30.6.06
Ajá.
a la/s
8:50 p.m.
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29.6.06
Sindicato (iii)
A los diez minutos Valpert y Lunera, el fotógrafo de la sección policiales del diario, especialista en lograr las poses más dramáticas y sugestivas de las bolsas negras de consorcio que tapaban los cuerpos, ya estaban subiendo la autopista rumbo a Quilmes.Valpert prendió un cigarrillo que Lunera le convidó pero no lo fumó; Lunera quiso prender la radio pero ella sólo le devolvía un ruido a zumbido de abejas asesinas.
- Qué loco, no, todo esto. Está lleno de contradicciones. ¿Quién va a manejar el tren cuándo no quede ni uno sólo vivo? ¿Cómo se va a suicidar el último?
Valpert apartó el humo de su propio cigarrillo con la mano y miró al río. ¿Hace cuánto que no miraba el río desde Buenos Aires?
- Porqué ponéle, a estos locos de mierda lo único que les interesa es matarse; qué mejoras salariales ni condiciones laborales dignas ni qué mierda. No quieren negociar, no quieren sacar la cabeza afuera; son como los de esa secta que se mataron todos con las zapatillas blancas. ¿Quiénes son, los de bin Laden?.
Lunera se río de su propio chiste, dejando escapar el humo del cigarrillo mezclado con la tos que casi le hace saltar su diente postizo. Mientras miraba hacia el costado e intentaba asegurarse de que estaba en su lugar, Valpert calculó la distancia que mediaba entre la mano de Lunera y su cigarrillo aún prendido y cuánto tiempo tardaría en quemarlo.
Los dos muertos de la estación de Quilmes eran dos miembros casi nuevos del Sindicato, como constaba en los carnets que encontraron en los bolsillos delanteros de sus camisas celestes; de hecho, según contó el sargento encargado del cuidado de la estación, se habían afiliado después de que comenzaran las inmolaciones. Valpert pidió ver los cadáveres y los policías, menos preocupados por cuidar las formas que por evitar el inminente motín de los pasajeros en la estación, le flanquearon el paso entre las cintas rojas y blancas que delimitaban los charcos de sangre.
Mientras Valpert sentía los flashes de la cámara de Lunera y destapaba las bolsas negras, recordó que la última vez que había visto el río desde Buenos Aires había sido cuando tiró las cenizas de su padre en la Costanera. Sintió un mareo frío en todo el cuerpo y vomitó mitad sobre la bolsa de consorcio, mitad sobre el cadáver.
(prometo que algún dia se va a terminar)
a la/s
1:57 a.m.
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22.6.06
Playmobil mundialista (iv)
Debo reconocerlo; yo ya estaba grande cuando veía Supercampeones, aquel dibujito animado de jugadores de fútbol japoneses con ojos desmesuradamente occidentales, con partidos jugados en canchas inmensas, en las cuales uno podía correr quince minutos del programa desde el punto central y seguir sin ver el arco rival; me acuerdo de los hermanos Korioto que entrenaban en los andenes del tren, del arquero Benjamin Price (yo era él cuando jugaba en el colegio), de Steve Hyuga, de Oliver Atom y de algunos más.
Se hizo famoso Supercampeones y así los jugadores empezaron a crecer, a jugar en la selección juvenil de Japón las eliminatorias de Asia, en la selección mayor y finalmente jugaban el campeonato mundial.
Cuando Tamada hizo un gol hoy, yo – que harto de hablar de Niembro y Closs, me puse a escuchar Angela Tullida – el Sandro Depresivo, así me lo recomendaron – mientras corregía unas cosas y mientras tomaba mates y mientras miraba el partido, no pude dejar de pensar en el guión de Supercampeones y en como algún escritor fanático había imaginado algún momento donde Japón le ganara 1 a 0 a Brasil. Como todo en la vida, tanto el escritor fanático como los jugadores de Japón de hoy, despertaron de su ensueño al grito de: “Che, Tokuro, dejáte de joder y poné 4 a 1 que eso es inverosímil.”
a la/s
6:09 p.m.
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20.6.06
6 razones para no ir a buscar oro con Humphrey Bogart
- Es el único al que le agarra la fiebre del oro
- En el medio del desierto mexicano – que, para Houston tenía también un poco de selva y de jungla – Bogart sigue usando esos pantalones que tapan el ombligo.
- La censura cortó una escena de una decapitación; frente a ello Bogart dice: “¿Qué tiene de malo mostrar una decapitación?”
- Se queda sin balas cuando lo asaltan
- Su excesivo aprecio por la vida – la propia, obviamente – lo conduce a ver complots constantemente
- Luego de matar a su socio, descubre la conciencia moral y el sujeto moderno, algo bastante poco útil en su situación.
Conscience. What a thing. If you believe you got a conscience it'll pester you
to death. But if you don't believe you got one, what could it do t'ya? Makes me
sick, all this talking and fussing about nonsense
a la/s
1:47 a.m.
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17.6.06
playmobil mundialista (ii)
- "En Alemania las leyes laborales son muy rígidas y yo no pude comer la otra noche. No como en Argentina, que si querés, los cocineros se quedan media hora más."
- "Los alemanes no tienen sentido común."
- "El boxeo no es un deporte."
- "No filosofemos, Mariano. Decir que "en el fútbol no existen los merecimientos" es sostener una creencia."
Por eso, se recomienda confundirse a Niembro con un cerdo y convertirlo en algún embutido bávaro. ¿Alguien sabe cuál era el mail del Caníbal Alemán?
a la/s
6:15 p.m.
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Con ganas de invadir Polonia
De ahí fui a lo de BC, donde vimos Go West de Buster Keaton. Al ritmo de Keaton disfrazado de diablo de cuya cola iban colgados todos los policías, me dormía pensando en que terminamos la escaleta del corto, en el gran proyecto de después, en las clases que todavía me faltan dar, en todos los parciales que tenía que tomar, corregir y entregar frente al círculo de violencia que generan los aplazados, en el artículo que parece que está saliendo pero en el que me tengo que apurar, en dónde iba a ver el partido de España.
Iba en el colectivo a la mañana de hoy pensando en Wagner o tarareando Lohengrin o alguna cosa así, en que bien que me hacía bañarme. Si fuera por mí, me estaría duchando todo el tiempo; sería como Cosmo Kramer viviendo en una ducha. Esa sensación de nuevo que te viene después de bañarte es, todavía, lo que más me hace acordar a los primeros días de colegio donde todos los útiles estaban en perfecto estado, donde los cuadernos estaban vírgenes y donde el papel secante era blanco.
En el medio de la clase, mientras me desconcentraba brutalmente frente a la pregunta de qué es nomológico, alcancé a pensar en este blog, en el descuido, en la inconstancia, en las pocas ganas que tengo a veces de escribir acá y en que me estaba quedando sin sustancia(s).
Por suerte, vienen las vacaciones de invierno, la mudanza, el retroceso o el adelanto.
a la/s
2:56 p.m.
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10.6.06
Playmobil mundialista (i)
Quisiéramos afirmar lo siguiente:
- El retorno del relator Marcelo Araujo a la televisión le hace tanto mal a la familia del fútbol como a la sociedad en general.
- Sería conveniente convencer a Juan Riquelme que debería hacerse de un calentador o frotarse Vick Vaporub para combatir sus problemas de temperatura en el pecho.
- Sería conveniente convencer a Juan Riquelme que esta promoción es una metáfora y que cuando otro jugador, que no es él, hace un gol, estaría bien gritarlo y abrazarse con alguien
- Sería conveniente que Juan Pablo Sorín juegue en algún lado definido así como que abandone su costumbre de quejarse por todo, ya que pareciera no ser ex jugador del millo.
- PH festejará únicamente los goles de:
a la/s
6:04 p.m.
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9.6.06
2666 (iii): el irrealismo
¿A qué lleva a esto?. Pocas cosas me acuerdo de Filosofía Antigua pero una de ellas es que a las aporías no se las soluciona sino que se las recorre.
Ese universo estaría construído sobre las negaciones de las categorías del espacio y del tiempo; sin embargo, aún cuando no tengo ganas de hacerlo, estoy seguro que se podría demostrar exactamente lo inverso: el respeto por las categorías de espacio y tiempo como método constructivo.
2666 es una aporía del sentido. La construcción aparentemente realista de la novela puede generar la impresión de que ahí existe un universo de realidad, dotado de sentido y que pueden resolverse el misterio de Archimboldi, el misterio de los múltiples asesinatos de obreras de Santa Teresa, el misterio de porqué Norton se queda con Morini.
Bolaño es un experto en plantar pistas falsas, en mostrar caminos que conducen a precipicios, en ser el que siempre aparece para darnos la sensación de seguridad y hacernos caminar veinte cuadras hasta llegar al campo, cuando queríamos llegar a la ciudad. Como aquel personaje de Lost Highway, que sobre el final de la película cambia el actor que lo interpreta, Bolaño construye historias narrativas, cargadas de sentido, que por esa misma carga parecen conducir a algo y que, sin, embargo, conducen a la circularidad de la relectura.
Ahí, creo, está lo que hace lo hace el mejor escritor de los últimos años. En plantar una bandera teórica sin tener que construir una teoría; en mostrar que el sentido no existe, no por medio de mostrar que el sentido no existe – como lo hace casi cualquier vanguardia modernosa y simplona– sino en mostrar que el sentido no existe porque el sentido existe. En construir el irrealismo como si estuviera construyendo el realismo. En cargar de señuelos el camino de Archimboldi, a Santa Teresa, para mostrar que ahí, en realidad, lo único que hay son historias que no tienen por qué tener sentido, a pesar de que lo tengan.
La taza del wáter era de mármol negro. Junto a ésta había un bidet y junto al
bidet una protuberancia de mármol de medio metro de alzada cuya utilidad Fate
fue incapaz de discernir. Semejaba, si uno forzaba la imaginación, una silla o
un sillín. Pero no pudo imaginar a nadie sentado allí, no en una posición
normal. Tal vez servía para poner las toallas del bidet. Durante un rato,
mientras orinaba, estuvo mirando la caja de madera y la escultura de mármol. Por
un instante, pensó que ambos objetos estaban vivos. A su espalda había un espejo
que cubría toda la pared y luego torcía el cuello hacia la derecha y veía el
protuberante artefacto de mármol, y en una ocasión miró hacia atrás y vio su
propia espalda, de pie ante el inodoro, flanqueado por el ataúd y por el sillín
de apariencia inútil. La sensación de irrealidad que le perseguía aquella noche
se acentuó.
a la/s
11:11 p.m.
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3.6.06
La electricidad
Cortocircuito.
Cuando era chico, chico, llegaba los viernes y necesariamente traía Sandys y chupetines, esos de los cuatro de diferentes colores, rociados con azúcar. Cuando era un poco más grande, trajo una perra que se había encontrado en el campo y a la cual llamé Laika. Laika estaba loca y masticaba vidrio (literalmente), con lo cual volvió a su lugar original al poco tiempo de haber emigrado. Cuando era un poco más grande, mi papá ya no traía nada pero yo me las arreglaba para pensar que sí, y le robaba los Chesterfield Rubios, los cuales a veces fumaba y a veces guardaba como el símbolo de las cosas sin sentido que hacía.
Saltan los tapones.
Las vacaciones las pasábamos en Mar del Plata; a mi mamá le iba mejor que a mi papá y nos tomábamos todo enero y alquilábamos un chalet con parque adelante o atrás cerca de la calle Constitución. Se supone que enero era el mes donde más trabajo tenía y no podía tomarse todo ese mes de vacaciones. Mi papá nos llevaba, se quedaba hasta el 4 o 5 – siempre antes de Reyes se iba, para que yo empezara a pedir regalos verdaderamente imposibles de recibir– y volvía el 26 o 27.
Cambiando lamparitas
El rito se construyó así; mi papá me llamaba el día anterior a llegar; me decía a qué hora iba a salir (siempre era a las 2 o 3 de la mañana para viajar tranquilo). El mecanismo, desengrasado rápido, como si nunca hubiera dejado de funcionar decía que yo me levantaba mientras todos dormían. No desayunaba, – mi papá traía medialunas de Atalaya y juraba que cuando las compró estaban calientes y que eran más ricas y qué coñazo que estuviera tan lejos Atalaya de Mar del Plata, porque hubiera sabido dónde estaban las mejores medialunas del planeta – agarraba la bici, iba hasta la Avenida Constitución, por donde alguna gente tambaleante ya sea por el alcohol o por los besos que se prodigaban o por ambas razones, subía Constitución hasta la entrada la ruta y miraba cada auto que llegaba.
Vuelve la luz cuando estás buscando las velas.
Como periodista novato al que mandan a entrevistar al turista número mil, miré cada auto, en especial los blancos, en especial los Renault blanco, en especial los Renault 12 Blanco, en especial los Renault 12 Blanco con la chapa a la intemperie del costado derecho. El ritual se cerraba con un bocinazo, con el auto parando a una cuadra de la salida de la ruta, con un abrazo a la panza de mi papá, con aspirar la transpiración de 6 horas de viaje en un Renault 12 Blanco con la chapa a la intemperie del costado derecho y con una bicicleta que escoltaba al auto hasta el chalet. Cuando entrábamos al chalet y los demás todavía no se habían despertado, yo sentía que había rescatado a un soldado de la guerra del Olvido.
a la/s
9:23 p.m.
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1.6.06
Madame Bovary: las tentaciones de la introducción
Las introducciones de las ediciones relativamente baratas suelen ser no sólo bastante malas sino también bastante pretenciosas pero, al menos, tienen el prurito de hablar de la obra. Acá no; en la edición de tapas duras de Altaya de Madame Bovary hay una larga introducción (27 páginas, para ser precisos) de Joan Sales, escrita en 1981, dos años antes de su muerte, en donde Sales parecía haber encontrado la forma de hablar de sí mismo de una manera vulgar.
La legitimación de una tarea (la del introductor) que no exige legitimación le da a Sales la primer oportunidad para hablar de sus capacidades e ilusiones.
“El lector ya habrá colegido que no soy ningún flaubertiano cegado por la
admiración hacia el maestro como tantos hay en Francia: frente a sus obras
menores, guardo – creo yo – toda mi capacidad crítica e incluso irónica. Puedo
envanecerme de conocerla muy a fondo pues la leí apenas entrado en la pubertad y
la he releído luego muchas veces; la traduje en 1962 al castellano y conservo
todavía la ilusión de hacerlo algún día al catalán”
Como si lo importante fuera qué pensaba Sales de Flaubert, Sales se cita a sí mismo con una observación que, si bien no deja de ser precisa, es irrelevante; es como si Sales hubiera encontrado una idea y aunque se hubiera demostrado que era intrascendente, la tuviera que defender, mimar y mostrar de la misma forma en que exigimos la misma pirueta de nuestro perro cuzco.
“En mi extensísimo prólogo al tomo que
conteniendo mis traducciones de Madame Bovary y Salammbó se publicó en Barcelona
expuse una idea personal que sólo bajo este título – y bajo estar reserva – voy
a repetir aquí: si la Bovary hubiera sido capaz de escribir una novela habría
escrito Salammbó: “(metalenguaje 2)No lo digo a la ligera ni a modo de paradoja
más o menos chispeante; lo he pensado mucho. Entre las ridiculeces románticas de
su heroína, Flaubert que se extasiaba mirando grabados de novelas; entre éstos
figuraban “(metalenguaje 3)paisajes lánguidos de regiones ditirámbicas” en los
que se ven a la vez “palmeras, abetos…” Pues bien, este consentido botánico,
denunciado irónicamente por Flaubert en los grabados que Emma admiraba, se halla
sin sombra de ironía en Salammbó”
Sales parece sentirse cómodo en el rol del imperativo categórico que no siguió pero que debía haber seguido Flaubert en su carrera literaria: desde su capacidad crítica e irónica (metalenguaje 2) y desde sus ambiciones teóricas, Sales extrae una complejísima y novísima teoría del artista de carácter universal:
“Como director de una colección de novelas, nunca me he cansado de recomendar su
lectura a los jóvenes que aspiran a llegar a ser buenos novelistas, no para que
la imiten sino para que aprendan mirándose en tan limpio espejo. Madame Bovary
es la menos “genial” de las grandes novelas. No existen “escuelas de formación
de genios”; geniales fueron Dante, Shakespeare, Cervantes y Dostoievski, y el
genio se tiene, no se aprende. En cambio, es perfectamente posible aprender a
escribir bien, con claridad, con precisión con orden, con sentido común:
aprender a trabajar con paciencia, humildemente, enmendando una y cien veces la
cuartilla escrita hasta lograr que diga lo más simple y claramente posible
aquello que uno quiere decir.”
Una vez que Sales nos ha dado lecciones de biografía, de crítica literaria, de dirección editorial y de creación literaria – y que sólo ha escrito algunos datos y polémicas históricas acerca de la identidad de la Bovary – siente que el mundo es pequeño, pequeñísimo para su ego y comienza a implorar al cielo metafísico su aceptación y redención futura, dando una señal del argumento antiabortista, la inocencia de las criaturitas.
“En lo que Flaubert despachara con un par de páginas y una brevísima frase,
Dostoievski, con la perspicacia del genio, comprendió que estaba el verdadero
meollo del tema del adulterio; sus desastrosas consecuencias lejanas, recayendo
sobre la parte inocente y, más incomprensible aún, sobre la inocentísima. Porque
en efecto es algo que nos encoge el corazón más allá de lo que puede decirse y
nos hace sentir más que todos los alegatos la terrible gravedad del adulterio
esta misteriosa y a nuestros ojos inmisericorde “justicia” que hace descargar su
expiación sobre una cabecita infantil, lo más inocente que pueda haber en este
mundo. Por suerte, los cristianos creemos en otro.”
Pero, PH, esto no puede ser: ¿qué piensa usted de Madame Bovary, en definitiva, no es que la leyó? Y…se lee rápido.
a la/s
3:44 p.m.
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