31.7.08
22.7.08
playmobil locombiano 2
Antes de volver a Argentina y de que todos me convencieran profundamente de que no podía no ser peronista, de que apoyaba a la Sociedad Rural, que era golpista, que era un iluso de la política, que la democracia era lo mismo que una monarquía, que era un idealista de la peor cepa y de que me tenía que ir a vivir a España, el glorioso ejército colombiano - o por lo menos así lo dijeron todos y cada uno de los rescatados – montó una escena tan parecida a un culebrón con un mínimo de imaginación y liberó a Ingrid.
Segundo día de estreno de mi malla altamente reveladora – o si se quiere, de mi traje de entrenamiento de natación (pero la diferencia es tan poco concreta la mayor parte del tiempo) – y mientras odiaba a dos niños que ocupaban el centro de la pileta y que iba a tener que sacar a fuerza de manotazos en estilo de espalda, cuatro colombianos pelados fumaban sus habanos y miraban con un poder de concentración invencible una televisión de 14 pulgadas en las cuales se veía un helicóptero en el medio de un cielo anónimo y lejanas letras rojas que no entraban entre las gotas de las antiparras.
Tiro la primer pileta y el aire no me falta; claro son 8 metros contra 25. Vuelvo y ya con la fuerza de las piernas llego a los 5 metros; doy una brazada para atrás, doy otra, otra y ya le pego al borde de cemento; los niños se corren y me preguntan si les presto las gafas. Sí, claro, nene.
Liberaron a Ingrid. Las primeras imágenes, ella baja y los pelados hablan de la vida de un empresario colombiano, es decir, cuentan anécdotas de amigos secuestrados, de amigos secuestradores, de cómo van las cosas en las fincas y también de cómo Uribe le está rompiendo el culo a todo el mundo.
Es insoportable hablar con cualquiera y que todos apoyen a Uribe; me cuesta 12 días hablar veinte minutos con un costeño que me pregunta cómo va el tema del Cordobazo y de los Tupara en el vecino país para encontrar a alguien que no salte a defenderlo. Mirás el comienzo del Campeonato mundial de Natación Subacuática que se lleva a cabo en Medellín, que después de un rato empezás a pensar que es como Milán y que toda reunión, conferencia o coloquio ocurre ahí (por qué Milán? Ah, estuve leyendo Glamourama; indignado durante tantas páginas, Bret.). En la ceremonia inaugural de ese deporte altamente impopular y que ni siquiera puedo ver, el que organiza todo pide un fuerte aplauso, un aplauso que sea tan estruendoso que llegue hasta la residencia de Uribe. Todos aplauden. Mucho. Fuerte.
Salgo de la pileta a los cuarenta minutos y no tengo ni frío ni ganas de ir al congreso; decido merendar lejos de todos y cada uno de los argentinos que rodean el hotel y todos en la ciudad miran la televisión y ninguno habla y todos piensan que ahora está todo bien y que qué bien que Ingrid no está secuestrada.
Pienso que no puede ser así, que todo parece demasiado extraño, demasiado culebrón y poco creíble. Pero al otro día me despierto con la radio AM y aparece el Ministro de Defensa diciendo que todo fue así, que no hay que agregarle ni sacarle una coma y todos están felices de que Ingrid, por ejemplo, no se haya muerto como en el futuro de la foto que recorrió el mundo en febrero.
a la/s
10:08 p.m.
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Playmobil Hipotético
13.7.08
Playmobil locombiano 1
Patrick es australiano pero está tan rojo que parece italiano; llegó hace cinco días a Colombia y hace cuatro días que no puede dejar de consumir. Primero fue a un hostel en Santa Marta y se la vendió un dealer que actúa como un perro apaleado numerosas veces. El hostel tiene habitaciones que si no fuera por su carencia de hileras de rayas tachadas, sería una cárcel. El primer día en el hostel se encerró en su celda y caminó doscientas veces los cuatro metros de diámetro de su encierro.
Al segundo día, que era tan indeferenciado del primero que hasta sintió que consumía por primera vez, lo invitaron otros dealers más apaleadores a atravesar una larga escalera de concreto pasillo que lo condujo al sótano de un billar. Ahí trazó las líneas de cal en el verde del paño y se comportó como los perros negros y adictos de las aduanas, buscando cada gramo del punto del penal. Escupió a un colombiano y ocho colombianos lo rodearon y lo empujaron hasta que rebotó contra cada uno de los puños. Lo sacaron y Patrick se mudó de hostel, de ciudad y se quiso disimular con los exsoldados del ejército israelí que vacacionan en Taganga.
Encontró un hostel regenteado por un norteamericano que alterna entre las drogas duras y las drogas blandas en busca del término medio aristotélico. El dueño del hostel ni siquiera se molesta en hablar en castellano; vende Budweisser, pone los campeonatos mundiales de poker de ESPN y saca fichas de un casino imaginario para comenzar las apuestas con 10000 pesos colombianos, amenazando la conversión en dólares.
A Patrick le dan cartas y fichas pero no le importan nada más que los espacios entre las figuras de los naipes y contarle a todo el mundo que lo cagaron a trompadas, que quiere entregarse a la policía porque de todas maneras lo van a agarrar y por que un poco también extraña la coherencia entre la celda interior y la exterior.
Cada movimiento de su cuerpo oscila entre la cámara lenta y la velocidad; en todo caso, no puede llegar a reconocer que cuando desparaliza su brazo, lo pone recto a la posición de la mesa, luego lo alza y luego cierra cuatro dedos hasta dejar únicamente el índice levantado, en realidad está pidiendo otra cerveza o que el yanqui le ponga en su paquete de cigarrillos otra bolsita que romperá con los dientes, seguro de que es la primera de todas las que quedan abrir.
(*) picture from here
a la/s
10:51 p.m.
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