la conciencia moral existe
Cuando tenía 10 años viajaba con mi tía en el 25 y subió una embarazada; no sé si ya me lo habían dicho o es que prestaba demasiada atención a los carteles de los colectivos pero me acuerdo que me levanté y le dije: señora, siéntese.
Mi tía se emocionó, creyendo que yo era el último bastión de las buenas costumbres en los tiempos que corrían; un tipo de unos treinta años que estaba sentado delante de mi ex asiento se dio vuelta y me dijo: “pibe, te felicito por lo que hiciste”. Estaba conociendo la satisfacción de hacer una buena acción. Encima la embarazada se bajó a las pocas cuadras y yo volví a sentarme.
Y Kant no entiende las acciones morales; uno sí busca que el deber realizado sea visto, que a uno lo aplaudan por lo que uno hace, que todos digan: “tendríamos que ser un poco más cómo él”. La sensación era que el mundo, ese lugar que siempre me daba el miedo necesario para ser demasiado tímido, de repente se había convertido en algo armónico, en algo que me aceptaba.
La cosa es que tenía 10 años y todavía no había entendido cómo seguía la lección. Por ejemplo, no entendía que la repetición cansa.
Subió una mujer con un hijo de cinco años a upa; los pies del niño le llegaban a las rodillas. ¿Cómo desaprovechar esa oportunidad? Otra vez, PH en versión infante se para y prácticamente le grita: señora, por favor, siéntese. La mujer, una verdadera oportunista, ahora lo veo, deposita al niño en el suelo quien sale corriendo y se sienta en mi asiento; ella se queda parada.
Yo miro al costado, miro a mi tía pero nadie me felicita, nadie me dice que gracias a mí, el mundo todavía tiene esperanzas en la moral.
Parece que hay un problema grave en mi edificio; el ex_portero se divorció y luego renunció a su cargo; quien no renunció a la casa de la portería fue la ex esposa del portero, quien sigue viviendo en esa casa con sus dos hijos. Uno de ellos es un gordito de unos diez años al cual no le dan la llave de la puerta de calle(intuyo que por que no la tiene ni siquiera la madre). Por lo tanto, a determinadas horas de la tarde y del día, el niño obeso se para frente a la puerta esperando que alguien le abra. Apenas alguien se aproxima a la puerta de calle, empieza a pisarte los talones y se escabulle hacia el afuera, hacia su paraíso de chupetines, chocolates y tres alfajores por recreo.
Me molesta profundamente que se escabulla. Si me pidiera permiso, si me dijera “mire, mi madre es una hija de puta, una flor de conchuda, imagínese el daño psicológico que me produce esperar que alguien abra la puerta, imagínese en qué me voy a convertir con el paso del tiempo”, me enternecería y no sólo le abriría la puerta, sino que hasta le pegaría un poco en la cabeza, más precisamente en la nuca. Un coscorrón pequeño, un gesto de cariño entre hombres, como ya se dijo tantas veces.
Pero no. El gordito insiste en escabullirse.
Ayer, salía del ascensor y lo ví. Él me vió. Él estaba más lejos de la puerta que yo pero empezó a arrastrar su mochila hacia ella. Me apuré más de lo necesario. Abrí la puerta y a él todavía le faltaban ocho metros para llegar. Desde afuera, tomé el pomo de la puerta y lo empujé hasta que la cerradura hizo clic.
Cuando ya estaba con un pie en la calle, escuché unos golpecitos en el vidrio de la puerta. Eran sus manecitas de excedido queriendo llamar la atención desde adentro.
Mi tía se emocionó, creyendo que yo era el último bastión de las buenas costumbres en los tiempos que corrían; un tipo de unos treinta años que estaba sentado delante de mi ex asiento se dio vuelta y me dijo: “pibe, te felicito por lo que hiciste”. Estaba conociendo la satisfacción de hacer una buena acción. Encima la embarazada se bajó a las pocas cuadras y yo volví a sentarme.
Y Kant no entiende las acciones morales; uno sí busca que el deber realizado sea visto, que a uno lo aplaudan por lo que uno hace, que todos digan: “tendríamos que ser un poco más cómo él”. La sensación era que el mundo, ese lugar que siempre me daba el miedo necesario para ser demasiado tímido, de repente se había convertido en algo armónico, en algo que me aceptaba.
La cosa es que tenía 10 años y todavía no había entendido cómo seguía la lección. Por ejemplo, no entendía que la repetición cansa.
Subió una mujer con un hijo de cinco años a upa; los pies del niño le llegaban a las rodillas. ¿Cómo desaprovechar esa oportunidad? Otra vez, PH en versión infante se para y prácticamente le grita: señora, por favor, siéntese. La mujer, una verdadera oportunista, ahora lo veo, deposita al niño en el suelo quien sale corriendo y se sienta en mi asiento; ella se queda parada.
Yo miro al costado, miro a mi tía pero nadie me felicita, nadie me dice que gracias a mí, el mundo todavía tiene esperanzas en la moral.
Parece que hay un problema grave en mi edificio; el ex_portero se divorció y luego renunció a su cargo; quien no renunció a la casa de la portería fue la ex esposa del portero, quien sigue viviendo en esa casa con sus dos hijos. Uno de ellos es un gordito de unos diez años al cual no le dan la llave de la puerta de calle(intuyo que por que no la tiene ni siquiera la madre). Por lo tanto, a determinadas horas de la tarde y del día, el niño obeso se para frente a la puerta esperando que alguien le abra. Apenas alguien se aproxima a la puerta de calle, empieza a pisarte los talones y se escabulle hacia el afuera, hacia su paraíso de chupetines, chocolates y tres alfajores por recreo.
Me molesta profundamente que se escabulla. Si me pidiera permiso, si me dijera “mire, mi madre es una hija de puta, una flor de conchuda, imagínese el daño psicológico que me produce esperar que alguien abra la puerta, imagínese en qué me voy a convertir con el paso del tiempo”, me enternecería y no sólo le abriría la puerta, sino que hasta le pegaría un poco en la cabeza, más precisamente en la nuca. Un coscorrón pequeño, un gesto de cariño entre hombres, como ya se dijo tantas veces.
Pero no. El gordito insiste en escabullirse.
Ayer, salía del ascensor y lo ví. Él me vió. Él estaba más lejos de la puerta que yo pero empezó a arrastrar su mochila hacia ella. Me apuré más de lo necesario. Abrí la puerta y a él todavía le faltaban ocho metros para llegar. Desde afuera, tomé el pomo de la puerta y lo empujé hasta que la cerradura hizo clic.
Cuando ya estaba con un pie en la calle, escuché unos golpecitos en el vidrio de la puerta. Eran sus manecitas de excedido queriendo llamar la atención desde adentro.
(*)picture from here
13 comentarios:
PH, usted es un malvado!! cómo le va a hacer eso a un pobre niño, por más gordito que sea...!!
por otra parte, no entiendo: el portero se fue del edificio pero la ex mujer se quedó ahí?? cómo puede ser??
ja! y quedó adentro? pobre niño!
1º vez por acá.
saludos.
Gran-gran final. El gordito golpeando el vidrio es un gran-final. ¿Para qué pedir permiso si puedo obtener lo mismo sin pedirlo? Más aún: ¿para qué llamar la atención (nosotros los tímidos lo entendemos) si podemos salir a la calle sin levantar la perdiz?
Yo le hubiera espetado, antes de abrir la puerta: "¿Querés salir?", y ver cómo movía la cabeza muerto de ansiedad y verguenza.
Me parece genial que no lo haya dejado salir al niño gordito, sobre todo si usted cree que sale para sumergirse en caramelos y alfajores, que aprenda a pedir y no a saturarse de aliementos y aperturas de puertas...
Tengo una duda, el señor treintañero, sentado delante suyo, lo felicitó y no fue capaz de pararse y darle el asiento a una embarazada??
Que turro ese señor y que bueno que era usted de pequeño...
La verdad es que me hizo reir, aun cuando recuerdo que yo tambien era una niña gordita que iba por la vida soportando esa clase de humillaciones...
bueno, ¿qué cambia el hecho de que lo deje salir o no? De cualquier modo en algún tiempo tenemos al gordi en terapia. Por ahí después incluso abre un blog y, quién te dice, escribe bien y todo.
Sínico pero con estilo.
julieta: vio que hay gente que es conchuda, que no la podemos calificar de otra forma más que como conchuda? bueno, así es la exesposa de mi portero
myris: si, pobrecito. saludos y pasese de nuevo
pailos: es usted otro miserable. por eso somos amigos
opinologa: usted trata precisamente el tema del cual va este post: mi cercania con los treinta años hace que recién ahora entienda al treintañero que no se paró pero que me felicitó y menos al niño tan bueno que era yo.
anonima: pero el problema no es ser gordita o no!! esa es como la frutilla del postre. El problema es el escurrimiento.
cuti: eso si es que terapia no le sirve: ¿nos vemos el miércoles en los pytton?
nacho: el estilo me mata
que sirva o no sirva no tiene nada que ver. Nos vemos ahí.
Mejor no me rio, mejor me enojo y digo que es usted un ser muy perverso.
Ese gordito es ud mismo reclamando reconocimiento a pequeños golpes en la conciencia de sus compañeros de viaje...
((En general detesto a los que no saben guardarse el haber entendido la metáfora y necesitan ponerle explicaciones. Pero me dio ganas de escabullirme entre sus dedos hacia el chiste revelado))
Yo no sé de Kant, se de freud. Y justo ayer dijo en un libro "primero la conciencia de culpa, después el superyò, y recièn ahì mismo la conciencia moral."
Pero bueno, la cosa es que una vez yo iba en el colectivo estudiando para un curso muy pero muy concentrada, en el primer asiento del 106. Y de golpe una señora me empieza a tironear del pelo dede atràs y cuando me doy vuelta tratando de entender qué pasaba si era un nene jodón o qué, la mina dice: SI NENA, A VOS, HACETE LA BOLUDA. Y yo no atiné a defenderme, a decirle que no, que no era maldad, que ni la había visto, que quizás por estar embarazada se creía el centro del mundo pero yo tenía tareas por hacer. Después pensé que, al bajarme, si rengueaba le iba a dar culpa. Pero no lo hice, porque soy buena.
me dieron como tristeza.
me gustó lo de escurrirse.
saludos Play
marina
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