14.10.09
18.9.09
por qué Glee va a ser una pésima serie
Supuestamente Glee es la nueva apuesta de Fox en el terreno de las series e iba a tratar de cómo un grupo de rechazados en una escuela secundaria norteamericana formaba un coro. Es un buen comienzo, especialmente, la parte de que es un grupo de rechazados si tenemos en cuenta la larga tradición de buenas cosas que han pasado en la cultura norteamericana con esa premisa en los últimos tiempos.
Sin embargo, el primer capítulo muestra que no es otra cosa que High School Musical con dos chistes más y dos canciones menos. El grupo de rechazados es sólo rechazado porque la premisa lo exige pero, en realidad, su parámetro de belleza es sólo un poco inferior al de la media para el musical hollywoodense; no sólo eso, sino que el único realmente feo es un discapacitado en silla de ruedas, con lo cual todo se hace demasiado obvio y potencialmente discriminador.
Glee engaña desde el comienzo; el protagonista, el profesor que dirige el coro y que vive en la idiota tensión clásica de los musicales adolescentes entre la adultez y la búsqueda del sueño de la vida, se entera al poco tiempo de comenzar las audiciones – no es claro cuáles son sus motivaciones para comenzarla – que va a tener un hijo y decide renunciar a su docencia y dedicarse a ser contador. Esto, que ocurre en el piloto, donde supuestamente hay que tirar toda la carne al asador y proyectar todas las líneas dramáticas de las cuales se nutre el nervio narrativo del guión, es inverosímil incluso para el espectador más domesticado; todos sabemos que esa renuncia es falsa y que, desde el momento en que la pronuncia, va a terminar renunciando a esa renuncia porque es imposible que el protagonista se despida de su función protagónica en la primera aparición. Y eso mismo es lo que va a ocurrir en toda la serie: falsas renuncias, falsos fracasados y muchas canciones cantadas magistralmente, bailadas magistralmente y con una trama tan ridícula y tan trillada que da bronca haber gastado el ancho de banda en downloadearla.
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5.6.09
Caja negra, densidad Bisama
(*pic from here)
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28.1.09
Los domingos son para dormir, o qué hacer después de vengarnos
Dicho un poco brutalmente, Hegel pensaba que la dialéctica consistía en un proceso triádico basado en tres momentos: la completa identificación, la completa diferencia y el momento de contradicción, la etapa superadora pero que contiene a los previos; esta papa metafísica en el fondo es la idea de que los individuos no están constituidos ni en una soledad egoísta total, ni en una total determinación por los otros, sino en un juego superador entre ambos momentos previos.
Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi, son un buen ejemplo de qué ocurre sin esa última etapa superadora. Los personajes que recorren los cuentos que componen el libro no tienen una interioridad singular, propia, a pesar de que, en general, no dialogan, a pesar de que podríamos entender que lo que leemos es un largo monólogo de un único personaje.
Pero a diferencia de un monólogo que reflexiona sobre la propia subjetividad, lo que ocurre es que ese diálogo interno está compuesto básicamente por el temor que producen los otros, donde los otros es el resto del mundo. Los otros son los padres que vienen a comer, son los compañeros de casa que no se comportan de un modo particular (el modo en que quisiéramos, que tampoco se sabe muy bien cuál es), los otros son las amigas de la infancia perpetuadas en un ida y vuelta de argumentos, llantos y amoríos de verano provinciano, son los novios que no llaman.
Esos otros son, fundamentalmente, una amenaza que hace imposible que los personajes asuman algún tipo de singularidad; fundamentalmente, porque ellos son motivos de enojo, de rabia, de recriminaciones silenciosas pero que no desembocan más que en la bronca misma. En Los domingos son para dormir pareciera no existir algo así como una supuesta superación de ese enojo, de alguna acción por parte del protagonista que la conduzca a otro lado; aunque a veces da la sensación de que ya no tolera a sus amigas de la infancia, la protagonista de Fuera de Temporada se va de vacaciones con ellas; sus dos amigas van modificando, por una u otra causa, sus planes iniciales pero la protagonista vuelve a Buenos Aires a seguir esperando un teléfono que no suena hace mucho tiempo y que no da la impresión de volver a hacerlo.
En esa insistencia en el enojo, en la molestia por la mera interferencia del otro que siempre se termina convirtiendo en dominación, hay algo bastante divertido y es que se le parece mucho a los momentos donde uno planea venganzas terribles, matanzas largas y dolorosas dirigidas a infligir la mayor cantidad de dolor posible a los causantes de nuestro dolor: “aunque yo no lo haya notado, él me había seguido todo el tiempo con su moto tipo Harley Davidson, cuando salgo se decide, estoy por cruzar la calle, se detiene junto a mí, baja de la moto, dice mi nombre, se arrodilla y llora desconsolado, pide perdón, dice Clarisa sos la mujer de mi vida, por favor perdóname, estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para que estés conmigo. Pero no me dejo conmover por sus estúpidas lágrimas y como en una canción le digo ya es tarde.”
El problema de las venganzas, especialmente de aquellas largamente pensadas, planeadas y proyectadas, es el vacío que viene después de haberla llevado a cabo. ¿Y yo qué hacía de mi vida antes de ser El vengador, antes de ser Montecristo? Bueno, ese vacío es el problema de no llegar al momento superador de la dialéctica.
De todas maneras, Hegel es inentendible. No así el libro de Sonia que lo leí en dos días y me dejó con ganas de más misantropía.
(*) pic from here
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12.10.08
Dos opciones para ¿Cómo desaparecer completamente?
¿Qué cosa mala puede pasar si algo tiene el título de una canción de Radiohead y si en la tapa del libro hay un tipo agachado con unos pijamas ingleses, en el mejor estilo de reviente de Trainspotting?
En Cómo desparecer completamente, que no trata acerca del sueño que Thom Yorke tuvo cuando volaba Irlanda, Mariana Enríquez juega con una tensión evidente entre dos culturas urbanas: la del conurbano, rodeado de pobreza, marginalidad, drogas como subsistencia y ríos contaminados y la de Palermo, o más precisamente, la de la Bond Street, donde hay apertura mental, drogas como experimento, y gente copada que sí “te invita a su casa a dormir.”
El que no vive esa tensión sino que la soluciona casi sin pensarlo es Matías, el protagonista de la novela, que cargando con una historia personal de abuso sexual y neurosis extrema, y una familiar de muertes por narcotráfico, abandonos, suicidios frustrados y renovaciones evangelistas, cree que lo mejor, lo que lo va a salvar va a ser, no justamente desaparecer completamente, sino aparecer en otro lado, aparecer en Palermo.
El hecho de que Matías prácticamente no viva esa tensión como tensión sino como la huida al mundo perfecto genera una duda: o Enriquez cree efectivamente que la salida está en Palermo, en el mundo de las fiestas electrónicas y de las marchas homosexuales o cree que el problema es el propio protagonista, un pendejo bastante insoportable respecto de la autocompasión y la paranoia respecto de cualquier mirada externa a él.
Si cree lo primero, Como desaparecer completamente no es sólo políticamente incorrecto sino casi la justificación de un discurso concheto acerca de por qué las fiestas no deberían hacerse más allá del límite de Avenida Rivadavia y La Plata si Enriquez cree lo segundo, la novela se hace exponencialmente más interesante por la ironía que supone un verdadero escape hacia la nada, una huida que supone exactamente los mismos riesgos por los cuales uno huyó. Eso es más Radiohead. La primera opción es, no sé, más Spice Girls.
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31.7.08
Nueva literatura colombiana
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16.1.08
Objetos Maravillosos o decorando un buzón para su venta
¿Cómo te dás cuenta que son posts y no son cuentos? Bueno, primero porque ya los leíste; después porque tienen la fecha, algo que necesariamente hace pensar en un diario.
Pero lo que distingue a Objetos Maravillosos del registro de un diario es que el narrador prácticamente está ausente, o mejor dicho, dá la impresión de querer estar ausente.
Cuando el vendedor vende un anillo o un aro, vende una historia, algo que no se relaciona inmediatamente con el objeto; vende “Eleva tu glamour hasta las nubes”, “Brillitos embriagadores”, no vende anillos o no vende aros. En cada uno de sus objetos, Incadona hace notar la plusvalía, ese resto que no se vería ni siquiera si su objeto se rompiera con un martillo. Y esa plusvalía se parece a un mínimo relato, a una mínima muestra de literatura.
Así, lo que va pasando a través de Objetos Maravillosos, un libro que debería leerse en cualquier imagen que para uno represente el mito urbano, son mínimos esbozos de personajes, de anécdotas que Incardona cuenta y con las cuales parecería tener una relación de apropiación póstuma y no de experiencia presente. Melancolía de Villa Celina, melancolía de la banda del barrio, melancolía que estalla cuando Incardona le cuenta a un amigo de la infancia los cuentos que lo tienen como protagonista central.
Los objetos maravillosos no son sólo los anillos y los aros, también son esos posts, porque el mecanismo pareciera ser el mismo; tomar un objeto, el metal o el papel, deformarlo hasta darle forma, antropomorfizarlo y dejar que el objeto esconda al autor. Vender el propio yo pero disfrazado de cosa, de otra cosa. Ahí, es donde empezás a darte cuenta de que capaz te hicieron leer cuentos cortos.
Como siempre, los vendedores hacen que los árabes compren arena.
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9.3.07
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16.2.07
Las Correcciones: la culpa en un bestseller no querido (parte 2)
Efectivamente, el pedido de biografía no es casual: la tensión de Las Correcciones está puesta en el rechazo del origen y el origen que te busca y seduce; la madre Lambert intenta juntar a sus tres hijos para reunirse en una última navidad; los tres hijos, con sus variantes, han abandonado y rehusado volver a la casa natal donde siguen viviendo sus padres.
Esa tensión entre el rechazo de ser un Lambert y de no ser un Lambert, de haber vivido lo que se vivió y no haberlo querido es, en definitiva, el signo de la culpa que atraviesa Las Correcciones. Así, no es casual la eleccción de tres hermanos por parte de Franzen: Denise, la menor, la cocinera de exclusivos restaurants, oculta a sus padres su sexualidad indefinida pero es la primera y más insistente en cumplir el deseo de su madre. Gary, banquero exitoso y casado con una esposa manipuladora, es, quizás, el que siguió más fielmente los ideales de éxito de su madre y las rígidas convenciones morales de su padre; sin embargo, no quiere tener algo que ver con su padre más allá de la decisión de internarlo de una vez y para siempre y sólo planea pasar lo estrictamente necesario en su casa natal. Chip es el hijo del medio y, claramente, el que no quiere volver; de hecho, pareciera ser el que va a ser capaz de evitarlo. Profesor universitario expulsado por acoso sexual, guionista sin resultados monetarios palpables, Chip decide aceptar una invitación de un extraño político lituano para trabajar allí en una vulgar estafa por Internet.
Llega la Nochebuena y Chip no aparece; los televisores sólo traen de Lituania imágenes que se parecen demasiado al 20 de diciembre argentino pero con el típico toque post-soviético. Si en Las Correcciones actuara Macaulay Culkin, Chip llegaría antes de las 12; sin embargo, llega la mañana del día siguiente. Y no sólo llega, sino que se queda; y no sólo se queda, sino que es el único que asiste a su padre hasta que éste finalmente ingresa en la demencia.
Tampoco es casual, que cuando Chip no vea otra escapatoria del derrumbe postsoviético más que cumplir con el deseo de su madre y aceptar, de alguna forma, su vida como Lambert, encuentre la forma necesaria de dar vuelta su guión y hacerlo vendible. En eso hay dos lecturas posibles; una, la que posibilita que Franzen sea un bestseller para toda la familia: que el aceptar el origen es la única forma de éxito: la otra, la que más me gusta, es que aceptando su origen Lambert, Chip no logra nunca vender el guión.
Como la esposa muerta o la casa quemada, así de vivo permanecía en su memoria el
recuerdo de la claridad mental y de la capacidad de acción. Por una ventana que
daba al otro mundo, aún alcanzaba a ver la claridad y ver la capacidad, sólo que
fuera de su alcnace, más allá de los cristales térmicos de la ventana. Alcanzaba
a ver los desenlaces deseados, ahogarse en el mar, un tiro de escopeta, lanzarse
desde una altura, todos ellos tan cerca, que se negaba a creer que había perdido
la oportunidad de procurarse tal aliviso.
Lloró sobre la injusticia de su condena.
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10.2.07
Las Correciones: Franzen y el bestseller no querido (parte 1)
Una madre que busca el éxito como único parámetro posible de felicidad y la crítica como único método de revertir el camino hacia el no-éxito de sus hijos, de su esposo, de sus vecinos. Un padre cargado de leyes morales imposibles de quebrantar que sufre de Parkinson y está adentrándose en el mundo del Alzehimer. Una hija ardiente de sexo sin distinción de géneros. Un hijo banquero que oscila entre la depresión que le adjudica su esposa y la paranoia que su misma esposa le produce. Otro hijo, crítico foucaltiano de la sociedad de consumo, profesor expulsado de la universidad por acosar a una exalumna y un eterno guionista de un único guión infinitamente inacabado.
Esos son los 5 Lambert que forman Las Correcciones de Jonathan Franzen, uno de los libros más vendidos en los últimos tiempos de la literatura norteamericana.
Las Correcciones tuvo una extraña recepción en los Estados Unidos: por un lado, fue publicada pocos meses antes del atentado a las Torres Gemelas – acá se puede escuchar una entrevista a Franzen, en donde tanto al principio como al final se dan noticias acerca del “terrorismo” -, y eso, en alguna medida, hizo que lo que pretendía ser la historia de una familia se convirtiera en algo así como la ilustración de una forma de vida que se estaba viendo atacada. Por otro lado, Las Correcciones fue incluida en El Club de Lectura de Oprah Winphrey, definida como la mujer más influyente del mundo por Wikipedia, con la consecuencia de que las ventas se dispararan, especialmente entre el segmento de mujeres.
Cuando un sello del Club de Lectura de Oprah empezó a aparecer en la cubierta de Las Correcciones, Franzen salió a decir que se había roto el culo durante tres años para escribirla y que no creía que una corporación tenía que adjudicarse algo respecto de él, luego de lo cual Oprah le canceló la invitación a su talk show. A pesar de tanta rebeldía, Franzen agradeció a Oprah el Premio Nacional al Libro de Ficción
Al leer la reseña – cargada de adjetivos, de frases grandilocuentes y de mensajes morales donde no los hay - del Club de Oprah, uno no puede dejar de sentir que un libro como Las Correcciones tiene la extraña virtud de ser receptivo a múltiples malinterpretaciones, algo que distingue, creo, un bestseller hecho y derecho y un bestseller producido por razones no autómatas o, si se quiere, por un autor que no necesariamente quiere producir un bestseller.
Lo que convierte a la novela en algo verdaderamente eléctrico son los múltiples choques de reconocimiento que ella entrega, al tiempo que Franzen logra escenas tan espeluznantemente correctas: el caos casi apocalíptico que surge cuando una suegra llama en el medio de una pelea familar; la angustia de un chico confinado a la mesa hasta que acabe su dena; el fervor visionario y las promesas aterradoras de una compañía presentando al mercado una nueva droga con beneficios enormes e implicaciones peligrosas.
Hay algo emocionante, sensible e inspirador en ver a la vida revelada tan precisamente, tan transparentemente y, finalmente, tan inclementemente. Al teminar Las Correciones, sentimos –como en la vida misma – un profundo respeto por la valentía y elasticidad de seres humanos profundamente dañados que mueren, nacen y sobreviven a cada momento. (Reseña de Oprah)
No tan casualmente, las cuatro o cinco escenas que se mencionan en la reseña no son ni las más importantes ni las que marcan el ritmo de la novela ni las que dicen algo respecto de la trama. Esas escenas dejan de lado las escenas de la madre descubriendo un antidepresivo prohibido en Estados Unidos, las del hijo foucoltiano buscando manchas de sexo de su exalumna en las sillas de su casa, ese mismo hijo estafando por Internet al pueblo de Lituania, o al padre puteando contra los negros.
De hecho, a la reseña le falta para ser completa, una comprensión similar a la que se hizo en Gran Hermano 07 de Esperando a Godot; para la exnovia de Sergio Denis, Esperando a Godot era una obra con un mensaje de esperanza y de cómo tener objetivos claros en la vida: pasara lo que pasara, los personajes no se movían porque ellos esperaban a Godot y Godot representaba todo lo que uno espera y cómo todo lo que uno espera a veces tarda en llegar pero sin embargo llega. Lo que le falta a la reseña era decir, por ejemplo que, a pesar de todos los cambios que se pueden producir en una familia y a pesar de que algunos pueden resistirse, todos llegan a festejar la última Navidad juntos.
a la/s 8:35 p.m. Etiquetas: leyendo 5 contrastan Arrojado por Playmobil Hipotético