Estaría bueno que vayas regresando, querida Gladys
Una parte del cuarto capítulo de Gladys volvé bien podría ser un paper. Por razones que se hacen evidentes apenas uno empieza a leer, jamás lo será.
Alguien, probablemente, un conocedor de las nuevas tendencias causadas por el consumo pornográfico en Internet, algún MBA de una universidad estadounidense escondida por el escaso presupuesto y obligada a financiar las investigaciones más bochornosas pero ruidosas del estilo “las mujeres consumen más vaselina que los hombres” o “un hombre prefiere tener un gato que convivir con su suegra”, ese alguien se había dado cuenta que no sólo era imposible lograr un guión mínimamente decente en una película condicionada sino que además era un gasto innecesario; nadie podía, salvo quizás algún grupo de investigación de esa misma facultad abandonada en el medio este norteamericano, interesarse por la trama de una película condicionada. Así fue que ninguna de las películas tenía más guión que el siguiente: la primer escena era una joven acorralada o bien en un callejón o bien en un baño o bien en una habitación; esa primer escena duraba aproximadamente quince segundos, lo máximo que alguien podía tardar en desabrocharse los pantalones. En la segunda escena, había unos treinta segundos de esperanza de la víctima en los cuales ella intentaba abrir una puerta, correr hacia otro lado, pegar un puñetazo. La inutilidad de la esperanza se hacía evidente cuando una de las manos del captor llegaba a dos puntos claves; o bien a la nuca, que sería conducida a tragar de una sola vez un pene ya erecto para la ocasión de más de veinte centímetros, o bien a las piernas que eran rápidamente desnudadas y penetradas. Además de las tomas obvias de una escena sexualmente explícita, la cámara se centraba en dos detalles que eran esenciales para la recreación de una violación comme il faut; el primero de ellos era la cara de los violadores cubierta por un pasamontañas o por una media de nylon negra, la mayoría de los cuales eran, por razones obvias, negros o, en su defecto, latinos; la sensación de peligrosidad, de delito, de crimen contra la moral, de ejercicio del poder físico y natural del hombre, parecía tener que concentrarse en ese rostro tapado, en esa sensación de asfixia. La segunda de las tomas preferidas en estas películas era específica del género en cuestión: en vez de mostrar senos, vaginas, lenguas reclamando propiedad privada sobre el semen del hombre, manos que masturbaban dos penes al tiempo que eran penetradas por doble orificio, la cámara se centraba en los ojos: daba la impresión que la sensación de violación no podría estar completa sin mostrar los ojos abiertos casi hasta el límite de sus órbitas, el rimel descorrido por las lágrimas (era claro que a pesar de su supuesta amoralidad, las películas de violación también poseían contenido moral, aunque más no sea una justificación: las señoritas puras y educadas no usan rimel cuando están a punto de ser violadas), las facciones duras y en tensión, una mirada que reclamaba piedad de alguien, posiblemente del espectador.
Aquí se producían dos especies de subgéneros: en uno de ellos, el más buscado por los aficionados, consistía en que la violación fuera totalmente forzada y sin consentimiento: la joven luchaba más o menos hasta los cinco minutos y finalmente se rendía confesándose, por fin, indefensa; la cámara mostraba, nuevamente, unos ojos de cansancio, vergüenza y abatimiento que se dejaban hacer lo que el violador tuviera en gana hasta un último intento de sorprenderlo, cosa que sucedía pero era derrotada rápidamente. Es verdad que en el momento donde la resignación se abatía sobre la víctima, la intensidad de la escena se desvanecía tanto que nadie podía mantener una erección pero también era casi inevitable el fin del climax. En definitiva, para el consumidor de este subgénero pornográfico, el desenlace final le importaba realmente poco; lo que realmente lo había hecho acabar había sido el período de amenaza a la víctima y sus primeros intentos de defensa; en general, los potenciales violadores eran también eyaculadores precoces, de forma que el esfuerzo por mantener la situación también era inútiles.
El segundo subgénero de las películas de violación tenía también un contenido moral pero inverso: luego del llanto, del sufrimiento, de la indefensión, venía el descubrimiento, la victoria sobre las convenciones victorianas sobre el sexo, sobre la monogamia; el triunfo involuntario de Sade. Quien antes cerraba las piernas y amenazaba con morder el miembro, ahora miraba lasciva pero al mismo tiempo despectivamente a sus violadores quienes quedaban exangües mientras que ella sólo había abierto la puerta para nuevas sagas que,, dependiendo del consumo de drogas duras, podía durar hasta “Male Violation XXI”
Aquí se producían dos especies de subgéneros: en uno de ellos, el más buscado por los aficionados, consistía en que la violación fuera totalmente forzada y sin consentimiento: la joven luchaba más o menos hasta los cinco minutos y finalmente se rendía confesándose, por fin, indefensa; la cámara mostraba, nuevamente, unos ojos de cansancio, vergüenza y abatimiento que se dejaban hacer lo que el violador tuviera en gana hasta un último intento de sorprenderlo, cosa que sucedía pero era derrotada rápidamente. Es verdad que en el momento donde la resignación se abatía sobre la víctima, la intensidad de la escena se desvanecía tanto que nadie podía mantener una erección pero también era casi inevitable el fin del climax. En definitiva, para el consumidor de este subgénero pornográfico, el desenlace final le importaba realmente poco; lo que realmente lo había hecho acabar había sido el período de amenaza a la víctima y sus primeros intentos de defensa; en general, los potenciales violadores eran también eyaculadores precoces, de forma que el esfuerzo por mantener la situación también era inútiles.
El segundo subgénero de las películas de violación tenía también un contenido moral pero inverso: luego del llanto, del sufrimiento, de la indefensión, venía el descubrimiento, la victoria sobre las convenciones victorianas sobre el sexo, sobre la monogamia; el triunfo involuntario de Sade. Quien antes cerraba las piernas y amenazaba con morder el miembro, ahora miraba lasciva pero al mismo tiempo despectivamente a sus violadores quienes quedaban exangües mientras que ella sólo había abierto la puerta para nuevas sagas que,, dependiendo del consumo de drogas duras, podía durar hasta “Male Violation XXI”
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