son sólo los anillos y los aros, también son esos posts, porque el mecanismo pareciera ser el mismo; tomar un objeto, el metal o el papel, deformarlo hasta darle forma, antropomorfizarlo y dejar que el objeto esconda al autor. Vender el propio yo pero disfrazado de cosa, de otra cosa. Ahí, es donde empezás a darte cuenta de que capaz te hicieron leer cuentos cortos.
Como siempre, los vendedores hacen que los árabes compren arena.
¿Cómo te dás cuenta que son posts y no son cuentos? Bueno, primero porque ya los leíste; después porque tienen la fecha, algo que necesariamente hace pensar en un diario.
Pero lo que distingue a Objetos Maravillosos del registro de un diario es que el narrador prácticamente está ausente, o mejor dicho, dá la impresión de querer estar ausente.
Cuando el vendedor vende un anillo o un aro, vende una historia, algo que no se relaciona inmediatamente con el objeto; vende “Eleva tu glamour hasta las nubes”, “Brillitos embriagadores”, no vende anillos o no vende aros. En cada uno de sus objetos, Incadona hace notar la plusvalía, ese resto que no se vería ni siquiera si su objeto se rompiera con un martillo. Y esa plusvalía se parece a un mínimo relato, a una mínima muestra de literatura.
Así, lo que va pasando a través de Objetos Maravillosos, un libro que debería leerse en cualquier imagen que para uno represente el mito urbano, son mínimos esbozos de personajes, de anécdotas que Incardona cuenta y con las cuales parecería tener una relación de apropiación póstuma y no de experiencia presente. Melancolía de Villa Celina, melancolía de la banda del barrio, melancolía que estalla cuando Incardona le cuenta a un amigo de la infancia los cuentos que lo tienen como protagonista central.
Los objetos maravillosos no son sólo los anillos y los aros, también son esos posts, porque el mecanismo pareciera ser el mismo; tomar un objeto, el metal o el papel, deformarlo hasta darle forma, antropomorfizarlo y dejar que el objeto esconda al autor. Vender el propio yo pero disfrazado de cosa, de otra cosa. Ahí, es donde empezás a darte cuenta de que capaz te hicieron leer cuentos cortos.
Como siempre, los vendedores hacen que los árabes compren arena.
(*)picture from here