type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: Sindicato (iii)

29.6.06

Sindicato (iii)

(viene de acá y de acá también)
- Che, Valpert, tenés que ir a Quilmes; se mataron dos de tus amigos – dijo el peludo jefe de Redacción.
- Sí, ya sé – dijo Valpert mientras se subía la bragueta sin recordar haberséla bajado.

A los diez minutos Valpert y Lunera, el fotógrafo de la sección policiales del diario, especialista en lograr las poses más dramáticas y sugestivas de las bolsas negras de consorcio que tapaban los cuerpos, ya estaban subiendo la autopista rumbo a Quilmes.Valpert prendió un cigarrillo que Lunera le convidó pero no lo fumó; Lunera quiso prender la radio pero ella sólo le devolvía un ruido a zumbido de abejas asesinas.

- Qué loco, no, todo esto. Está lleno de contradicciones. ¿Quién va a manejar el tren cuándo no quede ni uno sólo vivo? ¿Cómo se va a suicidar el último?

Valpert apartó el humo de su propio cigarrillo con la mano y miró al río. ¿Hace cuánto que no miraba el río desde Buenos Aires?

- Porqué ponéle, a estos locos de mierda lo único que les interesa es matarse; qué mejoras salariales ni condiciones laborales dignas ni qué mierda. No quieren negociar, no quieren sacar la cabeza afuera; son como los de esa secta que se mataron todos con las zapatillas blancas. ¿Quiénes son, los de bin Laden?.

Lunera se río de su propio chiste, dejando escapar el humo del cigarrillo mezclado con la tos que casi le hace saltar su diente postizo. Mientras miraba hacia el costado e intentaba asegurarse de que estaba en su lugar, Valpert calculó la distancia que mediaba entre la mano de Lunera y su cigarrillo aún prendido y cuánto tiempo tardaría en quemarlo.

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Los dos muertos de la estación de Quilmes eran dos miembros casi nuevos del Sindicato, como constaba en los carnets que encontraron en los bolsillos delanteros de sus camisas celestes; de hecho, según contó el sargento encargado del cuidado de la estación, se habían afiliado después de que comenzaran las inmolaciones. Valpert pidió ver los cadáveres y los policías, menos preocupados por cuidar las formas que por evitar el inminente motín de los pasajeros en la estación, le flanquearon el paso entre las cintas rojas y blancas que delimitaban los charcos de sangre.

Mientras Valpert sentía los flashes de la cámara de Lunera y destapaba las bolsas negras, recordó que la última vez que había visto el río desde Buenos Aires había sido cuando tiró las cenizas de su padre en la Costanera. Sintió un mareo frío en todo el cuerpo y vomitó mitad sobre la bolsa de consorcio, mitad sobre el cadáver.

(prometo que algún dia se va a terminar)

1 comentario:

Playmobil Hipotético dijo...

Flavio: ni en pedo. No confieso. No voy a confesar que este cuento está manejado por potencias oscuras que me manejan a mí mismo.