type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: diciembre 2009

31.12.09


Voy a pasar tres días con mi familia. En un lugar abierto pero asfixiante. Van a ser tres días. De mi abuela cantando dos canciones repetidas diez por día; de mi abuela dándome mate; de mi madre diciéndome que tengo el peor humor del mundo; de mi madre preguntándome qué quiero comer; de mi tía hablándome de mi cuñada; de mi tía haciéndome café. Voy a empezar una nueva década del dos mil con kilos de más y con senos masculinos. Es increíble lo rápido que se me va la comida a mis senos. Como si mi única forma de seducir fuera la comida y cuando la comida es ingerida, vaya directo a los senos. Creo que es verdad. Así que empecemos una nueva década. Empecemos la década donde ya no seamos más jóvenes. La década que no será nuestra sino de generaciones más inteligentes y más creativas. Ellos también tendrán senos masculinos llegado el momento.
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14.12.09

El tío


Lo que me acuerdo son datos tétricos: una casa con las persianas siempre bajas en la peor zona de San Telmo, muebles con las marcas de los fantasmas de distintos adornos, él postrado desde toda la eternidad en una silla de ruedas sucia y con los neumáticos pinchados, sin mover la parte izquierda de su rostro; ella, con varios lunares como macetas de pelos, un labio superior cargado de la sombra de la depilación poco definitiva y una voz aguda narrando insultos.

Él era mi tío Emilio. Ella era mi tía Josefina, a la cual llamábamos La Negra o, cuando entrabamos en confianza, La Negrita de Mierda. El tío Emilio fue mi primer muerto real. Se murió y yo ya no era tan chico como para no ir al velatorio y entonces fui y ella me dijo que hacía años que no lo veía tan lindo. Me reí cuando volvía del cajón y fue un dejo de esperanza.

La primera vez que tengo consciencia de él, me regaló una máquina de escribir negra, enorme y con el carretel rojo y negro. Yo ya le robaba la máquina a mi papá, una verde, pequeña, que tenía una tapa con un botón metálico que hacía aparecer la máquina, con lo cual siempre pensé que la máquina de escribir del tío Emilio tenía más probabilidades de convertirse en objeto contundente. Era enorme, pesada y las teclas estaban separadas por abismos en los cuales solían quedarse los dedos no experimentados.

El tío Emilio siempre fue un fantasma en mi vida pero había dejado una pesada herencia que sólo cuando murieron todos los protagonistas, pude saber. El tío Emilio oscilaba entre la violencia y la sensibilidad: si veía un mendigo en la calle, se echaba en su cama y no salía por cuatro días; si una mujer fumaba, le decía puta. Vivió en la casa de su madre hasta que ésta murió. Luego, cambió las sábanas de la cama de su madre y siguió viviendo en ella. En su madre.

A partir de ahí, todo es muy confuso. No se sabe si antes o después o en el medio de lo que voy a contar después, pero en algún momento, conocíó a la Negra. La Negra era prostituta de un cabaret del puerto. Un día, el tío Emilio se cagó a trompadas con alguien para defender a mí tía Negra. Lo mejor es que la haya conocido, digamos un mes antes, que mi tío Emilio se enamorara de mí tía Negra y que la disputa haya sido con el proxeneta; el proxeneta quería mil por dejarla ir y mi tío Emilio ofreció la máquina de escribir. No llegaron a un acuerdo.

El proxeneta había sido boxeador y no sólo lo cagó a trompadas, sino que lo dejó en el hospital. Mi familia quería hacer la denuncia pero mi tío dijo que no. Mi familia quería que mi tío haga la rehabilitación pero mi tía Negra de Mierda no lo dejaba ir, cuentan porque se cogía a todos los camilleros todo el tiempo. Mi familia no razona, mi familia demuestra. Así fue que cuando mi tío Emilio murió, tullido desde hacía veinticinco años, fueron a llevarse sus cosas y lo que más lamentaron fue que no encontraron la biografía en cuatro tomas del General San Martín, autografiada por él mismo.

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