type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: marzo 2006

27.3.06

Arena (III y se acabó)

¡Apuremos de un sorbo nuestras vidas,que mañana muy tarde ya será!
Pues la vida es tan frágil mis amigos,como es frágil la copa de champán.
(La garconniere - Carlos Gardel)


El espejo roto devuelve cientos de fragmentos de lo que podría ser una imagen; un único centro que, ya sin cristal, cumple la única función de mostrar dónde empezó el golpe.

A Noé no le hace falta ni mirarse; camina despacio, se para frente a la puerta cerrada del inodoro, lee dos o tres números telefónicos rodeados de líneas que configuran cabezas de penes, rodeados de la anarquía, del black nigger, de corazones con fecha; patea la puerta y adentro no hay nadie; solo papel higiénico que sale de la taza del inodoro, como si él tampoco soportara más su contenido.

Noé vuelve al salón y ahora lo miran dos borrachos y el que esta detrás de la barra toma un bate de béisbol y empieza a caminar hacia él. La lamparita solo lo deja distinguir algunas partes del cantinero: una nariz enorme y roja, una cicatriz surcando un camino entre granos, un tatuaje en el brazo repleto de pelos negros, y una mano de la cual salen destellos de anillos, del metal del bate.

Noé se queda quieto, sin miedo, sin ningún sentimiento, no mueve ni un músculo; el bate se acerca, le habla, le grita, Noé sigue parado ahí, como si le hubieran puesto pausa sólo a él mientras que todos los demás siguen su rutina. Antes del primer impacto del bate sobre sus costillas, Noé reconoce – a través del brillo de los anillos – a Artaíno.

- Vos tenés varios problemas, pero el que te va a joder de verdad durante toda tu vida es lo corto de mollera que sos; si te dieran un millón de pesos, te los olvidarías en el gimnasio o te convencería rapídisimo de que me compres todo lo que pueda tomar en una noche, en una semana, en lo que me queda de esta puta vida.

Noé debería saber que ahora, así tirado en el piso, tendría que taparse la cabeza con las manos, tendría que decidir que zona de su cuerpo proteger y aguantar hasta el final, hasta que se cansen. Pero cuando los dos borrachos entran en confianza y le empiezan a pegar patadas con sus zapatos de los que aparecen rastros de medias, Noé esta extendido a lo largo del bar, ofreciendo su cabeza, ofreciendo sus huevos. Uno de los borrachos lo agarra del cuello, lo levanta un poco, le grita, le pasa su aliento a años de rutina alcohólica, y le cruza la cara de una trompada y después otra y después el otro borracho empuja al primero y empieza a clavarle rodillazos en la nariz que ahora sangra, que nunca dejó de sangrar. Noé ya puede sentir el gusto de su propia sangre y el dolor de los golpes recibidos hace un rato se suma con los de ahora. El del bate se seca la frente, toma aire, calcula y le empieza a pisar despacio los huevos, aumenta la presión y ya siente que la suela de los zapatos está rozando el piso y ahí pisa más fuerte y después un poco menos y después repite toda la operación como si fuera un ejercicio que hay que realizar con un método preestablecido, sin saltearse nunca un paso; cuando otra serie de trompadas del primer borracho empieza a llegar, Noé reconoce que el primer borracho es Artaíno, que el segundo borracho es Artaíno y que el que le está quebrando las rodillas con el bate es Artaíno y que el bate es Artaíno y que la luz viene de Artaíno.


(this picture was taken from here)

25.3.06

Chicos de Sergio Bizzio: multitudes y equilibrios

Como todo lo que hago últimamente, leer Chicos de Sergio Bizzio provino de un capricho, el cual trato de purgar haciendo que argumento acá; el asunto es que leí en la Llegás una nota de Fabián Casas respecto de “Evidencias del lugar del hecho”, una reunión de escritores en un mítico hotel de Ostende. A esa reunión había ido Bizzio; por lo que contaba Casas y por lo que pude leer de él, descubrí ciertas obsesiones compartidas: el pánico al avión, una vida completamente esquizofrénica y dividida, etc. Sí, así de caprichosa están mis lecturas por estos días.

En una de las entrevistas estándar que le hicieron a Bizzio, dice respecto de Chicos que lo que otorga una unidad temática a este libro de cuentos es el tratamiento de lo menor. Sin embargo, esto sólo es verdad si por menor entendemos menor de dieciocho años.
A lo largo de Chicos, la mayoría de los protagonistas son adolescentes que descubren conflictivamente el amor o el sexo, o el amor y el sexo, dos temas que se encuentran lejos de ser menores; en Cinismo, un chico de quince años descubre lo que todos más o menos sabían: su homosexualidad; en Lo Denso, una joven descubre que trajo desde España a su casa un idiota y que, encima, se le escapa el pito cuando duerme la siesta ante las atentas miradas de la familia de ella; en Un amor para toda la vida, el amor adolescente tiene consecuencias eternas, etc. etc.

Bizzio intercala recursos trilladísimos y anticuados para “”reflexionar”” sobre la literatura, algo que no parece ser excesivamente necesario; así, por ejemplo, la intervención casi brechtiana del autor en el medio del relato: “ahora hagamos dos cosas fundamentales: hablemos del futuro, y resumamos”, “Por encima de él, Uma advirtió que… (no importa, no hay tiempo)”, “Vean ustedes con qué naturalidad pasa el tiempo en la literatura”, etc.”, termina siendo más un obstáculo a la lectura que algo interesante para leer.

Lo más interesante – al tiempo que lo complicado – que tienen estos cuentos de Bizzio es la multitud de personajes que pueblan cada uno de ellos; por un lado, convierte a los cuentos en mucho más que el relato de una historia – o si se quiere más que en las dos historias que un cuento debería contar -, los convierte en un conjunto a punto de caer al abismo. Por ejemplo, en Gripsi, dos extraterrestres diminutos se le aparecen a un escritor de origen japonés; una vez que los extraterrestres se van, el cuento – creo – debería terminar; sin embargo, continúa con la historia del escritor japonés; en El Tótem pasa algo parecido; la historia principal, que va variando de protagonistas a lo largo de las páginas, termina con uno de ellos mirando hacer el amor a dos adolescentes que nunca habían aparecido. Estos cuentos podrían narrar otra historia más y sería lo mismo; lo arbitrario de las supuestas relaciones, lo arbitrario de que se encuentren en el mismo cuento, termina duplicando el cuento sin mucha necesidad. Por otro lado, eso genera problemas evitables de manera sencilla; frente a esa multitud de personajes, no es difícil (Lo denso) que se de un nombre a un personaje ya introducido previamente sin nombre y no establecer una correlación entre un momento y el otro.

Hay dos cuentos – quizás, los más medidos, los más correctos – que están muy bien: uno de ellos es Malcolm, la historia de un pato que decide vengarse – de una de las formas más terriblemente descriptas - de unos gatos que lo violaron; curiosamente, algo que el mismo Bizzio reconoce, en esta historia, que por convertir a un pato en un ser racional, parece ser más una historieta (lo curioso viene de acá, de que si se quiere, la historieta es otro género) que un cuento, Bizzio logra un equilibrio bastante adecuado entre todos los personajes y la historia principal.
El otro cuento, Un amor para toda la vida, es, probablemente por el tono intimista y cuasi autobiográfico de la historia, el más logrado – bah, el que más me gustó:
“- Lisa… - le dijo -. Desde que te fuiste no pasé un solo día sin pensar en vos. Toda mi vida te di vueltas… di vueltas alrededor tuyo toda mi vida. Cuando me casé, pensé que si algún día volvías y me seguías queriendo, yo podría dejar a mi mujer. Cuando mi mujer me dijo que estaba embarazada, lo primero que hice fue lamentarme, porque pensé que si volvías yo no iba a poder dejar a mi hijo. Todo lo que hice, lo hice siempre pensando en vos. Y ahora…”

23.3.06

la mediocridad de la correción política


Hace unas semanas me sorprendió bastante que George Clooney se hubiera convertido en un director afamado, crítico de izquierda y con un cierto aire de prestigio artístico, con lo cual abandoné mis prejuicios acerca de E.R. y fui a ver Good night, good luck.
Ambientada en pleno auge del maccarthismo, con escenas donde el mismo McCarthy es quien acusa de comunistas a todos y principalmentea Edward Murrow, el protagonista, la historia deja bastante que desear desde un punto de vista, llamémosle, geográfico.
En Everyone says i love you, al hijo de Woody Allen le descubren que tiene una afección cerebral, por medio de la cual su cerebro no posee la ventilación necesaria para funcionar adecuadamente; una vez que lo tratan y el cerebro queda oxigenado, deja de ser un republicano fanático y adopta posturas demócratas, algo así como que se hace de izquierda.
Good night, good luck es, para el público estadounidense, una película emblema de la izquierda que toma uno de los episodios políticos más estalinistas de la derecha en el poder. Así como Johny debe su republicanismo a un cerebro en malas condiciones, Good night, good luck debe al republicanismo maccartista que su película tenga un mensaje trillado de correción política. El discurso final del protagonista está mucho más cerca de lo que podría decir Jorge Rial luego de ser atacado de producir televisión basura, que de una postura política interesante.
Parece ser mucho más sencillo, mucho más estándar y mucho menos exigente enfrentarse con la derecha americana; casi no se requiere esfuerzo para pertenecer a los liberals; al mismo tiempo, el extremo de la derecha americana parece siempre convertir al debate en algo siempre básico, siempre inicial; en el fondo, todavía siguen discutiendo si los otros son iguales a los blancos.

21.3.06

todos por lo mismo


Ayer estaba en el tren y un muchacho leía un libro de Paulo Cohelo. Opté por la interpretación más sencilla, seguro que se lo había recomendado una chica que le gustaba. Igual que el que está leyendo Bakunin para levantarse una anarco-sindicalista. Y, claro, yo estoy escuchando Thelonius Monk; la diferencia es que a mí me gusta de verdad.

18.3.06

La necesidad de un apodo

Sí, ya sé por qué no lo hago pero, de todas formas, tendría que llamarla. Creo que estaba bastante bien. Pero se llama Nancy y eso me desmotiva profundamente.

Arena (II)


Noé escuchó entre un ruido de botella llena, un chirrido de neumáticos, un ritmo lejano de percursión y un timbrazo largo la voz de Artaíno; el desierto en medio del oasis lo conduce; se toca el pómulo que parece un huevo duro metido en el medio de la rosca; en el medio del huevo, como escondido, está su ojo izquierdo, tratando de guiarse entre la sangre y la carne que arde.

- Y sí, me la clavó hasta el fondo hoy.


Al bajar el picaporte, Noé Tulio adivina sus nudillos atiborrados de músculos, indistinguibles el pulgar del índice; una pelota de carne adobada, con los hilos del matambre, eso es su mano hiperatrofiada; las marcas del vendaje, el mismo con el que quiso ahorcar a su manejador cuando estaba de espaldas, le marcan todavía una serie de líneas oblicuas pero prolijas, que no se tocan, que mantienen una ondulación armónica, como si fuera una coreografía.

Alguien le toca el hombro no sin cierta delicadeza, casi con asco, como si no quisiera hacerlo. Noé piensa: Un puto. Éste hoy se lleva lo que quiere. Cuando gira para mirarlo, la sombra ya lo dejó atrás;

- ¿Sabés lo que pasa, Noé? Es que vos no tenés reflejos; sos más lento que Alí con Parkinson. Allá en Salto, cuando yo era chico, había un chiquito que era parecido a vos, salvo que no era negro. La cuestión es que jugábamos carreras en el río; éramos pobres, vivíamos en un pueblo de provincia y no había una mierda para hacer. Así que todo el día estabamos con esos calzoncillitos blancos que parecían de amianto después de nadar 5 horas en el río. No me acuerdo bien cómo se llamaba el chico, pero le decíamos Yuyo. Hasta la vieja le decía así, por alto al pedo. Tenía media cabeza más que todos nosotros. El yeite es que llegaba siempre último en las carreras, se ve que todavía no podía manejar bien su cuerpo. Y mirá que pataleaba y braceaba como loco; nosotros nos meábamos de risa mirándolo. Cada vez que metía esos brazotes era como si hubieran tirado un piano al río. ¿Sabés lo que le hacíamos al que perdía las carreras, o si querés, sabés que le hacíamos a Yuyo?
- ¿Lo manteaban?
- No, Noé, eso es para milicos y putos nomás. Le hundíamos la cabeza en el agua durante un rato largo. Era un show ver eso; Yuyo era tan alto que para meterle la cabeza había que hacerle apoyar los brazos en la tierra; le quedaba mitad del cuerpo afuera; entonces, siempre venía el Canario y le ponía los calzoncillos en las rodillas; el pito le quedaba flotando como si fuera una ramita.

El paso de la sombra es de alcohol barato, de sudor de alcohol, de tabaco penetrado en los poros. Noé reconoce a Artaíno.

Los brazos le duelen, sabe que hoy no puede tenerlos en alto durante más de un minuto; las piernas sudan, el cuero chorrea. Cruza la puerta y lo ve meterse en el baño. Lo quiere seguir, ya se ve haciéndole rebotar la cabeza contra los azulejos, manchándose de sangre; tiene que ser rápido. No te colgués, se dice Noé, mirá que después hay quilombo. Palo y a la bolsa.

Noé cruza la única lamparita que, sin embargo, deja ver la humedad, la roña, la barra atestada de dos viejas pintarrajeadas, de dos pares de tetas que llegan hasta el ombligo, de un culo que desborda de las sillas altas. Noé mira para atrás, las putas, la barra, el gordo de la barra, y patea la puerta del baño.

12.3.06

Arena I

Noé Tulio González Alcoba baja del ring; un ojo cerrado, el hilo de sangre que le sabe a salado en su lengua; acaba de perder su invicto, un invicto mentiroso, logrado contra boxeadores viejos, gastados, con olor a alcohol en sus guantes y a tabaco en sus dientes.

Quisiera estar atontado, quisiera que el knock-out del chicano lo hubiera desmoronado, sacado del ring, haberle hecho incrustar el cráneo contra el zócalo y no contra la lona; pero sabe, pero sabe demasiado.

Su manejador, vestido de narcotraficante o de vendedor de alhajas o de calle 18 de Julio ofreciendo dólares, habla por celular en un rincón del vestuario, pocos azulejos celestes sanos, la mitad celestes y blancos, blancos de cal. Noé piensa, sabe.

¿Y ahora qué mierda hago?, pregunta. Sabe que ya está grande para volver a ser siquiera la imagen de González Alcoba invicto; sabe que ahora le toca a él ser quien infla los invictos de los otros. Sabe que ahora la vergüenza es suya, que ahora el camino está más hecho que nunca.

Ser el que se deja caer en el noveno, en el primero, en el que le diga su manejador después de que éste habló con el manejador de cualquier rival con invicto inflado, después de que éste habló con el corredor de apuestas – de apuestas hechas en los baños de la pizzería de la esquina del gimnasio, en los baños del cabaret, en la oficina que tiene el corredor – después de que éste habló con los de la tele.

La lágrima, la sangre, una mancha de marcador rojo en su cara, un trazo que no se mueve, una mueca que ya es rasgo, le surca el pómulo que se hinchará cada minuto un poco más.

Noé camina entre la lluvia débil, las baldosas más flojas, el barro contra la pared, el barro contra los borrachos contra los tachos de basura. El barro negro, siempre dispuesto a instalarse en su ropa, le recuerda a Canelones; lo hunde, lo atrapa como si fueran arenas movedizas inesperadas en el medio del desierto.

- Las arenas movedizas no te tragan de una, Noé; y tampoco te desesperás cuando vas viendo que tratar de salir de ahí es al pedo. – decía Artaíno.
A veces, Noé intentaba pensar que Artaíno era un simple borracho, un borracho con alguna lectura que él, obviamente, no tenía, eso seguro, pero que era un borracho y que lo que decía era lo típico de un ebrio viejo, cansado y que necesitaba descargar.

- Mirá, negro, las cosas a la mitad son de putos; te cagan a trompadas o no; si no te cagan a trompadas, es porque o lo cagaste a trompadas vos o se tiraron dos piñas y dejaron de pelear, con lo cual, son dos putos igual.

Noé Tulio odiaba a Artaíno como se odia a un hermano que quiere ser el padre de uno; si lo pensaba seriamente, su supuesta sabiduría radicaba en mantenerse en un estado de ebriedad constante - incluso los movimientos que hacía cuando dormía eran los propios de un borracho - y en haber hablado con todo aquel que lo soportara: contadores recién despedidos, empleados públicos recién contratados, suboficiales recién sargentos, cafishos abandonados. Cuando Noé odiaba más profundamente la sabiduría de Artaíno, pensaba que era un trozo de una cinta scotch olvidada por alguien en una pared y a la cual se le iban adosando anárquicamente distintas ideas. Cuando no lo odiaba tanto, solía preguntarse cómo él podía estar tan seguro de todo lo que decía; porque indudablemente, para el mismo Artaíno, las cosas no sólo no eran, sino que no podían ser de otra forma.

- La cuestión es que cuando te das cuenta que ya no podés salir de las arenas movedizas o que alguien tendría que ayudarte y obvio, estás en el desierto, y más bien que estás solo y para qué vas a gritar si el desierto es desierto, cuando te enterás de todo eso, te entra un calorcito que te hace cerrar los ojos y pensar que estás bañándote con agua calentita, tirado en el piletón y que hasta agarrar el jabón para limpiarte las bolas requiere un esfuerzo que es mucho.

Noé camina ahora por la luz eléctrica, violenta, de la calle, donde se juntan los que venden, los que compran, los que alquilan, los que duermen acartonados; tendría que haberse quedado esperando a su manejador, charlarlo un rato, decirle que él podía mantenerse en su nivel si entrenaba fuerte, si le ponían sparrings como la gente, no como el último, un tipo gordo que no se sacaba el protector bucal ni cuando se bañaba para no mostrar sus encías rojas, candelabro del cual colgaban velas gastadas de dientes. Le tendría que haber dicho que él tenía orgullo, que su orgullo venía de familia, de la vez en que le habían dicho que nunca se tenía que arrodillar ante nadie, porque Noé, todos nos morimos igualito. Pero Noé se había dado cuenta de lo que ahora sabía, de que ya no iban a existir los médicos después de las peleas, que su peso ya no le iba a importar a nadie, que nadie iba a fijarse en qué comiera, en qué fumara o en qué tomara; capaz que hasta le decían que tome más, que fume más, que su cuerpo todavía prometía y que eso ya no le iba bien.

- Noé, vos no sabés nada; y cuando te hacés el que sabés plantarte arriba del ring, cuando salís a buscar la pelea, cuando querés levantar al público, me hacés acordar a una película que yo veía en el Cine Monumental cuando era un botija; había unos tipos que viajaban por Estados Unidos y necesitaban guita; se cruzan con una feria que prometía 50 dólares al que aguantara dos rounds con un gigante rumano o checo, no me acuerdo, y 100 dólares al que lo tiraba a la lona una vez. ¿Qué habrías hecho si estabas ahí?
- Cagarlo a trompadas de una, sorprenderlo, y llevarme las 100 lucas.
- ¿No te digo? Sos un puto; el tipo hacía lo mismo, la gente empezaba a delirar con eso, aplaudía, se paraban arriba de los asientos, revoleaban los sombreros, porque a la gente así, de pueblo, le gustan los putos. La cuestión es que el rumano medio como que se sorprende del tipo éste y, al principio, parece que el tipo se llevaba la plata, pero al toque se acomoda los pantalones, se pone en guardia, lo calcula durante cinco segundos y le clava un uppercat en la mandíbula que lo tira contra el árbitro, se caen los dos y claro, la gente del pueblo se empieza a cagar de risa y vuelven a acordarse de que el rumano era el crédito del lugar y lo empiezan a aplaudir, las minas le tiran flores, y al boludo éste que es como sos vos, se lo llevan sin que nadie se acuerde de él.

(sigue uno de estos días)

9.3.06

¿Qué es el amor para usted, señor Shakespeare?



Algo que hace grosso, muy grosso, a Shakespeare es el hecho de que, a pesar de que Los Dos Caballeros de Verona (una de sus primeras obras) es bastante mala, tiene algo que la convierte en una señal de lo que vendrá después.

La historia “oficial” dice que el tema de la obra es una lucha entre los deberes de a
mistad y los deberes de amor; Proteo está enamorado de Julia, Valentín (amigo de Proteo) está enamorado de Silvia. Proteo conoce a Silvia y se enamora perdidamente de ella; el resto de la obra da vueltas sobre esta misma idea con varios errores de continuidad espacial, temporal, con reconciliaciones inverosímiles e instantáneas; a su vez, el continuo juego de palabras entre los personajes la hace, si no previsible, al menos densa.

En sus Sonetos, Shakespeare expone un problema existencial, bastante conocido: cuando estamos enamorados, ¿nos enamoramos de lo distinto que tiene el otro? O, por el contrario, ¿nos enamoramos de lo igual que hay en el otro? ¿nos enamoramos de nosotros mismos o del otro? Cada uno de los enamorados masculinos elige una opción distinta a esa pregunta: Proteo será el que se enamore de sí mismo y Valentín del otro.
En Los Dos Caballeros de Verona, esta idea tuvo que estar girando en su universo mental y genera un recurso bastante extraño pero efectivo.
Por ejemplo, Silvia le pide a Valentín que escriba una carta a un enamorado; cuando él se la entrega, ella le dice que se la quede y que la lea en lugar de ella. Valentín es un poco lento y no entiende la “trampa” de Silvia y su criado es quien tiene que venir a aclarar las cosas - al menos para el público porque Valentín sigue siendo lento:
“Vos le habéis escrito varias veces, y es tal vez por pudor,
o por falta de tiempo (…)
que ha instruido a su amor para que él a sí mismo se escribiera.”
Valentín, en definitiva, no puede entender esto porque su personaje debe representar el concepto de enamorarse de otro y nunca de sí mismo.

Por el otro lado, Proteo, ya enamorado de Silvia, e incesante a pesar de los desaires de ésta, le pide un retrato suyo.
“El retrato que está colgado en vuestro cuarto;
Podré hablarle, y ante él suspirar y llorar;
Porque si la sustancia de vuestras perfecciones
a otro está consagrada, no soy más que una sombra,
y a vuestra sombra voy a dedicar mi amor.”

Para Proteo, en el amor no importa el otro, o tiene una relevancia secundaria; lo que importa parecen ser las propias acciones y deseos, pero el otro es sólo una excusa para adorarse a uno mismo; para “suspirar ante las sombras”; de hecho, el extremo de esta idea está sobre el final de la obra, en el cual Proteo intenta violar a Silvia (lo más bizarro de todo es que diez líneas después, el desenlace es enteramente feliz).
Por eso, Shakespeare es grosso

Shakespeare presidente, Ingberg al poder
A pesar de que a Ingberg no parece haberle gustado nada Los Dos Caballeros de Verona, algo que se deja traslucir en una edición menos cuidada que las otras, como buen admirador de Shakespeare que es, en el estudio preliminar, ataca a quienes defienden la obra y defiende a la obra de quienes la atacan.
Quizás más relajado por eso, Ingberg se toma ciertas licencias poéticas en la traducción que están realmente muy bien para una comedia.
- ¿Por qué me tapas la boca?
- Por temor a que pierdas la lengua
- ¿Y cómo voy a perder la lengua?
- En tus cantos
- ¡En tus cantos! (*)
(*) Nota de Ingberg: “en tus cantos” (entiendáse con un doble sentido sexual vulgar): juego de palabras entre tale y tail (“cola”, palabra también usada vulgarmente con el sentido de falo)
Por eso Ingberg es grosso también.

7.3.06

Amigos, perdónenme


Es que se fue recién de acá mi vieja, hubo bendición y es sábado, tendría que ver si hago la fiesta de bienvenida de la casa o no, o viendo si mañana compro un vino Terrazas Syrah porque la voy a ver, voy a estar ahí y ella ahí, y bueno, siempre queda bien decir que uno tiene un vinito en casa. Pero, sin embargo, pienso en que al menos debería haber invitado a uno de los tantos tipos grossos que tengo cerca porque estoy por poco tiempo acá y quiero que todos vean que nene con playmobil nuevo soy; la cosa es que me puse a pensar que ayer había invitado a Dragón y a su chica y que qué bien la pasamos, Dragón diciéndome que estaba buscando qué cosa le faltaba para ser escritor e inventando los post de cosas que no dan ni para un post, Luciana en el sillón de las obsesiones, yo conociendo nuevas obsesiones de soltero viviendo solo, y ahí nomás me puse a pensar en que yo siempre tuve parejas como la de dragón y lu. Ponele, el primer fracaso amoroso fueron lucas y lucas, y cecilia y marcelo; después siguieron acompañando FEDE y ana, y después carlos y mariana, y lucas y maria, y lucas y ahora lo fueron todos, incluso majo la causante de lo primero, pero principalmente seba y luciana; todos recibieron un poco de mi desengaño, de mi tango retorcido pero que siempre da la vuelta sobre uno o dos temas, todos recibieron esta cara para soportarme; hoy me di cuenta que es que soy un hombre de pareja y que necesito hasta que me la presten ustedes un poco cuando no la tengo. Debí haberlos invitado pero es que me colgué con el puf en la terracita.
*picture taken from here

4.3.06

Los pesos de Bidon-Chanal

Cuatro horas en un bar a una cuadra de Puán – el cual muchos años después me enteré que se le llamaba El Corpiño –, seis cervezas Quilmes y una charla que inevitablemente despertaba similitudes, coincidencias exactas, obsesiones compartidas y acrecentadas, complicidades con olor a tradición pero diseñadas en el momento, fueron suficientes para que Lucas y yo viajáramos quince días por Perú y Bolivia y que fuera el comienzo de lo que Humphrey Bogart y el comisario francés de Casablanca llamaron una bella amistad, o más propiamente a nuestra historia, que nos convirtiéramos en seres imprescindibles recíprocamente.

El mismo el infinito es un libro bastante caótico, como suelen serlo los primeros libros de los autores jóvenes; sin una unidad temática o formal estable, el texto navega entre diferentes contrapesos que a veces funcionan de manera equívoca, a veces no funcionan, y otras no podrían funcionar mejor

A Bidon-Chanal le pesan sus influencias
Reconocer las distintas formas en que se puede rendir culto, homenaje, ironías o simples menciones de las diferentes lecturas de Lucas no es una tarea difícil.

El escenario de El mismo el infinito – el relato que da nombre al libro – montado sobre las imágenes de todos los rusos, la estepa, la dacha, el samovar con el té, el zar a punto de ser asesinado pero que, sin embargo, desarrolla una acción bastante poco rusa. La clave intimista y sentimental, lograda cortazarianamente, de El dolor amable, donde el protagonista oficia de guía a su mujer, la exageración de los recursos kafkianos en La Agrupación que termina convirtiéndose en una mezcla de una historia de vampiros que persiguen a los campesinos y una película de David Lynch.

A Bidon-Chanal le pesan sus pretensiones
“Nada había antes, sólo existían el cielo y el mar”. Si la primera oración del primer libro de relatos de un autor es ésa, es claro que, a diferencia de lo que se llama la Joven Guardia de la literatura argentina, Bidon-Chanal sí tiene ambiciones de trascendencia, lo cual siempre es un tema complejo en términos de resultados;
Citas, o frases, en latín, alemán, inglés o francés recorren los distintos relatos; es complicado distinguir cuáles de ellas podrían corresponder o cuáles de ellas son puestas como demostración de algo; aunque, claro, el no conocer esos idiomas, hace más difícil la comprensión, como suele decirse.

A Bidon-Chanal le pesa ser músico de rock-alternativo
Además de escribir, Bidon-Chanal es guitarrista y cantante – y cada día canta mejor, por cierto, como el uruguayo muerto más famoso – y, por supuesto, hace las letras; leer El mismo el infinito es leer lo que podría escribir Thom Yorke, o lo que es lo mismo, lo que alguien podría escribir después de una tarde entera escuchando Radiohead. La diferencia es que Lucas no se queda sólo con el fanático que hace las cosas iguales a su ídolo, sino que construye un clima con eso, lo sufre en carne viva, lo mezcla con otra cosa que sufre y lo escribe, como el relato afiebrado de la desesperación individual y solitaria.

A Bidon-Chanal le pesa lo teórico
¿Por qué el libro de Lucas no es un libro de cuentos? Bueno, supongamos – dada mi ignorancia en cuestiones de este estilo – que un cuento debe tener algún tipo de acción entre los personajes. Lucas no hace eso – salvo un poco, quizás, en El mismo el infinito – sino que oscila entre la verborragia intelectual de la descripción de los estados mentales que siempre es incomunicable y un punto teórico (filosófico, claro) que intenta mostrarse. En El dolor amable, anoté en el margen “dolor del lenguaje” aunque también habría podido anotar la relación del cuerpo con Merlau-Ponty o también habría podido anotar la náusea asocial de Sastre.

A Bidon-Chanal no le pesa escribir bien
"La noche no es la única que lo gana, aparece también la añoranza del vaivén de voces, de aquellos parques, de un estanque y mientras deja enfriar el café, ve cómo los papeles se agitan sobre su escritorio, contenidos por el peso de un improvisado titán y una lapicera de tinta negra. Siempre se queda solo con sus pensamientos y pretende dejar de pensar, porque cuando lo hace se siente culpable, cree que en la distancia lo vuelve más responsable ymedrosamente se encierra con sus brazos y piernas abandonando la taza y ya ni percibe la compañía del libro y se sumerge en infinidad de pensamientos para no pensar"

1.3.06

Yo (no) voy a estar ahí


Hace como cuatro años que no veo a mi amigo Lucas del Bernasconi. Lo peor de todo es que no nos odiamos, no nos despreciamos, no nos indeferenciamos; sabemos que seríamos felices recordando y seríamos más felices proyectando y aún más felices viviendo, en el medio de diferentes alcoholes. Pero nunca pegamos el día justo. Qué barbaridá. Pero ustedes vayan que es banda grossa y además escriben todos los asientos del 134.