90 grados (3)
Luis está sentado en la cama y fuma concentrado en las volutas de humo que produce. Ahí la vemos a entrar a Sonia, vecina de Villa Pueyrredón, se declara fanática de Eddie Sierra y de sus más de veinte gatos. Sonia se considera a sí misma una artista del baile erótico y espera que alguien le de una oportunidad en nuestro medio.
Sonia se acerca a Luis y quiere levantarlo, tomándolo de la mano pero él la empuja y ella trastabilla. Aquí, como no podíamos dudarlo, vemos un participante decidido a ganar. Sonia, un poco confundida, se quita los zapatos lentamente, se acerca al borde más alejado de la cama y comienza a contornearse suavemente al ritmo de una imaginaria canción sensual. Se acaricia los pechos a través del vestido, desliza su mano dentro y deja ver sus pezones endurecidos; alza sus pechos y acaricia sus pezones con su lengua, sin dejar de mirar provocativamente a Luis. Luis la observa, le dedica un insulto que sale por el costado de su boca y prende otro cigarrillo. Sonia sube a la cama y gatea hacia la espalda de Luis; le acaricia el abdomen, besa su cuello, sube a su oreja y otra vez él la aleja con su brazo derecho.
Sonia, sin perder la concentración inicial, se recuesta en la cama, se quita el vestido, y comienza a perder su mano en el interior de su vientre; el movimiento descendente de su mano la estremece, su piel se convierte en un conjunto de pequeños volcanes en erupción y pasando su lengua por sus labios le susurra a Luis cobarde, tócame, cobarde, tócame. Luis, por primera vez, gira e involuntariamente abre sus ojos y la boca permanece abierta con el cigarrillo colgando. Se quita el cinturón, lo enreda en su muñeca y mientras su pantalón comienza a descender lentamente, atraviesa el aire con un latigazo de su cinturón. Sonia sonríe provocativa y lo llama con un leve movimiento de su índice; Luis, hipnotizado por nuestra seductora, avanza con pesadez y dudas; cuando está cerca de él, Sonia atrae su cadera y hunde su rostro en su bóxer con estampado escocés. Luis echa la cabeza hacia atrás, y rodea su cuello con el cinturón; Sonia, excitada por el frío del cuero, le quita definitivamente el bóxer y continúa su tarea; sin embargo, su rostro excitado comienza a mutar de color, primero pasando al rojo, luego al violeta y ahora tornándose en un azul sanguíneo; Luis continúa acortando el diámetro del cinturón hasta que Sonia, sofocada, avanza sus brazos y se aparta de Luis; queda con el rostro mirando al suelo, en búsqueda de aire. Luis ve una oportunidad, la toma de los cabellos y a pesar de sus gemidos de dolor, la arranca de la cama y la hace dar algunos círculos en el suelo.
Recuerden, espectadores, que no es nuestra función dictaminar qué es lo correcto o lo incorrecto en el sexo. Sonia pretende levantarse pero un cross de derecha de Luis la devuelve contra el piso; se toma el rostro hinchado del cual desciende una delgada lágrima de sangre. Comienza a gatear por el suelo, intentando ganar la puerta de la pecera. La erección de Carlos, propia de un toro antes de consumar el acto, es increíblemente firme. Si la cámara nos acompaña, allí podemos ver dos venas azuladas completamente delineadas que bombean sangre como una represa. Carlos, con sus ojos inundados de un brillo homicida, encaja un puntapié en el costado de Sonia quien se hace un ovillo de dolor en la alfombra.
Carlos se abalanza hacia ella, rodea su cuello con sus poderosas manos y comienza a apretar. Nuestra producción, preocupada por la equidad de las reglas que dictaminan el resultado correcto de este procedimiento aceptado por toda nuestra teleaudiencia, comienza a proyectar en el monitor las imágenes del juicio en el cual Luis, junto con el empleado del hotel que estaba encargado de limpiar los baños, fueron condenados por el asesinato de cuatro individuos en la localidad de Caleta Olivia. Allí, lo vemos a Luis, con su gorra deportiva clavada por debajo de los ojos, chancear con su cómplice que lo mira sin comprender absolutamente nada; la estentórea carcajada de Luis, en el preciso momento en que el juez da el dictamen, es recordada con temor reverencial por nuestros compatriotas.
El factor distorsivo parece haber excitado aún más a Luis quien ahora toma con sus dos manos la cabeza de Sonia y la estrella repetidamente contra una esquina metálica de la cama, que comienza a despedir sangre. Finalmente, el cuello de Sonia gira en una posición imposible; Luis, con sus ojos inyectados en sangre, sus dientes grises parecidos a gilletes, su respiración entrecortada, se dirige hacia una silla, la eleva sobre sus hombros y la deja caer contra el cuerpo exánime de Sonia. Ahora sí, amigos, Luis le separa las piernas, corre con sus dedos la bombacha negra de satén y la penetra.
El escribano Henríquez Ureña nos informa que se ha cumplido el tiempo y que la erección de Luis ha permanecido en un grado de 90 grados durante más de siete minutos. Abrimos la puerta de la pecera y mientras nuestro personal de seguridad reduce a Luis con una poderosa descarga eléctrica, nosotros nos despedimos deseando a todos ustedes un muy feliz fin de semana y recordándoles que la semana que viene nos acompañen en las semifinales de 90 grados, el programa donde los que pierden ganan y los que pierden ganan!!!
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