Indignados
El 47 para en Chacarita; la gente que hace cola desde hace cuatro minutos comienza a subir hasta que se empieza a escuchar un rumor que comienza desde adelante y continúa progresivamente hacia atrás. Se escuchan algunos gritos de “colada”, “ladrona”, “vieja tramposa” e ”hija de puta“ que hacen de sinfonía para la subida de una señora de unos cincuenta años rubia, claramente empleada municipal. Apenas se da vuelta para contestar a la turba indignada y esgrime la única justificación que se le ocurre: “pero yo estaba en la cola de los sentados”, lo cual es respondido por un “sentate en esta, rubia” que a su vez es seguido por risas exageradas de la cola.
La rubia se sienta en un asiento de a dos y mira a la ventanilla tratando de olvidar el mal momento. Pasa un muchacho de unos treinta años y mientras se dirige hacia el fondo por el largo pasillo comienza a aplaudir y grita: “Un aplauso para la señora”. El colectivo, empezando a comprender la colectivización de la acción, aplaude. El pasillo se convierta en una especie de sucesión de personas que esperan su turno para insultarla; un tipo de unos cuarenta años le grita hasta que la garganta le queda roja que tiene una cara de piedra, de madera, de mármol; la rubia solo contesta “cola para sentados” pero no se mueve; pasa una vieja de ochenta años y hunde su bastón contra el pie de la rubia; otro joven de unos treinta años siente que hay que volver al tiempo de la acción política cargada de reflexividad y exige al público pasajero defenderse de los abusos, que si no, entonces nos merecemos lo que tenemos: esta rubia sentada; ella grita “enfermos”.
El colectivo arranca y aunque quedan asientos vacíos, nadie parece olvidarse de la rubia. Alguien empieza a tirarle los boletos convertidos en pelotitas húmedas de saliva; el primero aterriza sobre su cabeza y ella se lo quita elegantemente; pero al primero le siguen veinte más y su cabeza se convierte en una autopista cargada de vehículos blancos. El político se levanta, se sienta al lado de ella y empieza a cantarle las cuarenta, cada vez con un poco más de amenaza y menos de castigo. El colectivero golpea el espejo retrovisor con una moneda y exige calma; el de 40 le dice que se calle y que siga manejando que para eso le pagan y también se para y le pega un coscorrón a la vieja: “así vas a aprender, pedazo de turra”; la vieja de 80 años le entrega el bastón a una pequeña niña con trenzas de 11 años y le explica con qué parte debe pegarle en la espalda para causar más dolor.
La rubia llora y grita “sentados sentados sentados” pero ya no importa a qué se refiere. Todos la tomamos de algún lado de su cuerpo, abrimos la puerta trasera y la arrojamos a la calle, justo cuando el 47 está tomando una curva quizás imprudentemente rápido. Miramos al chofer que nunca va a dejar de ser un mal chofer.
(*) picture from here
6 comentarios:
muy bueno!! me pregunto en qué momento el cuento deja de ser realidad y comienza a ser ficción, porque muchas veces sucede que la ficción supera la realidad...
ya era hora de que cambiaras de post... ja ja..
un beso.
ah, la rubia, me acuerdo...
che me encantó.
Una vez estaba haciendo una tarea en el asiento de adelante y una mina me empezó a tirar del pelo, y cuando me di vuelta para ver qué mierda pasaba con mi pelo me dice SÍ SÍ, VOS, HACETE LA BOLUDA, y yo ni me había dado cuenta de que ella necesitaba el asiento. Le pedí perdón y maquiné un plan para hacerme la renga al bajar y que le diera culpa. Pero cuando subí la cabeza de nuevo me había pasado y tuve que bajar corriendo, y no sé cómo corren los rengos así que no lo hice.
Canuto!.
Compartí de la que estas probando.
Are you insane??
Creo que es genial. Simplemente genial. El mejor y más ácido playmobil. En algún momento me hizo acordar a Laiseca, pero no. Me gusta más. Es más ligero. Tenés que seguir escribiendo esto, papá!
Abrazo
Publicar un comentario