bafici: stalags
Mientras espero la confirmación de la resurrección de Alfonsín, Stalags comienza a incorporarse en la lista de las películas más incómodas moralmente que ví, de esas que uno quisiera que se convirtieran en falsos documentales. El documental de Ari Libsker trata acerca de un género menor de la literatura israelí, los Stalags, una especie de novelas pornográficas que comenzaron a publicarse en los primeros años después de que se creara el Estado de Israel; en general, la trama era absolutamente sencilla; un aviador inglés caía prisionero en un campo de concentración que era dirigido por oficiales nazis mujeres, vestidas de cuero, con carne desbordando de su atuendo y que a los pocos días comenzaban a violarlo y a torturarlo. Las historias terminaban siempre con la venganza del aviador.
Los primeros veinte minutos generan algo extraño, cuando hay declaraciones de varios lectores de esas historias que en ese momento eran adolescentes y que las recuerdan como el único contacto con la pornografía y con la sexualidad en un Israel particularmente victoriano, y la historia de un israelí que viaja 10 horas para tener sexo anal con una descendiente de un oficial nazi verdadero. Luego, como sacado de 2666, la búsqueda de uno de los seudónimos utilizados para publicar los Stalags empieza por un supuesto norteamericano que, en realidad, era un escritor profesional israelí que lamentaba no haber nacido en Estados Unidos donde ahora sería multimillonario escribiendo para empresas de venta directa.
¿Por qué ese algo es extraño? Porque la mera combinación de las palabras holocausto y pornografía en Israel parecen no combinarse de una manera armónica; sin embargo, lo que muestra Libsker es cómo no sólo el género de las Stalags se hacía tremendamente popular en Israel sino como ello coincidía con el juicio a Eichmann, donde por primera vez, el relato de los sobrevivientes comenzaba a escucharse.
El documental está montado sobre esta idea de la extrañeza frente a una posible representación alternativa del holocausto, una representación que parece encontrar más una explicación psicológica freudiana que con una supuesta venganza literaria a través de la actividad del héroe. ¿Qué es en última instancia, lo que provoca la popularidad de los Stalags precisamente en el lugar mayormente habitado por los sobrevivientes? Varios de quienes hablan en el documental atribuyen el relativo éxito de los Stalags más a una especie de perversión que a una representación, llamemosla así, válida de lo ocurrido; obviamente, la apelación a lo incontable de la experiencia, a la inenarrabilidad del horror, a la imposibilidad de la representación clausuran la discusión de una manera rídicula, sin ni siquiera tomarla en serio.
Uno podría, y a decir verdad, pienso que es la opción más adecuada, decir que la pornografía es la pornografía y que en un ambiente de escasez de recursos, la única pornografía disponible se convierte en la pornografía consumible. De hecho, el descenso de popularidad de los Stalags se da en un contexto donde ocurren dos cosas: la primera, es que luego de la publicación de un Stalag que se llamaba más o menos así “Yo fui la perra del Coronel Schultz” y que subía la apuesta explícita del contenido pornográfico, y que termina siendo prohibida legalmente; la segunda, es que ya no se publicaba uno mensualmente, sino que había múltiples editoriales con su propio Stalag particular con lo cual el propio peso de la masividad hace decaer la demanda. Si uno elige la segunda opción, la ley del incremento de la industria pornográfica – con su posterior detalle y especificación – se confirma y el problema moral se acrecienta; si uno elige la primera opción, uno sigue teniendo un problema moral y es que hoy en día, encontrar un Stalag en Israel es difícil y potencialmente caro, como lo muestra uno de los primeros entrevistados que prefiere no dejar ver su rostro.