Es verdad, me lo merecía más
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la vida de un playmobil que postula hipótesis sólo para no contrastarlas
a la/s
8:39 p.m.
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contrastan
Arrojado por
Playmobil Hipotético
El 47 para en Chacarita; la gente que hace cola desde hace cuatro minutos comienza a subir hasta que se empieza a escuchar un rumor que comienza desde adelante y continúa progresivamente hacia atrás. Se escuchan algunos gritos de “colada”, “ladrona”, “vieja tramposa” e ”hija de puta“ que hacen de sinfonía para la subida de una señora de unos cincuenta años rubia, claramente empleada municipal. Apenas se da vuelta para contestar a la turba indignada y esgrime la única justificación que se le ocurre: “pero yo estaba en la cola de los sentados”, lo cual es respondido por un “sentate en esta, rubia” que a su vez es seguido por risas exageradas de la cola.
La rubia se sienta en un asiento de a dos y mira a la ventanilla tratando de olvidar el mal momento. Pasa un muchacho de unos treinta años y mientras se dirige hacia el fondo por el largo pasillo comienza a aplaudir y grita: “Un aplauso para la señora”. El colectivo, empezando a comprender la colectivización de la acción, aplaude. El pasillo se convierta en una especie de sucesión de personas que esperan su turno para insultarla; un tipo de unos cuarenta años le grita hasta que la garganta le queda roja que tiene una cara de piedra, de madera, de mármol; la rubia solo contesta “cola para sentados” pero no se mueve; pasa una vieja de ochenta años y hunde su bastón contra el pie de la rubia; otro joven de unos treinta años siente que hay que volver al tiempo de la acción política cargada de reflexividad y exige al público pasajero defenderse de los abusos, que si no, entonces nos merecemos lo que tenemos: esta rubia sentada; ella grita “enfermos”.
El colectivo arranca y aunque quedan asientos vacíos, nadie parece olvidarse de la rubia. Alguien empieza a tirarle los boletos convertidos en pelotitas húmedas de saliva; el primero aterriza sobre su cabeza y ella se lo quita elegantemente; pero al primero le siguen veinte más y su cabeza se convierte en una autopista cargada de vehículos blancos. El político se levanta, se sienta al lado de ella y empieza a cantarle las cuarenta, cada vez con un poco más de amenaza y menos de castigo. El colectivero golpea el espejo retrovisor con una moneda y exige calma; el de 40 le dice que se calle y que siga manejando que para eso le pagan y también se para y le pega un coscorrón a la vieja: “así vas a aprender, pedazo de turra”; la vieja de 80 años le entrega el bastón a una pequeña niña con trenzas de 11 años y le explica con qué parte debe pegarle en la espalda para causar más dolor.
La rubia llora y grita “sentados sentados sentados” pero ya no importa a qué se refiere. Todos la tomamos de algún lado de su cuerpo, abrimos la puerta trasera y la arrojamos a la calle, justo cuando el 47 está tomando una curva quizás imprudentemente rápido. Miramos al chofer que nunca va a dejar de ser un mal chofer.
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a la/s
1:19 a.m.
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