La conversación que había empezado con el tema recurrente ha pasado por todas las aristas posibles y entonces, parece exigirse que se repitan todas esas aristas. - Eh amigo, tenés un cigarrillo? Otra vez tienen que recordarme que nunca voy a dejar de fumar seriamente. Mientras trato de alterar el orden de las aristas, un cuerpo se acerca y me dice dame la plata y el celular. A ella le arrebatan la cartera y empiezan a hurgar entre las miles de cosas que se guardan. Vos no querías un tema de conversación nuevo, no querías una forma distinta de encarar el mismo problema? Ahí tenés. Dale loco, dame la plata y todo el celular. No, no, estás hablando mal; es toda la plata y el celular. No se lo digo porque la verdad es que no tengo ganas de corregirlo. Él se mantiene a una distancia de precaución, a unos tres pasos, los que te exigen en las primeras clases donde guanteas con el otro. Un pie adelante, el otro atrás y en el medio de las rodillas que pueda pasar un tubo. Dale gato, dame la plata que te punteo. Es una tentación, hay que reconocer. ¿Cuántos problemas se acaban si realmente me puntearas? ¿cuántas ex novias irían a mi funeral? ¿qué descubriría en mi agonía? Dale, puntéame. Lo miro realmente. No tiene nada. Pero nada. O sí, más bien tiene un miedo profundo. A qué? Ah, vaya uno a saber. No me toca, no se acerca, no me apura con la mirada, no me encaja un bollo, no me muestra la faca, nada. Este pelotudo no me va a matar. - Llevate todo pero dejame los documentos. Es un pedido razonable el de ella. Realmente creo que podría salir caminando de allí y que él me seguiría con su misma actitud de te voy a afanar pero todavía no sé cómo. Le doy cincuenta pesos, lo que sobra de una comida en un restaurant peruano. Los agarra desesperado de sorpresa y grita toda, gato, toda, qué, la querés toda para vos? Puto. No, no. Espero que llegue el momento del celular. La miro y el caco decidido, el tenaz, el que le enseña al temeroso que se esconde tras de su visera de ladrón de Adidas, todavía sigue buscando algo en esa inmensa cartera. Muevo el pie de adelante, luego el de atrás, sostengo el tubo entre mis rodillas y le digo bueno, loco, ya fue, ya está, andate. Mi muchacho repite el ehgato qué te haces el revirado, lo miro con desconfianza y decepción y mostrándole donde tengo el celular, se lo doy. Bueno, ya está, basta. Le devuelven la cartera. Caminamos para el otro lado. Palermo es un lugar tan pelotudo.
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3 comentarios:
excelente.
Valverde Montonero!!
Muy bueno
Abrazo
esa playmobil es la policía de género?
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