type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: agosto 2009

30.8.09

90 grados (3)


El último bloque de 90 grados!!! Estamos ansiosos, tenemos que reconocerlo. No sólo por que vamos a presentar a nuestro último candidato para las semifinales de la semana que viene sino porque no es un participante cualquiera. Pero no les quiero anticipar nada… A ver si con estas pistas y esta foto de archivo lo pueden identificar. Luis nació en Buenos Aires pero volvió luego de 16 años de ausencia; dice que estuvo recorriendo todo el país aunque, en el fondo, cada lugar se parecía demasiado a cualquier otro; es especialista en temas de seguridad, fue conserje de hotel y apareció en la portada del máximo diario porteño en 24 ocasiones distintas.
Luis está sentado en la cama y fuma concentrado en las volutas de humo que produce. Ahí la vemos a entrar a Sonia, vecina de Villa Pueyrredón, se declara fanática de Eddie Sierra y de sus más de veinte gatos. Sonia se considera a sí misma una artista del baile erótico y espera que alguien le de una oportunidad en nuestro medio.
Sonia se acerca a Luis y quiere levantarlo, tomándolo de la mano pero él la empuja y ella trastabilla. Aquí, como no podíamos dudarlo, vemos un participante decidido a ganar. Sonia, un poco confundida, se quita los zapatos lentamente, se acerca al borde más alejado de la cama y comienza a contornearse suavemente al ritmo de una imaginaria canción sensual. Se acaricia los pechos a través del vestido, desliza su mano dentro y deja ver sus pezones endurecidos; alza sus pechos y acaricia sus pezones con su lengua, sin dejar de mirar provocativamente a Luis. Luis la observa, le dedica un insulto que sale por el costado de su boca y prende otro cigarrillo. Sonia sube a la cama y gatea hacia la espalda de Luis; le acaricia el abdomen, besa su cuello, sube a su oreja y otra vez él la aleja con su brazo derecho.
Sonia, sin perder la concentración inicial, se recuesta en la cama, se quita el vestido, y comienza a perder su mano en el interior de su vientre; el movimiento descendente de su mano la estremece, su piel se convierte en un conjunto de pequeños volcanes en erupción y pasando su lengua por sus labios le susurra a Luis cobarde, tócame, cobarde, tócame. Luis, por primera vez, gira e involuntariamente abre sus ojos y la boca permanece abierta con el cigarrillo colgando. Se quita el cinturón, lo enreda en su muñeca y mientras su pantalón comienza a descender lentamente, atraviesa el aire con un latigazo de su cinturón. Sonia sonríe provocativa y lo llama con un leve movimiento de su índice; Luis, hipnotizado por nuestra seductora, avanza con pesadez y dudas; cuando está cerca de él, Sonia atrae su cadera y hunde su rostro en su bóxer con estampado escocés. Luis echa la cabeza hacia atrás, y rodea su cuello con el cinturón; Sonia, excitada por el frío del cuero, le quita definitivamente el bóxer y continúa su tarea; sin embargo, su rostro excitado comienza a mutar de color, primero pasando al rojo, luego al violeta y ahora tornándose en un azul sanguíneo; Luis continúa acortando el diámetro del cinturón hasta que Sonia, sofocada, avanza sus brazos y se aparta de Luis; queda con el rostro mirando al suelo, en búsqueda de aire. Luis ve una oportunidad, la toma de los cabellos y a pesar de sus gemidos de dolor, la arranca de la cama y la hace dar algunos círculos en el suelo.
Recuerden, espectadores, que no es nuestra función dictaminar qué es lo correcto o lo incorrecto en el sexo. Sonia pretende levantarse pero un cross de derecha de Luis la devuelve contra el piso; se toma el rostro hinchado del cual desciende una delgada lágrima de sangre. Comienza a gatear por el suelo, intentando ganar la puerta de la pecera. La erección de Carlos, propia de un toro antes de consumar el acto, es increíblemente firme. Si la cámara nos acompaña, allí podemos ver dos venas azuladas completamente delineadas que bombean sangre como una represa. Carlos, con sus ojos inundados de un brillo homicida, encaja un puntapié en el costado de Sonia quien se hace un ovillo de dolor en la alfombra.
Carlos se abalanza hacia ella, rodea su cuello con sus poderosas manos y comienza a apretar. Nuestra producción, preocupada por la equidad de las reglas que dictaminan el resultado correcto de este procedimiento aceptado por toda nuestra teleaudiencia, comienza a proyectar en el monitor las imágenes del juicio en el cual Luis, junto con el empleado del hotel que estaba encargado de limpiar los baños, fueron condenados por el asesinato de cuatro individuos en la localidad de Caleta Olivia. Allí, lo vemos a Luis, con su gorra deportiva clavada por debajo de los ojos, chancear con su cómplice que lo mira sin comprender absolutamente nada; la estentórea carcajada de Luis, en el preciso momento en que el juez da el dictamen, es recordada con temor reverencial por nuestros compatriotas.
El factor distorsivo parece haber excitado aún más a Luis quien ahora toma con sus dos manos la cabeza de Sonia y la estrella repetidamente contra una esquina metálica de la cama, que comienza a despedir sangre. Finalmente, el cuello de Sonia gira en una posición imposible; Luis, con sus ojos inyectados en sangre, sus dientes grises parecidos a gilletes, su respiración entrecortada, se dirige hacia una silla, la eleva sobre sus hombros y la deja caer contra el cuerpo exánime de Sonia. Ahora sí, amigos, Luis le separa las piernas, corre con sus dedos la bombacha negra de satén y la penetra.
El escribano Henríquez Ureña nos informa que se ha cumplido el tiempo y que la erección de Luis ha permanecido en un grado de 90 grados durante más de siete minutos. Abrimos la puerta de la pecera y mientras nuestro personal de seguridad reduce a Luis con una poderosa descarga eléctrica, nosotros nos despedimos deseando a todos ustedes un muy feliz fin de semana y recordándoles que la semana que viene nos acompañen en las semifinales de 90 grados, el programa donde los que pierden ganan y los que pierden ganan!!!
(*) pic froom here

19.8.09

90 grados (2ª parte)

Ya damos paso al segundo bloque de nuestro 90 grados, la emisión televisiva en la que todos ganan, los que pierden y los que triunfan. Nuestro segundo participante es Carlos. Vive en Palermo, es publicista en ascenso, aventurero en cuestiones del corazón y del sexo. Su comida preferida es el tofú reposado en oleo con un colchón de hierbas aromáticas, su piedra es la amatista y se declara un fanático total de Morrisey.
Nuestra seductora, Ekaterina, ya hace su ingreso llevando de la mano a Carlos; Ekaterina es bielorrusa y desciende en cuarta línea de una condesa rusa que dio con sus huesos en la cárcel de Sebastopol, acusada de ayudar a más de veinte judíos a escapar de un pogromo. Ekaterina fue tercera bailarina en una revista de esta capital pero finalmente le fue más redituable dedicarse a la prostitución en apartamentos privados. Y vaya que lo agradecemos!!!
Carlos es un participante decidido; a los cinco segundos de besar sus labios soviéticos, ya está acariciando los muslos de la seductora, ha introducido su mano dentro de los tejanos ajustados de Ekaterina y presumiblemente esté buscando su sexo, luego de apartar con sus dedos la fina tanga que cubre la calvicie de su intimidad. Ekaterina, sorprendida ante la inminente pérdida de control, le quita las manos y lo empuja contra la cama. Se arrodilla para sacarle los pantalones pero Carlos ya se los ha quitado y con su mano guía la rubia cabellera de Ekaterina a encontrarse con su polla tiesa, enhiesta como una vela encendida que exuda cera. Nuestra seductora mira desesperadamente hacia la cámara, pidiendo ayuda a nuestra producción mientras Carlos guía el recorrido ininterrumpido hacia su boca abierta. Tranquila, Ekaterina, tus camaradas no te abandonarán ni ahora ni nunca.
Hay un gesto de tensión y de sorpresa en el rostro de Carlos; en la pecera suena Kreator a todo volumen, una banda de heavy metal alemán con letras potencialmente nazis. El movimiento de su pelvis se reduce casi hasta la inmovilidad… Son momentos tensos, amigos… pero… claro, nuestro Carlos es un campeón. Mientras gira a Ekaterina y apoya su pene en pleno proceso de recuperación contra su trasero de marfil, eleva su mano y hace el signo de los cuernos diabólicos y mueve su cabeza como si agitara mechones interminables de rulos. ¿Habrá entendido el juego Carlos? Pues claro, amigos, hagas lo que hagas, siempre ganas!!!
Carlos se arrodilla, separa las piernas de Ekaterina y hunde su rostro en su sexo, primero con movimientos suaves y llenos de amagues hasta que finalmente su lengua se convierte en una brocha que transporta la humedad de Ekaterina. Ella se arquea y lo reclama hacia arriba con sus manos. Es otro momento clave. Por el monitor de la pecera aparece el rostro de su madre, aislada en un asilo para ancianos, que le pide a Carlos que, por favor, no se demore en la vuelta del colegio, que compre el almuerzo, que pase a saludar a su tía Conce y que le ayude a limpiar los insectos de las plantas y que, finalmente, le lleve el almuerzo a su padre a la Municipalidad; por supuesto, Carlos no podrá hacer eso pero su madre vive mentalmente en un espacio temporal comprendido entre el 16 y el 18 de agosto de 1985. Su madre ahora llora, preguntándole por qué no ha llevado su alimento a su padre y pidiéndole que otra vez le cuente la historia de cómo lo encontró muerto en su escritorio.
Carlos ha quedado con la boca abierta frente al sexo reluciente de Ekaterina y sólo atina a mirar por encima de su hombro el monitor. Gira su cuerpo y se sienta en cuclillas sin poder desviar su visión. Ekaterina le desliza una mano por su espalda, luego apoya sus contorneadas tetas sobre el cuerpo de Carlos y acaricia sus pezones que comienzan a solidificarse. Nuestro héroe se deshace de ella con un movimiento brusco, va hacia la tele y queda pensativo unos segundos…. ¿Qué hará? Son momentos de duda que todos los grandes hombres tienen; lo hemos visto ya miles de veces en 90 grados y sin embargo, nuestra audiencia no deja de sobrecogerse cada vez que el héroe se enfrenta con su temor distorsivo más importante. ¡Sí, sí, sí!! ¡Es increíble cómo nuestro perdedor será quizás el más recordado de esta emisión!!! Carlos ha levantado el monitor sobre su cabeza y lo ha arrojado contra el suelo, haciéndolo añicos!!! ¡El suelo alfombrado posee pequeños destellos de los vidrios estrellados de la pantalla!! Ekaterina, convertida en una niña rusa emocionada por el desfile del Ejército Rojo, aplaude mientras el color rojo acude corriendo a sus mejillas.
Carlos corre al encuentro de Ekaterina y la empuja contra la cama. Se besan apasionadamente pero Carlos comienza a tantear de manera desconfiada su sexo. Allí hay un posible ganador. Ekaterina, dispuesta a todo por disfrutar de la pasión indómita de Carlos coloca el sexo a media asta de Carlos entre sus pechos y asciende y desciende de manera sensual, mientras su lengua deja un camino directo entre los vellos de Carlos. Carlos cierra los ojos, intenta olvidar a su madre, a Kreator, a todos los vaivenes de esta velada de sexo y parece que lo está logrando porque Katerina sonríe y lo besa suavemente en los labios. Pero… ahora Ekaterina se recuesta alta y curvada como la hoz soviética sobre el cuerpo de Carlos, apoya su cabeza en su pecho, cierra sus ojos y finge dormir; vamos, amigos, ya sabemos que significa eso. ¿Qué tiempo tenemos, escribano? ¿Cinco minutos más? Los justos para que Carlos pierda. Carlos la aleja suavemente y vuelve a esconder su cabeza en sus piernas; hay algo en la masculinidad de Carlos que no le permite dejarla sin satisfacción; una profunda convicción en la necesidad de que ella sea feliz, pero no feliz en general, sino feliz con él, que él sea el causante del clímax. Es la vanidad en vestimentas de generosidad, nos acota nuestro psicólogo. Ekaterina disfruta, cierra los ojos, arquea su preciosa espalda y Carlos levanta su rostro húmedo de sus piernas. Ella lo reclama pero él salta de la cama, se aleja contra un rincón y comienza a gritarle a su sexo, al tiempo que lo estruja entre sus manos; mientras camina, mira con indignación a su poco creciente sexo, pega pequeños saltos, desanda sus pasos, suda por cada poro de su piel y finalmente se deja caer en la alfombra, mirando vengativamente al techo y sin preocuparse del cristal disperso en la alfombra. Ekaterina ya duerme.
Es importante comprobar el resultado; como estamos viendo, Carlos superó los 90 grados de erección pero sólo los pudo mantener tres minutos cuarenta segundos. Un gran esfuerzo por no pasar a las semifinales pero que, sin embargo, no sirvió. Se abren las puertas de la pecera y sale Carlos caminado lentamente: un aplauso para nuestro participante!!! Bravo, Carlos!!! Un hueso duro de roer.
- Este juego es una mierda. Creí que podía perder mucho antes, que podía demostrar la fuerza de la voluntad ante que otra cosa pero fue todo muy fuerte.
- ¿Qué expectativas tiene con respecto a la gran semifinal?
- Quiero revancha. Quiero que vuelva Ekaterina y esta vez no la voy a dejar dormir.
- Un verdadero optimista del sexo.
- Voy a pensar mucho en los momentos donde me desconcentré. Creo que puedo perder de una manera mejor a esta en la cual gano; yo no soy materialista, no me importa un carajo …(perdón, me importa poco) el descapotable, yo quiero colectivizar a esa rusita y lo voy a hacer.
- Bravo Carlos!!! En momentos de profunda desesperanza y desconcierto como los que vive la nación, es preciso contar con miradas enérgicas como la suya. Mientras nuestros asistentes despiertan a la poco exigente Ekaterina, nosotros hacemos un breve receso y ya estamos de nuevo con 90 grados, el programa donde los que ganan, pierden!!!

10.8.09

Poniendo los discos al revés 2

DJ Nacholeo nos invitó a un mundo de degenerados, poblado por masturbadores idealistas y adictos al Teen Sex.

Noche de sexo puede despertar unas profundas ansias de perrear o de ser perreado, puede convertirse en el momento más alto de una noche con un conjunto de amigos propensos a agitar las fiestas. El estribillo ayuda: “hoy es noche de sexo, voy a devorarte nena linda”; la gente escucha sexo y es como si le entraran cosquillas, como si sintiera la picardía perdida de buscar culo en el diccionario.

El estribillo es repetido mil veces, acicateado por los deseos de los productores de Wisin y Yandel pero si uno se aleja del hipnótico “Hoy es noche de sexo”, ese mundo comienza a convertirse en un caudaloso río de una sustancia untuosa de origen vegetal. Desde el inicio de la canción - evitemos la polémica entre “sonaste” y el “so nasty” - con el aclamado logro kitsch de “soy el chico de las poesías, tu fiel admirador y aunque no me conocías hoy es noche de sexo” – y uno se imagina al pibe que vende los libritos de poesía en el tren por cuatro módicos pesos –, uno supone que la chica receptora de la canción se deja seducir por la idea de “mamá, te presento a mi novio. Se llama Yandel, escribe poesías y es re bohemio.” Lo rodea con los brazos y lo besa.

Sin embargo, ese comienzo auspicioso, cargado de amaneceres en las playas de Acapulco (nada de Playa del Carmen), de caminatas de la mano, de poesías de Becquér al oído, despierta a nuestro poeta y lo hace volar, enredarse en la falda tableada de colegio secundario de la enamorada y de repente, descubre sus verdaderas intenciones. “Que vo arrancarte la tela con cautela, mi piel canela, enseguida pela”. El “vo arrancarte la tela” (con o sin cautela), en realidad, el voy a arrancar, un verbo tan adecuado y apto para nuestras congéneres feministas, comienza a mostrar al poeta del tren como algo más cercano al tren que al poeta.

Convencidos de que no es el chico de las poesías, sino que tan sólo está creando una imagen ficticia para venderle a la virgen ofrecida en sacrificio, llevada por medio de argucias y falacias a la tentación del pecado (habrás otra forma de ser llevado al sexo que por argucias y falacias?), los padres de la adolescente comienzan a dudar de la autoridad moral del autor. El chico, aterrado por la expectativa de perderla, comienza a mezclar los idiomas y confundir a los padres en un verso a la vez poético (poesía quiere decir rimar, como bien nos recuerda nuestra televisión) y seductor: “póngase romántica please, dame un kiss, no cometa un desliz

Los padres, ahora si, tentados por el futuro de la nena con uno que sabe idiomas, la dejan ir. Él, protector, advierte a la niña “empecemo' en la playa, terminemo' en la cama trae la toalla porque te vas a mojar” y ella, ilusionada por los cuidados que él le demuestra, por el cariño futuro, toma su toalla rosa, esconde el estampado de Thalía y camina de la mano con el chico de las poesías.

7.8.09

sordidness is back

90 Grados (parte I)

Hola, bienvenidos a otra emisión de 90 grados, el programa que revolucionó la forma de hacer televisión. Nuestro primer participante es Joaquín, tiene cuarenta y cinco años, está divorciado desde hace veinte, tiene cuatro hijos pero el más chico el otro día salió corriendo cuando se presentó en la universidad privada que paga su padre adoptivo. Joaquín vive en Rafael Calzada, es desocupado y aún no pasó el cuarto paso de Alcohólicos Anónimos.
Aquí llega María, nuestra seductora; su color preferido es el turquesa, prefiere la montaña a la playa y su ídolo de la historia es Faruk, el dueño del restaurant armenio que auspicia 90 grados. Vemos sus primeros movimientos; sus brazos rodean a Joaquín, lo contornean al ritmo de la música, vemos ahora como le lame delicadamente el cuello, luego la lengua va escondiendo la oreja en su boca… Sí, amigos, ahora lo está arrojando contra el sillón. Joaquín, nuestro preocupado participante, se acaricia la entrepierna y pasa su mano por la espalda de María; ella, quizás intrigada por esas manos resbalosas de sudor frío, le arrebata el poco cabello en un gesto que promete lujuria. Sí, ya estamos viendo las primeras gotas de sudor en la frente de Joaquín, el movimiento que hace automáticamente su mano hacia su entrepierna y que comprueba la oportunidad.
Atención, amigos teleespectadores, estamos llegando al momento importante; María, cargada de recuerdos, de líquidos rodando por sus prominentes formas corporales, comienza a quitarle el cinturón con su boca. Joaquín se altera e intenta que la boca de María vaya al encuentro de su miembro pero ella lo mira con un gesto de paciencia y vuelve a acariciar su pierna. Joaquín se echa hacia atrás, entristecido o ansioso, y finalmente María le quita los pantalones, desliza su mano en el interior del slip bordó (un color muy de moda, nos acota el especialista) y la eleva y hace descender. Joaquín sale de su marasmo de placer y le quita el corpiño en pocos movimientos; en una lucha despareja, alcanza la posición superior y lame los pezones negros de María, descubiertos bajo un corpiño verde loro (un must not de la lencería, nos acotan aquí). María desliza su mano por el trasero de Joaquín, dibujando mentalmente sus contornos y con un movimiento suave pero, sin embargo, rápido le quita el slip. Joaquín, sorprendido, deja caer la cabeza hacia adelante y María conduce sus manos al encuentro del sexo de Joaquín. Esa sonrisa de María ¿qué está indicando?¿Son esos temblores los signos de un orgasmo futuro?¿Ya alcanzó el clímax con la sola intuición de la penetración?
No, no, por el contrario. Esos temblores son los intentos de no reir, el movimiento cósmico que produce la conmiseración. Sin embargo, Maria está riendo, a pesar de que se tape la cara no deja de reir; Joaquín la mira con una sonrisa idiota en el medio del rostro, y ahora está a punto de quitarle la bombacha amarilla pero María cae del sillón, rodando por el suelo y riéndose. La sonrisa desaparece de Joaquín pero, sin embargo, una nueva expresión idiota lo acecha. María observa directamente a la cámara y deja un espacio entre su dedo pulgar e índice, un espacio lo suficientemente pequeño para que entre un único dedo; se da vuelta, mira a Joaquín, le repite el gesto y ahora sí, ríe como poseída por la venganza de las mil mujeres que la noche ha producido para conservar. Joaquín sale de su marasmo para levantarse y abrazarla pero tropieza con una de las sábanas y cae despatarrado al piso, dejándonos ver, con una claridad demasiado obvia gracias al zoom, el motivo del gesto de María quien cae de rodillas al suelo y continúa riéndose, mientras lo señala.
Joaquín toma su cabeza entre sus manos y se sacude rítmicamente hacia arriba y hacia abajo; algo lo distrae. Es el sonido que proviene del monitor que tienen en la pecera; ahora se van sucediendo las fotos en sepia de su casamiento, sus hijos abrazando a su padrastro, las vacaciones de su exmujer en los arroyos de Córdoba, rodeada de sándwiches de milanesa y piernas de jamón en extremidades femeninas. María lo lleva contra el rincón de la pecera a fuerza de bromas, de gritos sostenidos y Joaquín llora, sin protegerse de las columnas líquidas de mocos que caen por su cuerpo, sin ocultar su rostro.
¿Hace falta aplicar el transportador? Nuestro escribano, Henríquez Ureña, nos conmina con un movimiento ascendente de su moño. Tenemos allí el primerísimo plano del sexo de nuestro participante; esa línea roja que se está moviendo representa el ángulo de su erección y, como lo sospechábamos, no ha superado durante cinco minutos los 90 grados de erección. Ahora sí, amigos. Mientras abrimos las puertas de la pecera del amor, venga un fuerte aplauso para nuestro ganador!!! Por acá, Joaquín!!! J aja ja. ¿Salió un poco confundido, verdad, amigos? Nuestra secretaria le alcanza unos pañuelos. Limpiese hombre, póngase contento, que ganó el acceso a la semifinal de 90 grados con el premio máximo de un auto descapotable, enorme, gigantesco y que, por lo que vimos, le podría servir a usted muy bien de compensación natural. Vamos, amigo Joaquín. ¿Quiere decir algunas palabras para la amable teleaudiencia?¿No? Bueno, lo comprendemos. María, por favor, retírese de la pecera que ya está llegando nuestro próximo participante en búsqueda de no conseguir una erección a pesar de todas nuestras tentaciones!!!. ¿Será tan bueno como Joaquín? Ya lo veremos amigos.