Musulmanes: Al final, siempre hay un ejército de narcos del otro lado de la puerta
Musulmanes, de Marianito Dorr no es literatura del yo, no es literatura, sino más bien, un diario personal, posts pero más cortos. De hecho, cuando conocí su blog, nunca pude leer más de diez líneas; el rosa me hace un poco mal, la cursiva es poco miope friendly y la extensión de los posts se me hacía casi siempre insalvable. La estupidez del párrafo de arriba no es más que petardismo. Pero sí dice lo que quiero decir y es que en Musulmanes lo que hay es una configuración del mundo, una configuración de las percepciones que está estructurada sobre las drogas, en especial, de la cocaína. Si yo pienso en la cocaína, pienso en un par de bares pero principalmente pienso en Al Pacino al final de Scarface; desolado, completamente descontrolado y confirmando su paranoia con el ejército de narcos colombianos que lo espera con las municiones más pesadas que se pueden transportar en varias camionetas, Al Pacino se enfrenta a una montaña de cocaína y hace lo que todo ser sensible debería hacer en ese contexto: hundir la nariz. Pero Dorr piensa en otra cosa cuando piensa en la cocaína: piensa en las experiencias de su vida en los últimos años. Por ejemplo, piensa en los dealers, piensa en todos sus amigos que compartieron, en la alfombra donde se esconden los últimos granos de merca, en la sangre que cae al final de una noche convertida en tarde de domingo, en las múltiples mentiras a las cuales es llevado para vivir socialmente duro. Cuando digo que lo de Dorr no es literatura, o al menos no es narrativa, lo que estoy diciendo es que no hay personajes: los individuos aparecen y desaparecen de su obra, así como las bolsas aparecen y desaparecen de las mesas, como las líneas del platito. Que haya individuos que aparezcan más veces en Musulmanes no es producto de otra cosa que de que con ellos consumió más, o de que estuvo en más situaciones con ellos. Esa configuración del mundo que nos lleva a reconocer que sólo tenemos amigos que consumen las drogas que nosotros consumimos. Hay una pequeña trama en Musulmanes y que tiene que ver con la llegada de su hija y la necesidad de detener el consumo. Pero cada vez que Dorr refuerza su voluntad de no consumir más, de no llamar más a sus dealers, instantáneamente nos cuenta otra de dealers, de noches de locura, de conversaciones simultaneas con cuatro personas. Recordar que uno consume no es consumir. Pero es seguir pensando en consumir, es seguir esperando cuál es el peor momento de nuestras vidas que nos va a permitir salirnos de nuestro juramento de no tomar nunca más. Así, cuando nace Martina, lo primero que hacen en el hospital es enchufarle un cable en las fosas nasales; lo segundo, es pincharla con una jeringa. Ya en su casa, como si no hubiera sido lo suficientemente claro, Martina aparece ante Dorr como la hiperactiva, como la que tiene la energía desbocada, casi igual a la que él y su esposa tenían cuando las noches eran eternas. Es verdad que cualquiera de las cosas que le pasan a Martina parecen ser normales en el mundo bebé que nos acosa cuando la gente se convierte en padres; pero la configuración del yo de Dorr hace que cualquier cosa sea droga. Quizás esa es la razón por la cual Musulmanes se lee excesivamente rápido.
3 comentarios:
Ese superplaymobil es toda una genialidad (que, por supuesto, acompaña muy bien la impecabilidad del texto).
me encantó la reseña. No había notado las notas cocaínicas del comportamiento de Martina. Y es un acierto homologar el ritmo de lectura a la sinestesia merquera. Pero lo que quería decir es lo siguiente:
es verdad que no hay personajes. Es verdad que el libro es la la experiencia de un tipo con su droga y ya. Y es verdad que no importa. La singularidad del libro es que lo que está en frente es el consumo y sus corolarios. Y cómo últimamente estoy prefiriendo lo distintivo a cualquier otra virtud, no puedo más que comprarle el libro a full.
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