Apache: los indios y los blancos
Durante los primeros quince años de madurez del western, el problema de cómo representar al enemigo clásico del que quería establecerse en la frontera había sido solucionado de una manera bastante sencilla, poniendo al indio como el otro, un otro que sí tenía alguna virtud era la de ser un buen guerrero.
Pero en esa supuesta virtud, el indio era ridiculizado: podían ser quinientos indios contra diez soldados de la caballería, cincuenta contra cuatro hombres en una diligencia y el resultado siempre podía caer del lado del hombre blanco. El problema del indio como guerrero es que el indio era un guerrero malo, un guerrero que incluso con múltiples Winchester, podía fallar numerosos disparos, a diferencia de una relación siempre eficiente del blanco con las armas de fuego.
Es claro, entonces, que si los indios pierden definitivamente la guerra, si el Gran Jefe Jerónimo se rinde ya no existe una representación posible del indio en el western: si el indio es definido como un mal guerrero, sin guerra, el indio tiene aún menos sentido.
Apache, de Robert Aldrich, tiene precisamente este problema; a pesar de querer contar la historia desde el punto de vista del indio, la representación es imposible. Jerónimo se ha rendido y Massai es el último guerrero apache que se niega a esa rendición y que prefiere alejarse tanto de su vencida comunidad como de la comunidad blanca. Massai es Burt Lancaster y a diferencia de los indios previos del western, habla perfectamente el inglés salvo que se refiere a sí mismo maradonianamente en tercera persona. Massai no tiene un solo rasgo apache en su rostro, salvo un débil maquillaje y unos ojos claros que están más del lado de la cultura blanca que de la del indio.
En última instancia, el problema es clásico y únicamente lo ha podido resolver la cultura italoamericana: ¿cómo contar la historia de un sector excluído de una sociedad cuando ese sector coincide con ciertas características físicas y culturales que son distintas de la audiencia mayoritaria a quienes está dirigida la película?; ¿cómo lograr que alguien se identifique con un protagonista que pertenece a una minoría?
La clave de Aldrich para esta posible identificación es reducir las características distintivas del indio clásico del western y transferirles ciertas características propias de lo que la cultura del colonizador considera como progreso. Massai aprende a amar de manera blanca a su mujer y eso significa que ya no le pega más, que ahora trabajan juntos, que ahora están en pie de “igualdad”; Massai también aprende a cultivar maíz, a vivir en una casa, a usar herramientas y vestimentas de blanco; Massai aprende a ser padre, a esperar orgullosamente la llegada de su hijo y abandonar definitivamente su guerra privada en cuanto el primer llanto del niño llegue. Porque eso es lo que haría un hombre blanco.
Pero por sobre todas las cosas, Massai aprende el valor del individualismo, del poder existir fuera de la tribu, fuera de la comunidad. En una casa aislada de todos, Massai puede reconfigurarse como algo distinto. Y esa casa aislada es, ahora, un lugar de llegada, un lugar que nunca abandonará y el cual defenderá con todas sus armas. Porque si algo aprendió Massai es el valor del progreso individual, del superar las dificultades iniciales y en esa superación encontrar el orgullo que antes hallaba en la muerte del guerrero.
Si el final de The Searchers consistía en Wayne volviendo al desierto como demostración de lo imposible que le resultaba volver a entrar en un hogar y en un parámetro de normalidad, Apache realiza la operación exactamente inversa: Massai entra en la casa, sale de un mundo de violencia, opresión y lucha entre la comunidad y el individuo, y entra para no salir más. Porque para hablar de los indios, los blancos los convierten en blancos.
(*) pic from here
Pero en esa supuesta virtud, el indio era ridiculizado: podían ser quinientos indios contra diez soldados de la caballería, cincuenta contra cuatro hombres en una diligencia y el resultado siempre podía caer del lado del hombre blanco. El problema del indio como guerrero es que el indio era un guerrero malo, un guerrero que incluso con múltiples Winchester, podía fallar numerosos disparos, a diferencia de una relación siempre eficiente del blanco con las armas de fuego.
Es claro, entonces, que si los indios pierden definitivamente la guerra, si el Gran Jefe Jerónimo se rinde ya no existe una representación posible del indio en el western: si el indio es definido como un mal guerrero, sin guerra, el indio tiene aún menos sentido.
Apache, de Robert Aldrich, tiene precisamente este problema; a pesar de querer contar la historia desde el punto de vista del indio, la representación es imposible. Jerónimo se ha rendido y Massai es el último guerrero apache que se niega a esa rendición y que prefiere alejarse tanto de su vencida comunidad como de la comunidad blanca. Massai es Burt Lancaster y a diferencia de los indios previos del western, habla perfectamente el inglés salvo que se refiere a sí mismo maradonianamente en tercera persona. Massai no tiene un solo rasgo apache en su rostro, salvo un débil maquillaje y unos ojos claros que están más del lado de la cultura blanca que de la del indio.
En última instancia, el problema es clásico y únicamente lo ha podido resolver la cultura italoamericana: ¿cómo contar la historia de un sector excluído de una sociedad cuando ese sector coincide con ciertas características físicas y culturales que son distintas de la audiencia mayoritaria a quienes está dirigida la película?; ¿cómo lograr que alguien se identifique con un protagonista que pertenece a una minoría?
La clave de Aldrich para esta posible identificación es reducir las características distintivas del indio clásico del western y transferirles ciertas características propias de lo que la cultura del colonizador considera como progreso. Massai aprende a amar de manera blanca a su mujer y eso significa que ya no le pega más, que ahora trabajan juntos, que ahora están en pie de “igualdad”; Massai también aprende a cultivar maíz, a vivir en una casa, a usar herramientas y vestimentas de blanco; Massai aprende a ser padre, a esperar orgullosamente la llegada de su hijo y abandonar definitivamente su guerra privada en cuanto el primer llanto del niño llegue. Porque eso es lo que haría un hombre blanco.
Pero por sobre todas las cosas, Massai aprende el valor del individualismo, del poder existir fuera de la tribu, fuera de la comunidad. En una casa aislada de todos, Massai puede reconfigurarse como algo distinto. Y esa casa aislada es, ahora, un lugar de llegada, un lugar que nunca abandonará y el cual defenderá con todas sus armas. Porque si algo aprendió Massai es el valor del progreso individual, del superar las dificultades iniciales y en esa superación encontrar el orgullo que antes hallaba en la muerte del guerrero.
Si el final de The Searchers consistía en Wayne volviendo al desierto como demostración de lo imposible que le resultaba volver a entrar en un hogar y en un parámetro de normalidad, Apache realiza la operación exactamente inversa: Massai entra en la casa, sale de un mundo de violencia, opresión y lucha entre la comunidad y el individuo, y entra para no salir más. Porque para hablar de los indios, los blancos los convierten en blancos.
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