Si no volvés, voy a hacer muchas cosas, Gladys
Y esto va a ser lo último que vean de Gladys, Volvé al menos por un tiempo. Al menos mientras tardamos en que Gladys se termine de ir. O de volver.
Armando se sentó en la mesa redonda a la que lo llevaron pero la hubiera reconocido incluso si no le hubieron dicho absolutamente nada. Diez sillas, dos botellas de vino, una jarra con agua, una jarra con gaseosa sin gas y dos ángeles dorados que se entrelazaban en el centro de mesa. Cuatro esposas, cuatro maridos, dos de los cuales eran compañeros de Armando. Las mujeres de la mesa competían por algo inasible, vago, algo así como quién iba a salir mejor parada de ahí. Las mujeres se apuraban por arreglar las corbatas de sus maridos, por asegurarse que sus peinados no se modificaran, porque no empezaran a tomar desde ahora, porque no fumaran mucho, porque hablaran de las notas de sus hijos, porque no contaran chistes de taxistas, porque no empezaran a putear al jefe, porque las abrazaran o siquiera rozaran cuando les vinieran a sacar la foto con la cumpleañera.
La silla que restaba fue ocupada por la única que no había hecho pero que todavía tenía esperanzas en poder hacerlo . Sin coincidencia alguna sino con la intervención del brazo de una de ellas, de la prima que se las daba de tener mano con el armado de parejas, ella se sentó al lado de Armando. Le extendió una mano hacia abajo, como había visto que hacían las damas del Titanic en la película. Sin saber muy bien que hacer y súbitamente expuesto a las miradas de las mujeres competidoras, Armando sintió que debía hacer algo con esa mano extendida. Tomó la mano desde las yemas y movió su índice en la palma; ella sonrió un poco desubicada y se sentó. Armando recordó el viejo chiste: “así cogen los marcianos” y llenó su copa.
La silla que restaba fue ocupada por la única que no había hecho pero que todavía tenía esperanzas en poder hacerlo . Sin coincidencia alguna sino con la intervención del brazo de una de ellas, de la prima que se las daba de tener mano con el armado de parejas, ella se sentó al lado de Armando. Le extendió una mano hacia abajo, como había visto que hacían las damas del Titanic en la película. Sin saber muy bien que hacer y súbitamente expuesto a las miradas de las mujeres competidoras, Armando sintió que debía hacer algo con esa mano extendida. Tomó la mano desde las yemas y movió su índice en la palma; ella sonrió un poco desubicada y se sentó. Armando recordó el viejo chiste: “así cogen los marcianos” y llenó su copa.
(*) picture from here
2 comentarios:
no voy a poner nada inteligente. mi única duda es de dónde sacás las fotos de los playmobil. si me decís que los tenés, me hago tu amigo.
anónimo: que comentario tan inteligente!!!; hay muchos sitios de fans de playmobils y las suelo sacar de ahí; en la mayoría de los posts, en el final, hay un link a esas páginas
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