Lisandro Alonso, un inductivista ingenuo
El fantasma de Lisandro Alonso es una película al menos extraña; y cuando digo extraña digo, casi por definción, anticomercial, lo cual lejos de ser la intención del autor, parece ser precisamente esa.
A diferencia de Los muertos y La libertad, El fantasma pareciera tener bastantes más pretensiones. Si en aquellas los atípicos paisajes – atípicos en la pantalla argentina – daban un marco a las mínimas historias que se cuentan, en ésta la relación es inversa; es el marco el que se convierte en protagonista y los actores solo son instrumentos para mostrar ese marco.
A diferencia de Los muertos y La libertad, El fantasma pareciera tener bastantes más pretensiones. Si en aquellas los atípicos paisajes – atípicos en la pantalla argentina – daban un marco a las mínimas historias que se cuentan, en ésta la relación es inversa; es el marco el que se convierte en protagonista y los actores solo son instrumentos para mostrar ese marco.
El marco es el edificio del Teatro San Martín; allí van a parar los dos personajes de las películas previas de Alonso para presenciar en una casi vacía sala Lugones Los muertos. Una acertada decisión hace coincidir la mirada que el espectador tiene de la butaca – la película sólo puede verse en la Lugones durante sólo veinte presentaciones - con la mirada del personaje.
Mientras que en sus películas anteriores, el afán de experimentar visualmente iba acompañado por una armonía que no solía romperse, armonía que siempre parecía conducir a un ambiente sórdido pero que sin embargo no lo hacía, acá Alonso plantea una especie de respuesta a por qué sus películas son cómo son.
El utilizar actores no profesionales – o que actúan como si fueran no profesionales – parece más una decisión previa que un resultado. Mostrar lo no natural del diálogo, lo artificioso y forzado que es pretender hacer interactuar a dos actores, la ruptura que representa la actuación con la armonía que se establece visualmente, parecería ser una reflexión teórica del autor respecto del cine que pretende hacer.
Esa ruptura de la armonía es quizás lo que más puede resultar forzado de El fantasma, precisamente por ser una reflexión externa. Más aún cuando una de las premisas del cine de Alonso parecería ser algo similar al de un inductivista ingenuo.
El inductivismo ingenuo supone que el punto de partida de la investigación sobre la realidad sensible es la pura observación, totalmente desprejuiciada y desnuda y que de esa observación, puede nacer una reflexión de otro tipo. Las tres películas de Alonso se estructuran en una cámara fija que registra escenas de dos a cuatro minutos donde el personaje hace, en general en completa soledad, algo bastante sencillo, como calentar la pava, tomar un ascensor, subir una escalera, recorrer una sala, etc.
El contar una historia de una manera no visual parece para Alonso la introducción de una fuerza exógena que altera la naturalidad de lo que está ocurriendo. Y sin embargo, no es tanto la naturalidad lo que se altera sino las convenciones con las cuales vamos como espectadores al cine. El fantasma, como cada una de las películas de Alonso, frustra constamente las expectativas del espectador de cine minímamente tradicional; nada de lo que uno supone que ocurre a continuación ocurre de la misma forma que la pregunta de ¿qué pasó? carece de sentido. Que eso sea algo bueno o algo recomendable es una cuestión aparte. Sin embargo, esta experimentación sí tiene sentido, al menos en cuanto es una experimentación que es exitosa en lograr una armonía interna.
2 comentarios:
No sólo no vi la película; desconozco redondamente de quién me está hablando; más, leyendo su reflexión hipotética sin pretensión de contrastarla, quiero sumar algunos puntos de vista.
Primero, me hizo pensar en el cine japonés, dónde parecen tener como estilo narrador ignorar por completo el recurso técnico del cine conocido como edición basado en ese estilo de relato en el que el tiempo ha de pasar tal cual pasa en la vida real. Si la pava tarda 4 minutos en calentarse, no hay un corte de cámara que muestre la pava en el fuego, para cortar un instante después en el nipón degustando té. Un estilo narrativo creador de climas (generalmente opresivos) denunciantes de una vida que se pierde en actividades intrascendentes.
Me pregunto luego si el director no deviene en artista plástico y ejecuta su obra en una instalación en la que necesita de los espectadores en la Lugones para realizarla. Hubo, tal vez, una representación al cuadrado en la que una serie de espectadores veían la obra completa? Un corredor por sobre la sala donde se asistía de modo circular a una obra son personas sentadas en una sala como punto de vista de la misma sala recreada en una ilusión llamada cine?
Hubo, tal vez. otros espectadores cósmicos que asistieron a la vista de un cosmos en la que todo se movía acompasado?
Hubo ...
nadie: si yo supiera algo de diagramación le haría una columna pura y exclusivamente para usted. "una vida que se pierde en actividades intrascendentes": así son los japoneses después de perder la ii guerra. por eso trabajan tanto
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