La vida con un grano
Yo estaba tranquilo con mi nueva vida. Me había concentrado en replicar la historia de Nathan Zuckerman mudándose a una casa campestre en Connecticut en la cual sólo regía su disciplina y habían desaparecido las mujeres, la política, la necesidad de opinar y defender la opinión y sólo existía la obsesión desarrollada en uno mismo. Así vivía.
Cuando vos emergiste, me miré al espejo y dije que en el mundo de Zuckerman vos no importarías y seguí viviendo contento. Respondía estupideces, del estilo me está saliendo una nueva nariz, estoy desarrollando un pene facial para hacer más completo mi acto de sexo oral y esas cosas que inician sonrisas y acallan preguntas.
Pero en dos días trágicos, desapareció el estanque donde Zuckerman nada, la mesa donde Philip Roth escribe parado y empezaste a importar. Alguien me dijo, loco qué tenés ahí? Eso es un asco. Me lo dijo alguien inteligente, quizás el amigo más inteligente que tengo. Me cagó. Un día después, mi jefe me contó la historia de un tipo que le salió uno como vos en el mismo lugar que vos viste la luz y que murió de poliomelitis en dos días. Me cagó. Como es lógico, mi jefe me cagó.
A partir de ahí, todos empezaron a venir a mi casa de las afueras, se sentaron en mi porche, trajeron a los niños a que meen el estanque, mis ex volvieron a mandarme mensajes, a llamarme, y como si ahora figuraras en la guía turística de YPF, llegaron los desconocidos con sus cámaras de fotos, con sus cuadernos para anotar instintos descontrolados de poesía. Así, el que recibe los bolsos en el guardarropa de la pileta, me mira todos los días y me dice hoy lo tenés peor, estás hecho mierda flaco y también qué mala suerte que tenés; el panadero me mira y me dice qué asco lo que te salió en la cara, todos quieren apretarte.
Invadido, acorralado, imposibilitado de esconderme a pesar de apagar todas las luces de mi vida, mi existencia es ridícula. Doy clases mirando al pizarrón; cuando me hacen una pregunta, noto cómo todos desvían su mirada y se quedan mirándote, cómo nadie entiende mis respuestas y se quedan con más preguntas, preguntas de cómo saliste. En el único momento donde vuelvo a recoger las cenizas de mi existencia anterior es cuando tengo puestos los anteojos negros. En el subte, en el colectivo, en el ascensor, en la consulta de los médicos, en el supermercado. Las miro a todas, las sigo encontrando hermosas pero no puedo superarte, no puedo pensar en tener que presentarte como el hermano idiota que me acompaña a todos lados.
Hoy fui a la dermatóloga. Es joven, hermosa y se llama Doctora No. Es genial que se llame así; me dan ganas de ser un superhéroe y que ella me intente matar o me invite a bailar el a-gogo. Te miró y me dijo: lo tenés peor. Más rojo. Más grande. Más inflamado. Ningún antibiótico puede contra vos. Sos invencible incluso para mi archienemiga sexy, la Doctora No. Me pregunta hace cuánto me hice un análisis de sangre. Hace un año. Primero pienso esto: tengo cáncer, tengo sida, me muero, me estoy muriendo. Es lógico. Mi vida siempre ha sido un pelotero de putas.
Después le digo por qué me pregunta. Por qué te vas a tener que hacer una cirugía y te van a pedir exámenes. Me voy a morir. En cuanto subo al subte lo tengo decidido. Me voy a matar. Pronto. Un disparo es demasiado bardo pero formidable en términos escénicos. Tomar pastillas. Me aburre la cotidianeidad del abrir la boca. Termino yendo al cirujano ese mismo día.
El cirujano es plástico y todo lo que rodea a la clínica es o bien típico de un hospital de abortos clandestinos para la clase alta o bien para ponerse siliconas. Me voy a poner tetas. Me voy a poner tres tetas. Y después me descerrajo el cráneo. Entro. Los cirujanos no me miran. Están seducidos por vos. En cuestión de segundos, me tiran en una camilla, yo tomo los últimos instantes de vida que me rodean (una lámpara halógena, un techo blanco, el miedo), me ponen una gillete y escucho el ruido del sebo interno lanzarse al infinito y más allá, como en una eyaculación porno. Incluso el cirujano, antes de que yo abandone el mundo dice, estabas lleno, eh.
Me levanto de la camilla y pido turno para el viernes.
(*) pic from here
7 comentarios:
genial el relato. me dio mucho asquito. pero quiero ver una foto!
simplemente GENIAL!
desagradable la imagen del grano cual leche pero genial
1. La historia se desliza suavemente. Desde Phillip Roth hasta Austin Powers en la camilla del cirujano.
Muy bien logrado el efecto "asco" en el último párrafo.
La eyaculación porno final se corresponde con la imagen del pene facial del segundo párrafo.
2. ¿Qué mierda es eso del pelotero de putas? Me llegó un mail de Facebook que decía, "Tu amigo Pelotero de Putas te acaba de invitar" ¿A dónde? ¿Al pelotero de putas? Muy bizarro, pero el nombre está bueno. Tiene algo de la incorrección posmoderna de Joy Division mezclado con pelotas multicolores de plástico reciclado made in Campana.
más misoginia canchera?
julieta: qué es eso de misoginia canchera? La verdad es que no lo entiendo. Pero tampoco entiendo tu necesidad de buscar la palabra "puta" y hacer sonar las alarmas.
Que yo sea misógino o no, lo cual probablemente sea así, es una consecuencia de mi educación, de mi historia y de mis problemas personales. De canchero no tiene nada; más bien, es como dice Philip Roth, a quien siento que te gustaría leer y que, por cierto, deberías hacerlo.
Opinolga: usted sabe que si tengo algo, es la fineza, el tacto y el humor blando.
Nacho: gracias por la primer parte. Lo del pelotero de putas es un pelotero de putas que queda en Rafael Calzada; vos te tirás en el pelotero y el que encuetra más putas en dos minutos gana. je.
me alegra que no te parezca nada canchero.
Muy bueno, tan bueno que, de hecho, creo que tenés material para un cuento, armado, por ejemplo, con el testimonio de todos los que te cruzás opinando sobre el grano, o simplemente expandiendo estas líneas. Lo del apéndice sexual ya está en Wasabi, novela protagonizada por un quiste sebáceo que podrías leer para utilizarla como un negativo de la inspiración.
Ariel
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