type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: septiembre 2006

25.9.06

La penúltima verdad, la tuerca que gira sobre su propio eje

Después de leer La penúltima verdad de Philip Dick uno entiende un poco más de donde viene la historia de Underground, donde un pueblo vive engañado en túneles subterráneos convencidos de que la guerra aún continúa.

A diferencia de Underground, donde sólo uno se beneficia del engaño, La penúltima verdad distingue a los seres humanos en dos grupos extensos: por un lado, los que viven en la faz de la tierra, convertidos en terratenientes ayudados por robots inteligentes y con noción de la experiencia pasada; por el otro, los que viven bajo la tierra, amontonados en túneles y ocupados en construir armas y robots para una guerra que ya terminó hace tiempo.

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Uno podría decir muchas cosas de La penúltima verdad: que es una novela que muestra el poder de convencimiento que poseen los medios de comunicación, que muestra la necesidad humana de dividir las posiciones en dos (la guerra había sido entre la URSS y Estados Unidos; una vez terminada, están los de abajo y los de arriba). Sin embargo, lo mejor de la novela no está ahí sino en cómo se va construyendo una realidad que, a pesar de ser inestable en la historia, es totalmente estable y dominada por Dick.

Una de las cosas mejor logradas por Dick es construir una especie de definición de qué significa hacer una vuelta de tuerca en la narración; la cosa parecería consistir, a diferencia de otras formas de definirla, no en ocultar información, sino en mostrarla desde el principio y luego comenzar a explicarla de a poco. Cada paso de la explicación supone una nueva forma de entender la realidad. A diferencia de los policiales más clásicos, donde de alguna forma, todo termina cerrando, Dick es Dick y la promesa de incertidumbre se mantiene siempre, lo que deja de ser un problema o una falencia y se convierte en casi un dogma: que la realidad, en última instancia, es inexplicable.

Ponele:
Aparece un robot, suelta un mechón de pelos, una prolija gota de sangre, dispara un dardo hacia una persona, y cuando se ve cercado por un ejército de robots, se convierte en un televisor pesado, casi imposible de abrir. Llega el detective y no encuentra rastros del asesino; luego, se da cuenta del peso excesivo del televisor; se da cuenta que es una Gestal-macher, una máquina de matar construida por la Alemania Federal y que, obviamente, tiene que ser programada por alguien. ¿Quién la programó? Seguramente no aquel a quien pertenezcan los pelos, la sangre, etc.; pero claro, qué mejor coartada que esa, qué mejor que dejar la tarjeta de Stanton Brose, asesino profesional, en el lugar del crimen? Doble trampa. Pero sin embargo, qué mejor método para convencer a una persona de colaborar con un proyecto que hacerle creer que su mejor amigo fue asesinado por su jefe, Stanton Brose? Pero entonces, quién mató a ese hombre no fue Brose, sino que fue…¿y después de todo, qué importa?

22.9.06

Volví


y parece que la única que me estaba buscando fue la chica esta del teléfono que me quiere convencer de que lo mejor que me puede pasar es tener una tarjeta de crédito. Me preguntaron porque no tenés tarjeta de crédito? así como quien pregunta porque te faltan dos brazos.
Hoy quisiera desmayarme escribiendo. Hoy quisiera que alguien me hubiera esperado en el aeropuerto. Hoy hubiera querido llegar y ver a mi gato imaginario. Hoy tengo la cuenta de teléfono más asesina de toda la historia. También tengo un montón de chocolates en la heladera.

Parece que tengo menos miedo al avión, por cierto. Pero también me parece que ahora tengo miedos mas razonables; porque el avión no es nada, el problema es adónde vas, adónde te lleva, en que equipaje no voy a entrar, qué bolsa no quiero llevar más. No nevó. Hubo un montón de extranjeros, dormí poco y la pasé bien mientras estaba fumando con mi amigo S.

Cuando llevaba el guión del largo en el bolso en el avión y lo saqué y lo mostré como si fuera mi hijo, dispuesto a defenderlo de cualquier neurosis analítica, me hice acordar al manuscrito que hay en el avión que cae en Lost. Ahí me dieron un poco de ganas de matarlos a todos, de decirles que sí, que soy un terrorista que quiere volar el avión. Dos veces me cacharon como cuando vas a el recital y en ninguna encontraron el explosivo siniestro que instalé en mi cerebro. Un botón de autodestrucción, cuyo disposición y elementos sólo yo conozco, porque en el fondo, como todos sabemos, bien podríamos ser cerebros en cubetas o hormigas eléctricas, o bien podríamos ser una manga de pelotudos.

Pero lo realmente importante que pasó fue que me dí cuenta que tengo muchas ganas de escribir hasta desmayarme sobre el teclado.
(*)foto sacada de acá

18.9.06

La parte desconocida de PH vuela mañana a Bariloche a cumplir con obligaciones. (¿es verdad que el Capitán Intriga también va?). PH detesta volar en avión; su locologa le explica que detrás de toda fobia se esconde una angustia y él está un poco lleno de angustias, con lo cual se entiende. Sin embargo, a PH no le gusta viajar en avión. No siempre le pasó lo mismo. Cuando era chico viajó en avión, se fue lejos con una familia entera – la suya – y sólo recuerda que la única molestia del avión fueron los pequeños que estaban en el asiento de atrás y que le pegaban codazos a través del asiento. PH era un chico rubio, de piernas flacas y de cachetes rojos. Es el mismo chico que lo mira desde el único retrato que tiene en el escritorio. En ese retrato, un señor vestido con una chomba blanca y unos pantalones grises, le toma la mano mientras bajan por las escaleras de las Cuevas de Nerja. Ese señor que le toma la mano es su padre.
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El otro día, PH soñó con la voz del inconsciente. Desde hace muchos años, PH sueña con su padre de una única forma; lo sueña como si estuviera enfermo, lejos, y que él no lo puede ver; no lo sueña como muerto. Sin embargo, en esos mismos sueños PH advierte en algún momento que su sueño es irreal y que su padre, el señor de la foto, está efectivamente bajo tierra hace muchos años. Lo que soñó el otro día PH fue un llanto que lo ensordecía, un llanto primitivo, un llanto casi bestial que lo ensordecía y le dejaba los oídos llenos de un pitido ensordecedor. Cuando se despierta PH, aturdido aún por el ruido, se ve en la cama uniplaza de la casa de su madre. Sin embargo, cuando PH se despierta de su falso despertar, se da cuenta que está en su sommier de dos plazas en una casa donde no está ni su madre ni su padre y tan sólo están sus fobias.

Así que mañana PH vuela gracias a San Rivotril o gracias a San Alplax.

15.9.06

Conocer gente por telefóno


- Hola?
- Quién es?
- No sé, llamó usted; quién es?
- No es correcto contestar a una pregunta con otra pregunta
- Y a mí qué? Es mi telefóno.
- Capitalista
- Forro.
- .....
-......
- ¿Se da cuenta que podría haberme cortado hace unos segundos, no?
- Sí. ¿Quién sos?
- Pedazo de pelotudo, así me dicen desde la primaria.
- ¿En serio? Creo que entiendo por qué; ¿hacés siempre esto?
- Cada tanto.
- ¿Y por qué?
- Porque me gusta anotar los nombres de las personas a las cuales llamo; tengo una libretita roja acá con todos los nombres. Vos sos.... dejame contar..... el 812
- Ah, pero esto es increible.... (Ricardo, vení al telefóno, no sabés qué pelotudo el que me está llamando. )
- Hola, Ricardo
- Hola,

- Esperá que anoto... ¿Ricardo? ¿Cómo se escribe?
- R-I-C-A-R-D-O
- Ah, pensé que iba con Z
- Che, ¿y qué querés?
- ¿Querés que te cuente una historia?
- Dale, pero esperá que pongo el altavoz así el dueño de casa te escucha.
- En la primaria, todos jugaban al fútbol. Pero yo no sabía jugar al fútbol y tampoco me interesaba mancharme el guardapolvo. Mi mamá lo cuidaba desde que mi hermano mayor había pasado al secundario y era lo único que me había dicho que tenía que cuidar. Entonces me quedaba adentro, no salía al patio; me quedaba al lado de las estufas que no andaban; eran unas estufas antiguas de metal, con puntas casi criminales. Y cuando sonaba el timbre del recreo, me quedaba ahí mientras entraban los jugadores de fútbol todos chivados. Y ahí me decían: Pedazo de Pelotudo, fijáte si calientan las estufas.
-....
-....Goldstein, sos vos?
-... Tututututtututut

14.9.06

Es parecida a Yiya de Murano pero no te invita a tomar el té


La llegada de un marinero holandés pone nerviosa a la tía Laura pero se repone rápidamente al activar su gen nacional y popular. Acá, aprete. ahí.

Definiciones insensatas en ocho minutos

Este cuatrimestre –sí, así se divide la vida de los PH – parece que me voy a tener que concentrar en hacer filosofía. Hace creo que seis horas que estoy sentado en esta silla y paso desde la PC al escritorio con una velocidad realmente estúpida.

¿Qué es un blog?¿qué significa tener un blog?


- Es como tener un diario intímo en el cual la gente te hace comentarios como si fueran los jueces de algo.

- Es un medio de comunicación de tus ideas y la gente hace comentarios respecto de que estúpidas o que geniales son tus ideas

- Es como sacar la basura y tirarla a un basurero universal donde la gente también tira basura

- Es un espacio en el cual uno cree que hace algo

- Es una forma relativamente barata y con relativo poco esfuerzo de dar a conocer la obra literaria o de crítica literaria que uno hace

- Es un lugar donde conocés gente que podría no existir.

- Es una forma de tirar teorías respecto de cualquier cosa y que alguien quiera refutar o confirmar.

En fin, los filósofos no damos respuestas de un carajo.

12.9.06

Philip, me tiras un parráfo para empezar una novela?



La niebla puede llegar insidiosamente desde la calle e invadir nuestra propia casa. De pie ante el inmenso ventanal de su biblioteca - una construcción digna de Ozymandias, edificada con trozos de hormigón que en otros tiempos sustentaron la rampa de entrada a la autopista de la costa - Joseph Adamas meditaba, contemplando la niebla que venía del Pacífico. Como anochecía y las sombras empezaban a cubrir el mundo, aquella bruma le asustaba tanto como la niebla interior, que no invadía su casa pero se desesperezaba y agitaba, ocupando todas las porciones vacías de su cuerpo. Por lo general, esta última niebla recibe el nombre de soledad.

10.9.06

La causa justa de Lamborghini


Con mi amigo Matías Pailos fuimos a una serie de lados y mientras subíamos a un elefante que nos rociaba con cerveza a través de su trompa, nos instalábamos, comprobábamos que las femeninas no iban a subir al elefante y que nosotros muy probablemente no íbamos a poder bajar sino fuera rodando por el cuerpo elefántico del paquidermo, decidimos conquistar el mundo, cosa que estamos haciendo acá. En algún momento, el conductor del elefante nos comentó que sería casi como volver a la época donde dos elefantes gigantes sostenían a la Tierra; lo azotamos, le dimos puntapiés y lo arrojamos del cuello del elefante, quien, en recompensa o en castigo, comenzó a correr desbocado por la calle Cangallo. A pesar de las consecuentes sacudidas, pudimos seguir durante algunos segundos en la torre de marfil. A punto de caer en manos de dos pequeños querubines, cual Gombrowicz, Pailos gritó: ¡!!hay que matar al padre!!!

La causa justa es una de las mejores novelas que leí en mi vida; sin embargo, hay que superar las primeras cuatro páginas; cuando se las pasa, el mundo Lamborghini tal como lo conocemos y lo queremos aparece en su máximo esplendor.

En esas primeras páginas y, principalmente, en ese contraste con las siguientes, se explica al menos una parte del conflictivo proceso de escritura de Lamborghini. Las líneas torturadas – no de contenido sino formalmente torturadas -, la indecisión constante para someterse a una historia y escudarse en la digresión confundida entre diversos signos de puntuación, la intromisión del autor tratando vanamente de imponer orden al caos escrito, la necesidad constante de separarse de una tradición asfixiante, pretenden sugerir el secreto de lo oculto, lo escondido tras la máscara que, probablemente, no esconda nada sino el lugar donde va la máscara.

En la biblioteca inembargable de un linotipista erudito, no tan viejo pero al
borde la muerte (un nombre con varias pronunciaciones – Luis Antonio Sullo -,
infatigable en su lucha para que los libros dijeran lo que alguna vez
susurraron: no leía jamás, pero sus subrayados eran perfectos. Lo que alguna vez
quisieron decir, y lo dijeron, mucho mejor que sus rayas debajo de las letras,
lo que querrán decir alguna vez – no se los ve muy apurados – aquí, aquí el
presente) al borde su última herejía, porque así mueren los histéricos, antes
llamados posesos, de cáncer a los 56 años: Buenos Aires, aquí el presente.
Podremos entonces tirar a la basura toda esa basura, esa trama de rayas en los
libros que fingías enseñarnos, esa manera tan “suya” de subrayar y no leer que
te envidiamos (siempre)/aprovechamos el rato que le falta para insultarlo. La
oportunidad se ha presentado y no habrá otra.

Es verdad que el mero subrayar no es otra cosa que la imposibilidad de creación y la necesidad de hacer creer que uno conoce la tradición previa. Y es verdad que la lucha en la vida de Lamborghini se ve reflejada en el dilema de subrayar o escribir. Cuando gana la tortura de la primera opción, cuando ganan “los Carriegos huérfanos de Borges” Lamborghini se desespera, grita, pone comas y guiones largos, y como buen querulante, no hace nada. Cuando puede superar esa etapa, cuando elige la segunda tortura, la de crear literatura, el registro cambia.

En ese cambio de registro, con un estilo mucho más simple, violento, desagradable pero terriblemente ágil y veloz, La causa justa – como el Píbe Barulo – se convierte en el Lamborghini que a mí más me gusta y el que lo hace original y necesario de leer. Ahí es cuando puede contar con lujo de detalle cualquier violación, cualquier relación homosexual, cualquier asesinato, cualquier acto cruel, porque es eso lo que le permite distinguirse de la tradición.

Cuando Tokuro malinterpreta los chistes en La gran Llanura del Chiste, cuando quiere mantener la dignidad de la palabra empeñada, incluso teniendo que matar a su único amigo – Jansky, justamente quien no comprendía, por definición, su lenguaje -, Lamborghini explica el sin sentido de la convención – sin sentido que afecta no sólo a Tokuro sino a todos; lo que hace Tokuro - además de una mala aplicación del modus ponens – es destruir analíticamente el lenguaje; si a Nal lo llaman Gordo Puto es un gordo puto; si Heredia dijo ”si yo fuera puto, te chuparía la pija” lo que tiene que hacer Heredia es chupar pija.

Tokuro es un fanático del sentido único del lenguaje; Nal, cuando luego de que le dicen mil veces en el Pibe Barulo que es un Gordo Puto, termina siendo un gordo puto, también. Sin embargo, todos los compañeros de trabajo de Tokuro así como todos los que llaman Gordo Puto a Nal (“Gordo Culón”) también colaboran a destruir al lenguaje. Después de tanto bastardear al lenguaje, de tanto usarlo sin su sentido más original, de tanto hacer nihilismo lingüístico, terminan por vaciarlo y creer que no tiene consecuencias prácticas; nadie comprende porqué Tokuro no puede entender que lo de chupar pija era un chiste y nadie comprende por qué Nal se termina convirtiendo en una mujer encerrada melodramáticamente en el cuerpo de un hombre.

En ese equilibrio, en ese pesaje comparado del subrayado y de la libertad absoluta del lenguaje, Lamborghini aparece como el padre que tendríamos que matar uno de estos días, que por lo visto, no va a ser hoy.

Como lo definió en el Iberia de Salta y Avenida de Mayo, Jansky, luego de sus
horas de silencio: ¡Complícadisimo! Con el tiempo, se transformó en la única
palabra que intercambiaban los dos amigos. Horas juntas y sólo: ¡Complícadisimo!
Y también, sin ninguna clase de subrayado ni de signos de admiración, ovillo,
ovillo, complicadísimo de sentimientos, haberse erigido en juez de los impúdicos
para terminar, como resultado final, matando a Jansky, amigo único en La Llanura
de los Chistes, una especie de paraíso, complicadísimo, del equívoco juguetón,
sí, pero padre también de la muerte, que no entraba en la cabeza del hombre

6.9.06

Volver, o el largo camino hasta acostumbrarse al pasado.


La fuerza del pasado no depende de la distancia temporal sino de la forma de vivir sus marcas y sus hitos. En Volver, la última película de Pedro Almodóvar, hay tres formas de tomar el pasado, donde cada una de ellas no tiene nada que ver con la memoria, con el recuerdo, sino con el presentificarse del pasado. (ay, que Merlau-Ponty todo).

La primera forma es la de mitificar el pasado, evitando la verdad de los hechos y limpiando y puliendo las tumbas, como si realmente ahí hubiera algo, al menos un sacrificio que hace el vivo con respecto al muerto enterrado; quedarse en la superficie de la lápida para evitar adentrarse. Rendir ese homenaje, que ya no es un homenaje al muerto sino un símbolo de que el paso del tiempo, la acumulación de tierra sobre la lápida, tiene casi un valor en sí mismo - el de hacer presente la energía del vivo para contrarrestar la inevitabilidad del muerto.

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La segunda forma es la más obvia y es la que lleva al entierro de los muertos; de alguna forma, es hacerlo desaparecer de nuestra vida. La hija de Penélope Cruz no puede concentrarse en nada sabiendo que el cuerpo de su padre está en una heladera cercana a su cuarto. La cercanía con el muerto – salvo en el caso de las alegres casas fúnebres – no sólo nos muestra la inescapabilidad de la muerte sino que hace que el duelo nunca deje de estar presente, que el muerto no termine de morir. El enterrarlo supone no sólo una distancia respecto de esa verdad, sino también – y más importante – separar las existencias del muerto y del vivo.

La tercer forma, y acá es donde está lo novedoso de Almódovar, es la de la presencia del muerto en el presente, no a través del recuerdo, no a través de las fotos, no a través del relato de los conocidos, sino en la presencia del muerto como vivo. En una ciudad donde el viento vuelve loca a la gente, en dónde se registra mayor índice de locura por habitante, en dónde conviven todas las supersticiones, la aparición del muerto no como fantasma sino como vivo no deja de ser algo tan esperable como la muerte misma. Nadie duda demasiado de la vida de la muerta, nadie cree que se ha vuelto loco; sólo aparece como una verdad indiscutible que la muerta volvió a vivir.

A diferencia del recuerdo, donde la dimensión subjetiva moldea el contenido de lo recordado, la tercer forma de la presentificación implica que el pasado ya no sea arbitrariamente privado sino que se modifique de manera quizás definitiva, que se contraste con otro relato, con el relato del que creíamos muerto; de hecho, genera una reconciliación entre el vivo y el muerto, entre el presente y el pasado.

Ah, y Penélope Cruz está más buena que un Havanna de dulce de leche.

2.9.06

Cha cha cha y la revolución


Debo ser uno de los pocos pelotudos que se mojaron ayer mientras caían diez gotas. Como me cayeron todas juntas, me cansé, no fui a ver la de Almódovar y me volví a casa.
Cuando me acordé de que Volver está pasando Cha cha cha los viernes a la noche, me puse más contento. Es la primer temporada de Cha Cha Cha, una después de que hubieran empezado con De la Cabeza.

Cha cha cha marcó una especie de marco de amigos; estaban los que lo entendían y los que no. Yo era amigo de los que lo entendían, en realidad de los que se reían. Es verdad que, por ejemplo, no marcaban ningún marco de mujeres. Nunca pude ver Cha cha cha con una novia. Primero pensé que era que no lo entendían, que no estaban preparadas. Después, cuando la cinta empezó a gastarse de tanto pasar el mismo casette – realmente, ahora no lo puedo ver más – me dí cuenta que el problema era mío. Soy insoportable viendo Cha cha cha.

Tenía tres prolijos videos que había grabado de toda la temporada del 96 y tenía una especie de obsesión insana; por ejemplo, los grababa cuidadosamente, poniendo pausa cuando venían la publicidad. El resultado es que son como 4 horas de Cha cha cha, de absurdo tras absurdo. Obviamente, llegó un punto donde me lo había aprendido de memoria y donde sabía qué cosa venía después de cuál.

Como toda gran cosa que se mantiene a través del tiempo, Cha cha cha tuvo un desarrollo claramente regresivo, que tuvo como exponente máximo cualquier película que hacían – desde los trillizos Bonano hasta Me quedé ciego – y como exponente mínimo Alakrán en la revista porteña o los midachi recreando el sketch de los gays que lo acosaban a Casero heladero, a Casero guardaparque, etc., pasando por Delikatessen y Todo por dos pesos a Todas las azafatas van al cielo.

El humor de Cha cha cha era una revolución dirigida exclusivamente a una generación, probablemente la mía. Pero como toda revolución, una vez que disparan a los relojes, el tiempo vuelve a correr y lo revolucionario se convierte en lo estable. Entonces, ocurre lo inevitable; una sarta de idiotas comienzan a hacer lo mismo, haciendo creerles a los incautos que la revolución ocurre ahora, en este mismo lugar cuando, en realidad, se parecen más a el Politburó.

Me cae mal la gente demasiado alta


Me puse el despertador a las 7.30; logré abrir los ojos cuando estaban en el tercer cuarto. A pesar de mi costado brutalmente hispánico – el cual fue hasta casi desafiado en el almuerzo del viernes – pude encontrar al objeto de mi odio. Pau Gasol. Un catalán que parece el hombre de las nieves, pero un toque afeitado y con el pelo un poco menos largo.

Los catalanes suelen caerme mal, también por mi costado brutalmente hispánico, pero en cuanto hizo el segundo tapón a Nocioni, un grande entre los grandes, sentí un odio aún mayor avanzar en mis pupilas, tal como lo sentí con Divac en el campeonato pasado. Esa cosa de gente absolutamente intranspasable, de muralla pefecta, de Muro de Berlín, me cae tan mal como aquellos que no paran de contar sus éxitos uno tras otro, como la consecuencia lógica de su vida, un axioma autoevidente e irrefutable.

Porque, como diría yo mismo tratando de aparentar ser mi psicóloga, soy un tipo con el super yo bastante alto y, por lo tanto, no entiendo como alguien puede estar conforme con el suyo.