Trueque
El año pasado, mi psicóloga me echó de terapia y yo me puse contento. Jamás logré el nivel de concentración en la nada de mi discurso libre para poder avanzar más allá del lugar donde estaba trabado, el sitio donde terminan las anécdotas y comienza otra cosa.
Este año, mientras nadaba con un amigo en una sucia playa de La Lucila del Mar, tuve la relevación más clara y consistente que he tenido en toda mi vida, la de tener que nadar más y mejor. Llegué a Buenos Aires, averigüé y desde hace seis meses nado tres veces por semana.
Ambos eventos se relacionan en el sentido práctico y anti teórico que domina buena parte de mi vida, la que sucede independientemente de cualquier cosa que lea, como una especie de naturaleza inmutable y persistente. Analizarse siempre fue para mí algo así como una lucha conmigo mismo que ocurre en la encerrada zona teórica y que es imposible de traducir en cualquier acto o conducta concreta. Nadar es la constatación práctica de que algo cambia de maneras visibles, de maneras que pueden mostrarse a alguien y decir, ves, antes era así y ahora soy asá.
Claro, jamás podés aprender a nadar bien si pensás demasiado en lo que hacés; después de cuatro meses en los que me decían que tenía que relajarme para hacer bien la patada de espalda, finalmente lo logré, probablemente por que empecé a pensar en algún otro movimiento. Y en esos momentos, donde parece que no pensás, donde la concentración abajo del agua te hace olvidar de cualquier cosa salvo del movimiento que se va sucediendo en tus brazos y en tus piernas y que se ven como la repetición automática de algo que está bien, esos momentos son, creo, el momento sen del cual habla Idez cada vez que hablamos de nadar. El agua y los sonidos que habitan solamente ahí, eso es lo que produce la concentración; sacás la cabeza del agua y hay gente que grita, se queja, histeriquea con el/la guardavida; metés la cabeza dentro del agua y el débil ruido de una alarma de un reloj a veinte metros es más fuerte que cualquier otro sonido, incluso que cualquier sonido que uno mismo produzca. Y así, abajo del agua, donde logro la concentración, sé que hacer una buena terapia era escuchar ese único ruido que arriba del agua es imposible de escuchar.
Olvido mencionar que mi psicóloga va a la misma pileta que voy yo.
(*) pic from here
Ambos eventos se relacionan en el sentido práctico y anti teórico que domina buena parte de mi vida, la que sucede independientemente de cualquier cosa que lea, como una especie de naturaleza inmutable y persistente. Analizarse siempre fue para mí algo así como una lucha conmigo mismo que ocurre en la encerrada zona teórica y que es imposible de traducir en cualquier acto o conducta concreta. Nadar es la constatación práctica de que algo cambia de maneras visibles, de maneras que pueden mostrarse a alguien y decir, ves, antes era así y ahora soy asá.
Claro, jamás podés aprender a nadar bien si pensás demasiado en lo que hacés; después de cuatro meses en los que me decían que tenía que relajarme para hacer bien la patada de espalda, finalmente lo logré, probablemente por que empecé a pensar en algún otro movimiento. Y en esos momentos, donde parece que no pensás, donde la concentración abajo del agua te hace olvidar de cualquier cosa salvo del movimiento que se va sucediendo en tus brazos y en tus piernas y que se ven como la repetición automática de algo que está bien, esos momentos son, creo, el momento sen del cual habla Idez cada vez que hablamos de nadar. El agua y los sonidos que habitan solamente ahí, eso es lo que produce la concentración; sacás la cabeza del agua y hay gente que grita, se queja, histeriquea con el/la guardavida; metés la cabeza dentro del agua y el débil ruido de una alarma de un reloj a veinte metros es más fuerte que cualquier otro sonido, incluso que cualquier sonido que uno mismo produzca. Y así, abajo del agua, donde logro la concentración, sé que hacer una buena terapia era escuchar ese único ruido que arriba del agua es imposible de escuchar.
Olvido mencionar que mi psicóloga va a la misma pileta que voy yo.
(*) pic from here
7 comentarios:
Glugluglú... yo habría sido un peso pesado...
Gracias por tu visita.
Y además de recuperar el estado físico, Playmobil volvió con todo.
Yo comparto algunas sensaciones con respecto a la natación, pero hay una que no me gusta tanto: es la de estar ahogándome, aunque sea un ratito, cuando meto la cabeza abajo del agua.
El final de la psicóloga es genial.
el agua es lo mejor del mundo. felicitaciones por hacer natación.
mirá la fotito en este post del blog de RG:
http://seminariogargarella.blogspot.com/2008/09/momentos-constitucionales.html
El agua tiene eso como mágico,como contenedor pero como dicen arriba ahogante, es un lugar donde uno ya estuvo y donde los sonidos eras esos que años despues estas volviendo a escuchar, los sonidos de uno...
(tuve terapia ayer sepa disculpar mis interpretaciones)
drea: en la terapia, todso nos hundimos
putasenace: gracais por escribir
eric: eh, gracias, tontin. Pensá que hoy casi publico otro post, lo cual sería casi como el recomienzo del vicio.
Julieta: je, un momento constitucional es un montón de gente junta.
Opi: Vaya a nadar. No se ahogue, que quiero ir a recitales con usted, pero vaya a nadar que sale más barato.
El final me mató, la terapia es como el eterno retorno nizstcheano. Es cierto que hay muchos puntos de contacto entre la natación y el zen, por ejemplo la paradoja de que en el agua tenés que abandonar tu cuerpo para poder controlarlo.
En cualquier momento hacemos un seminario intensivo y te saco espaldista.
Abrazo
Idez
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