type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: noviembre 2006

30.11.06

The enforcer, o cómo lograr la tensión en un policial con el asesino encarcelado


A diferencia de otros policiales, donde la mayor parte de la película trata acerca del descubrimiento de un asesino o de la persecución de ese asesino, The Enfocer, con el gran Bogart, ya tiene solucionado desde el vamos ese problema.

El asesino, en realidad, el líder de una organización dedicada a los asesinatos por encargo (sin motivo, no hay forma de dar con el criminal), está tras las rejas desde hace unos días. Sin embargo, la única forma de hacer justicia – en términos norteamericanos no progresistas, de mandarlo a la silla eléctrica – es que se cuenten con evidencias irrefutables de su culpabilidad. La única evidencia disponible es la básica para desbaratar cualquier organización mafiosa: el viejo y odiado soplón, buchón, canario, botón.

Bogart, el fiscal que lleva adelante el caso, tiene al soplón encerrado pero éste finalmente muere enfrente de sus ojos. Siete horas restan hasta que el líder de la banda sea liberado sin pruebas en su contra. Hasta que finalmente, Bogart larga las frases mágicas que conducen el ritmo de la película: “Ever have a tune running through your head and you can't remember the words?

La cosa es que Bogart recuerda la sensación de haber oído algo en las investigaciones previas que podría servir para incriminar al asesino. A través de flashbacks, la película cuenta los hechos desencadenantes de la investigación, tratando de que Bogart se dé cuenta dónde estaba el problema, dónde estaba lo que no vió pero tiene la sensación de tener que haber visto.

¿Lo logra? Obviooooooo. Si no no sería Bogart.

28.11.06

Palahniuk y la religión sin salvación

Photobucket - Video and Image HostingEn la escritura de Palahniuk hay una atmósfera de una religión extraña, construida no desde la luz sino desde el concepto mismo del pecado. No es que sea raro, en definitiva Jesús muere por los pecados de todos nosotros y para salvarnos – o algo así, tanto no recuerdo de mi catequesis de niño – pero sí es novedosa la forma en que se presenta esa religión. Porque a diferencia de los cuentos evangelistas donde al principio todo es un infierno, hasta que alguien lo lleva al templo, ve la luz y todo sale bien (vuelve el esposo, éste deja de tomar, la hija abandona la droga, etc. etc.), todo llega como la luz, en Palahniuk los finales siempre son la destrucción del emporio del pecado.

Como en El Club de La Pelea, Asfixia de Chuck Palahniuk también tiene como marco los grupos de autoayuda para adictos a algo. Victor Mancini tiene una madre cuyo organismo ha olvidado qué tiene que hacer luego de tragar comida. En el hospital donde está internada, hay ancianas con problemas similares y con una confusión profunda respecto de la realidad. Todas ven a Victor y lo acusan de crímenes cometidos años atrás (¿por qué me violaste?, ¿por qué le pegaste a mi perro?). Víctor los asume todos y cada uno de ellos.

Más adelante, convencido de que es el hijo de Jesús, de que su madre fue embarazada con el ADN del prepucio de Cristo, Victor pareciera entender cuál es su destino final y por qué asumía los pecados ajenos como propios. De hecho, su método para ganar más dinero, asfixiarse en restorans y ser salvado por alguien, también cobra sentido con esa revelación: los salvadores encuentran un nuevo individuo al cual transferir las culpas y una nueva forma de ser heróes.

Escrita a una velocidad y ritmo absolutamente frenético - que sólo puede ser correspondida con una lectura con el mismo vértigo - Asfixia parece ser diseñado como un recipiente móvil para la culpa. Los grupos de autoayuda, que siempre incluyen un cuarto paso donde hay que relatar todos los hechos a los que fueron los participantes llevados por su adicción, parecen ser para Palahniuk el lugar exacto donde su nueva religión, su nuevo culto, debe instalarse.

Sin embargo, una religión sin salvación no es una religión. Es otra cosa. Esa otra cosa, para Palahniuk, es la literatura. La forma de expiar los pecados no es la promesa de un mundo eterno, sino la destrucción o el sin sentido. El sin sentido de apilar piedras una sobre otra.

Mundial impopular (ii)


Si había algo más impopular que el Mundial de Basket, lo encontré. Se llama Mundial de Voley. Como en una especie de japonización de los mundiales impopulares, que nos acostumbre a que Japón vaya a tener una bomba atómica y que domine un mundo eficiente y lleno de samurais, de nuevo hay que ver los partidos a los horarios donde estoy pensando si me tendría que ir a dormir.

Evidentemente, Argentina tiene un problema de altura insalvable; casi ninguno de sus jugadores pasa los 2.05 y si bien pueden llevar una vida normal y tomarse un avión sin tener que agachar demasiado la cabeza, eso no les sirve, por ejemplo, para poder tener un saque más contundente.

Además, claro, que tener más cerca la cabeza del piso no les hace que dejen de tener el clásico bajón anímico y espiritual de la selección argentina. En uno de los deportes donde más se necesita de una especie de mente colectiva que piense por todos y cada uno, la selección siempre se caracterizó por lo que en cualquier deporte se llama “falta de Sangre”; “síndrome de Riquelme” (perdón Mamá de Riquelme, no lo hago más), o falta de calor en el pecho.
Ganarle cagando a Túnez es una señal de eso. O las caras de los jugadores queriendo que todo termine también.

Por eso, PH quiere que el mundo comunista vuelva a apropiarse del volley. Otro ideal que los rusos vienen a cagar perdiendo con Polonia
después de ir dos sets arriba.

23.11.06

Evangelistas (ii)

Brian está parado en el pasillo que comunica las escaleras principales con los lugares de votación. Su mano es negra, negra tinta que se chorrea como la sangre de Cristo derramada. Brian está parado en ese preciso lugar porque alguien le ordenó que lo haga, que volantee y que lleve a los votantes a la fila para que otro intente convencer a ese que fue llevado de que vote por ellos.

Está cansado, hace dos días que dice exactamente lo mismo sin mirar a la gente a la cual le habla. Brian no los mira porque sabe que esa gente está harta de él, de su agrupación, de las otras agrupaciones y de la política universitaria.

Cuando alguien le pregunta la mesa dónde tiene que votar, la que va de la A hasta la D, Brian se siente útil y piensa que quizás debería trabajar en Atención al Cliente. Lo acompaña a la mesa, y mientras recuerda todos los consejos prácticos que le dan respecto de cómo hablar, de cómo pararse, de cómo contar la plataforma política que descorre tinta y que leyó dos horas antes de empezar a estarse quieto, intenta concentrarse en algún punto de los cordones de las zapatillas del votante.
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Al llegar finalmente a la mesa, Brian intenta empezar a hablar pero se da cuenta de lo inútil que es convencer a alguien que no se puede mirar a los ojos. Le deja una plataforma casi de compromiso y vuelve al lugar de siempre; antes de llegar, vuelve la cabeza atrás y se da cuenta que la dueña de los cordones blancos deshilachados tiene un culo enorme.

- ¿Qué mierda estás haciendo ahí parado como un boludo? Andá, andá, hablá con la gente!!!.

Mientras deshace de su cara la sonrisa fingida, Brian siente que efectivamente es un boludo. Como si tuviera una cámara colgada desde el techo, se ve repitiendo el mismo acto con la única esperanza de que alguien finalmente lo note, de que alguien finalmente cumpla la promesa de llevarlo a comer con el Diputado Zárate.

A veces, quisiera estar en otro lugar; quisiera estar en el lugar de la acción, donde los otros militantes te pueden chicanear, te pueden putear y donde podés atemorizar a los votantes, tan sólo con levantar un poco la voz. Quisiera ser otro, quisiera ser Carlos, el que sí cenó con el Diputado Zárate. Pero para ser Carlos, tendría que empezar a hablar en voz alta, tendría que construir oraciones coherentes y tendría que convencerse de que un culo grande es un voto como cualquier otro.

- ¿Y qué querés? Se llama Brian, Brian!!! No podés pedir mucho de un tipo que se llama Brian.

Las risas de Carlos y de Mariano se siguen escuchando sinceras mientas pasan por su lado.

21.11.06

Las elecciones


- Bueno, pónele que tenés que elegir entre 1) comprarte El huerto de mi amada de Bryce Echenique más La lengua del malón de Saccomano o 2) El curandero del amor, la úuuuultima de Cucu.
- Le pongo
- ¿Qué elegís?
- Opción 1, opción 1!!!!!!!
- Y ahora, ponéle que en la contratapa está una parte de una reseña de
Dudo de Todo.
- LA 1, LA 1, LA 1
- Pero suponete que en
la contratapa también está una parte de una reseña de PH?
- Y también está el libro de Cucu adentro?
- Obviooooo

- Y también está una parte de una reseña de PH en la contratapa?
- Pero sí!!!!!!!
- Ay, la literatura argentina.

(*) la foto viene de acá

16.11.06

Personajes secundarios 1

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Hay pocos personajes más patéticos en la historia del cine que Patrick – Elijah Wood - en Eternal Sunshine of The Spotless Mind, el que quiere enamorar a la de Titanic haciendo y diciendo lo mismo que hacía el de Tonto y Retonto (sí, ya sé, también de The Truman Show pero me gusta menospreciarlo un poco).

Porque claro, no es que esté enamorado y sepa cómo enamorarla; eso sería diferente, sería, quizás, dueño de una capacidad que todos los que sufrimos por amor quisiéramos tener. Conocer a alguien y saber exactamente qué hacer para que nos amen, de la forma en que queremos que nos amen. Como lo sabemos vos y yo – seas vos la que seas – eso no es así, de ninguna forma es así.

El problema con es que no está enamorado. Lo único que quiere es estar tan enamorado-como- y eso sí sabe hacerlo pero sin arriesgar nunca nada. Porque, en definitiva, cree que porque sabe como otro la enamoró, él va a poder hacer lo mismo; y está tan pendiente de seguir el plan al pie de la letra que lo hace demasiado obvio, tan obvio, que incluso ella se dá cuenta de que algo debe estar funcionando mal.

Por eso, está muy bien que fracase. Porque hay justicia poética. Porque los tipos que creen que el éxito es lo único que pueden esperar de la vida son patéticos. – y esto va para vos, seas quien seas -.Porque Kaufman y Gondry saben como pensamos nosotros – seamos los que seamos.

8.11.06

Evangelistas (I)

los hombres te miran
te quieren tomar

Aída espera en la puerta del edificio a que alguien salga. Si eso pasa, Aída mira a la persona a través de unos gruesos anteojos en los que culmina su pollera negra que empieza en sus talones.

- Les tengo una buena noticia para usted, su familia y su comunidad. – les dice tan monocordemente como un militante en la cola de elecciones de cualquier universidad.

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En general, los vecinos la esquivan o le toman el papel echándole una rápida ojeada. Mientras lo hacen, Aída intenta insertar alguna otra de las frases que sinteticen su cambio. En su mente, pasan fugazmente “antes, mi vida era un caos y ahora vivo en el paraíso”, “dios me dio los ojos para poder conocer la verdadera esencia de las cosas”, o “mi marido volvió a trabajar desde que en la Iglesia rezamos”; luego, reconoce que entre el potencial siervo de Dios y ella se interpone el vidrio de la puerta.

Luego de dos horas de repetir una rutina en la que sólo en contadas ocasiones puede traspasar el vidrio, Aída se reúne en la esquina con su compañera Elba. Elba tiene un rodete, una pollera floreada que le llega hasta debajo de las rodillas y, cuando hace calor, se desabotona el último botón, dejando entrever un Cristo del tamaño de un tenedor.

Aída camina a la derecha de Elba aunque quisiera caminar atrás de ella. Elba no para de hablar de los nuevos cristianos que le prometieron ir a la Iglesia ni de lo cerca que se siente de la luz que irradia del pastor Ramón. A veces, cuando unas irrefrenables ganas de gritarle puta invaden a Aída, cuenta hasta diez. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cuando llega al cinco, como si fuera un milagro o una rutina natural, Aída cuenta otra vez la historia de cuándo ella misma, con el poder de la oración, pudo hacer que un hombre postrado en una silla de ruedas se convierta en rengo.

Aída llega hasta la parada del Colectivo que la va a llevar primero a Constitución, donde tomará el tren y llegará a El Jagüel. Saluda a Elba con un beso, por el cual siente tanto asco como cuando se despedía de su padre antes de irse a la escuela. Al levantar la mano para detener el colectivo, su mente parece limpiarse y comienza a pensar en su hijo, Brian, quien hace dos días no va a su casa.

5.11.06

Poderes inútiles


Una de los poderes más inútiles es el de predecir dos segundos del futuro; cuando uno piensa en la posibilidad de predicción piensa en conocer la fecha exacta de su muerte, la de sus padres, la de el momento en qué conocerá al amor de su vida y lo dejará ir, en lo que tendría que haber dicho como respuesta exacta en vez de tener que remontar una respuesta incorrecta.

¿De qué serviría anticipar dos segundos del futuro? ¿Qué podríamos saber que no nos permita ni siquiera mantener dos segundos el nivel de ansiedad? Quizás sólo poder corrernos para evitar que un auto nos salpique.

La diferencia entre Baldomir y Meyweather, el mejor boxeador actual, fue exactamente esa: o Mayweather supo dos segundos antes los movimientos de Baldomir o Baldomir estuvo atrasado dos segundos siempre. Lo cual nos lleva al siguiente mundo dickiano: La humanidad está retrasada dos segundos y sólo un hombre vive el presente en términos estrictamente cronológicos. Luego de querer infructuosamente sacar réditos económicos de su poder, el hombre del presente decide retrasar dos segundos todas sus acciones. Al hacerlo, todas sus experiencias psicológicas se deforman, se convierten en un resumen de las experiencias psicológicas que cada humano tiene en esos dos segundos. Ahí, se da cuenta que es Dios.

1.11.06

¿me indica dónde se halla el excusado, señorita?

Luis se miró al espejo y volvió a la vieja rutina de saludar y preguntarle a cada una de sus exnovias cómo estaban. Les preguntó si lo seguían amando, qué andaban haciendo, si sabían que el las seguía amando o no, según el caso, les contó que ahora que vivía solo pensaba si su casa les gustaría o no, si las soportaría o no, si las dejaría quedarse más de dos días con él, o si ellas lo soportarían dos días seguidos.

Levantó la tapa del inodoro, se sentó, se mojó con el meo de hacía unas horas, y se dijo que ninguna hubiera soportado eso. Alguna sí pero ella no hubiera estado ahí. Mientras manoteaba el libro que leía cada vez que iba al baño y que parecía infinito, y mientras cambiaba el rollo de papel higiénico, presentó a sus exnovias entre sí.

Sus exnovias se miraron como se miran las exnovias entre sí; primero con rigidez, con desconfianza. Luego, se comenzaron a contar anécdotas de Luis. Dos de ellas rieron, mientras dos de ellas se escondían tras la cortina del baño para odiar a las dos que se reían. Luis se limpió el culo intimidado ante un baño lleno. Se lo limpió otra vez.

Tras las cortinas, las exnovias despechadas lloraban y arrojaban jabones, recipientes vacíos y llenos de shampoo, esponjas decoloridas, canillas. Delante de las cortinas, las exnovias de Luis usaban un toallón con un caballo pintado como techo mientras se escondían risueñas en el botiquín.

Luis tiró la cadena del baño cuando las exnovias despechadas comenzaban a desprender el barral y lo asestaban contra su cabeza. Luis quiso moverse, se resbaló – posiblemente en otro charco de pis – se rompió la cabeza y murió dejando una aureola de sangre como circunferencia de su cabeza.

Las exnovias despechadas reían y las exnovias risueñas abrían tímidamente la puerta del botiquín y contemplaban horrorizadas el espectáculo.

“no existimos más” – coincidieron todas.