type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: Arena (II)

18.3.06

Arena (II)


Noé escuchó entre un ruido de botella llena, un chirrido de neumáticos, un ritmo lejano de percursión y un timbrazo largo la voz de Artaíno; el desierto en medio del oasis lo conduce; se toca el pómulo que parece un huevo duro metido en el medio de la rosca; en el medio del huevo, como escondido, está su ojo izquierdo, tratando de guiarse entre la sangre y la carne que arde.

- Y sí, me la clavó hasta el fondo hoy.


Al bajar el picaporte, Noé Tulio adivina sus nudillos atiborrados de músculos, indistinguibles el pulgar del índice; una pelota de carne adobada, con los hilos del matambre, eso es su mano hiperatrofiada; las marcas del vendaje, el mismo con el que quiso ahorcar a su manejador cuando estaba de espaldas, le marcan todavía una serie de líneas oblicuas pero prolijas, que no se tocan, que mantienen una ondulación armónica, como si fuera una coreografía.

Alguien le toca el hombro no sin cierta delicadeza, casi con asco, como si no quisiera hacerlo. Noé piensa: Un puto. Éste hoy se lleva lo que quiere. Cuando gira para mirarlo, la sombra ya lo dejó atrás;

- ¿Sabés lo que pasa, Noé? Es que vos no tenés reflejos; sos más lento que Alí con Parkinson. Allá en Salto, cuando yo era chico, había un chiquito que era parecido a vos, salvo que no era negro. La cuestión es que jugábamos carreras en el río; éramos pobres, vivíamos en un pueblo de provincia y no había una mierda para hacer. Así que todo el día estabamos con esos calzoncillitos blancos que parecían de amianto después de nadar 5 horas en el río. No me acuerdo bien cómo se llamaba el chico, pero le decíamos Yuyo. Hasta la vieja le decía así, por alto al pedo. Tenía media cabeza más que todos nosotros. El yeite es que llegaba siempre último en las carreras, se ve que todavía no podía manejar bien su cuerpo. Y mirá que pataleaba y braceaba como loco; nosotros nos meábamos de risa mirándolo. Cada vez que metía esos brazotes era como si hubieran tirado un piano al río. ¿Sabés lo que le hacíamos al que perdía las carreras, o si querés, sabés que le hacíamos a Yuyo?
- ¿Lo manteaban?
- No, Noé, eso es para milicos y putos nomás. Le hundíamos la cabeza en el agua durante un rato largo. Era un show ver eso; Yuyo era tan alto que para meterle la cabeza había que hacerle apoyar los brazos en la tierra; le quedaba mitad del cuerpo afuera; entonces, siempre venía el Canario y le ponía los calzoncillos en las rodillas; el pito le quedaba flotando como si fuera una ramita.

El paso de la sombra es de alcohol barato, de sudor de alcohol, de tabaco penetrado en los poros. Noé reconoce a Artaíno.

Los brazos le duelen, sabe que hoy no puede tenerlos en alto durante más de un minuto; las piernas sudan, el cuero chorrea. Cruza la puerta y lo ve meterse en el baño. Lo quiere seguir, ya se ve haciéndole rebotar la cabeza contra los azulejos, manchándose de sangre; tiene que ser rápido. No te colgués, se dice Noé, mirá que después hay quilombo. Palo y a la bolsa.

Noé cruza la única lamparita que, sin embargo, deja ver la humedad, la roña, la barra atestada de dos viejas pintarrajeadas, de dos pares de tetas que llegan hasta el ombligo, de un culo que desborda de las sillas altas. Noé mira para atrás, las putas, la barra, el gordo de la barra, y patea la puerta del baño.

1 comentario:

Cinthia Dimitri dijo...

Ah, prosa poética.
:)

Nunca está online, acaso?!?!