Anestesia docente
Hace dos años trabajé un solo día como profesor en un colegio secundario privado de Zona Norte. Había dejado de trabajar en la municipalidad, estaba profundamente enamorado, tenía únicamente 3 comisiones del CBC y necesitaba plata para irme a vivir con ella, con lo cual salí a buscar lo que fuera. Una amiga me hizo la onda y en el comienzo del tercer trimestre, vale decir, en septiembre, me llamaron. Recuerdo pocas cosas de eso: principalmente, que no había preparado absolutamente nada – me llamaron un jueves, tomé el curso un viernes, y al otro jueves ya había renunciado -, que dar clases ahí me parecía un desafío absoluto a nivel paciencia y que sabía de antemano que mi misión no era enseñarles algo sino que los adolescentes no se asesinaran entre sí .
Renuncié sin querer hacerlo pero sintiendo un gran alivio al hacerlo; los motivos eran bastante prácticos, así que los elimino.
El otro día volví al colegio a reasumir mis tareas inconclusas; mientras iba en el tren a las 6.45 de la mañana no entendí demasiado bien por qué volvía: ¿demostrar algo?¿necesidad de plata?¿incontenibles deseos sexuales contra niñas de 16 y 17 en jumper? No pude descifrarlo. Llegué, fui al despacho de la directora que me miró con cara – y no sólo con cara, sino con palabras que eran obvias en su rostro – de: "¿no vas a volver a hacer lo mismo, no?", la miré con cara de: "la verdad es que no sé", nos sobreentendimos a través del humo del té y fui por un pasillo ( el cual recordaba de una forma muy distinta) al curso.
Todavía estaban en recreo; ví al pendejo rubio insoportable de 2° EGB - que hacía bastante había conocido la fama televisiva - que no había parado de hablar hace dos años y al que había querido asesinar; bajé la vista, gran error. A mis espaldas se escuchó un "ah, las vueltas de la vida", "qué feo es volver con el caballo cansado", pensé la letra de un tango – Viejo Smoking, cantada por el uruguayo más famoso –, la sufrí como una estaca clavada en el medio del culo y seguí caminando. Doblé el pasillo – que ahora me doy cuenta, recién ahora, se parecía mucho más a la sede del CBC que a mi recuerdo del colegio de hace dos años– y ví a un grupo de cinco o seis chicas, vestidas con el jumper.
Algunas estaban sentadas, otras apoyadas contra la pared pero todas miraban el reloj de una de ellas; mientras me daba cuenta que al menos éstas no me reconocían, empecé a escuchar una cuenta regresiva: diez, nueve, ocho… estaban esperando que se hiciera en el reloj la hora exacta en que una de ellas, la del jumper más corto, había nacido para empezar a cantarle el feliz cumpleaños. Sentí ternura y nostalgia por el tiempo libre que siempre parecía poco en esa época y que siempre era demasiado; sentí un pinchazo tranquilo, sin dolor, pero un pinchazo, otro; me miré la ingle: ¿se me había parado?; no, me estaban cosiendo y no dolía, no dolía nada.