type='text/javascript'/> Mundo Playmobxx: los hijos

17.3.09

los hijos


De chico, no tuve perro pero siempre quise tener. Molesté tanto que un día mi papá llegó del campo y me trajo una perra; era marrón, orejona y con mal aliento. Le puse Laika.
A Laika no la cuidé más que durante dos días; al tercer día, perdi la correa, le puse una soga para colgar la ropa y me olvidé de ella. Cada tanto ladraba pero a mí ya me aburría; después de ponerle el nombre, no había nada más que hacer. Laika se enojó o es que ya estaba loca pero un día su mal aliento se convirtió en dentelladas y ya no respetó a nadie; ni siquiera a las botellas de vidrio que, primero rompía, luego comía y al final sangraba. Mi papá se la llevó al campo de nuevo y creo que intenté llorar y hacerle prometer que íbamos a ir a verla siempre que pudiéramos; seguro que me dijo que sí y seguro que nunca se lo pedí.
La otra vez fue cuando estábamos de vacaciones en Mar del Plata y de repente nos dimos cuenta que habíamos ido a parar a una casa donde las perras iban a parir; en un mes, tres perras parieron; a la primera le puse Malvinas porque se arrastraba por la calle sin asfaltar como si estuviera en la guerra; a la segunda ya no le puse nombre y a la tercera la cascoteamos entre todos. Malvinas tuvo siete cachorros y yo dije que había ayudado a nacer uno; como eso enterneció nuevamente a mis padres, los pude convencer de llevarme uno que alguien dijo que era un ovejero belga pero, en realidad, era un perro negro con las orejas puntiagudas.
Lo llamamos Bailler por un perro que mi abuela tenía en el campo; ese mismo año fue el comienzo de la conversión que haría mi abuela con los años: de mujer sufrida pero valiente, de mujer cariñosa pero cabrona, mi abuela se convirtió en una nena caprichosa y mimada, cosa que seguimos manteniendo con la arena que sigue escurriéndose por un lugar cada vez más ancho. A Bailler lo cuidé durante más tiempo porque ya tenía amigos propios y ya teníamos temas de conversación; sin embargo, un día lo atropellaron y no se murió. Le quedó doblada la pierna de adelante y en vez de no apoyarla, la apoyaba y la cicatriz nunca se cerraba, sino que se abría y se gangrenaba, y parecía que no se gangrenaba pero al final sí. Finalmente, me quedó un perro tripatico y como mi hermano empezó a cuidarlo, yo lo convertí en un fantasma que vivía en el patio, al cual ya hacía rato que ni siquiera entraba.
Bailler apoyaba el muñón como uno de esos pacientes de Merlau-Ponty a quien les pica el brazo amputado. Nos fuimos otra vez de vacaciones y le pedimos a mi abuelo que lo cuidara; mi abuelo odiaba los perros y sólo accedió si le ponían un bozal durante nuestra estancia en, otra vez, Mar del Plata. Al final, mi papá lo llevó a operar para que le extirparan el muñón, que también se le había gangrenado, y murió en la operación. Mi hermano preguntó si lo habían enterrado y mi papá dijo que sí.
Por un largo rato no tuvimos perro. Yo había empezado a decir que quería tener un gato pero ya me había llegado la adolescencia y entre tantas Playboy edición argentina, entre tantas idas al Parque Rivadavia a comprar revistas brasileñas con enanos, el gato pasó a un segundo plano argumentativo. Un día, el que se murió fue mi papá. Ese mismo año, cuando llegó mi cumpleaños, mi tía me trajo un cachorro de cocker para que me cuidara. Era una perra y no un gato. La llamé Galatea pero rápidamente mi familia le acortó el nombre y quedo en Gala.
Galatea es negra, flaca y ahora está ciega. Cuando voy a la casa de mi madre, soy al único de toda mi familia que no saluda ni le pide mimos ni le mueve la cola; a veces, la alzo y ella empieza a escurrirse rápidamente, no con miedo sino con asco.
Desde que llegó a mi casa, cada diez minutos hay que hablar de Gala: de cómo salta a pesar de los años, de cómo te mira, de qué inteligente es, de cómo te reconoce, de cómo te pide comida, de cómo saluda a mi mamá, a mi tía, a mi abuela-niña, a mi hermano, a mi cuñada, a mi futuro sobrino. Todo el día se habla de mi perra; uno puede discutir la posición de Obama en Medio Oriente y si Gala va al baño, hablamos de Gala; uno puede olerse el culo pero Gala es la inteligente.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

PH: su abuela se hizo niña porque temía el destino de Bailler. ¡Tanto desapego, PH! ¿Qué hace usted con los pobres perros del mundo? Veo un paisaje habitado por miembros fantasmas. Si igual nos va a picar, ¿para qué tanta extirpación?

Opinologa autorizada dijo...

La evolución de su nivel de maldad para con las perras embarazadas me llama poderosamente la atención.

Galatea me parece un buen nombre.
Gala es mi gata y es inteligente jaja(¿?)

Por que en su epoca los niños tendían a ponerle Laika a sus perras? conozco mucha gente que tuvo perro con ese nombre...

cuti dijo...

ay opinóloga! da ternura cómo demuestra su juventud con ese último comentario, pongalé.

Opinologa autorizada dijo...

y si, soy mas pequeña que Mr. Playmobil, en este caso 5 años de diferencia hacen diferencia, siendo redundante

Bruja dijo...

es muy triste no poder querer a los perros.
a mi a veces me pasa...

saludos.